Catriel se levantó de su catre.
Había estado fumando la noche entera, y tanto su cuerpo como las mantas apestaban a un fuerte olor a cigarro.
Su imagen diligente la hacía ganar en fama y nobleza para su rey, inquebrantable tanto en batalla, como elegancia. Sin embargo, su patrón sabía que tras una larga sesión de arduo trabajo, si no se le concedía tiempo para el tabaco, podría ser una molestia constante.
Obsesionada con las hierbas medicinales, estaba claro que había llegado al punto de la dependencia.
Esa mañana iba a llegar tarde a su puesto, pero tal como su patrón esperaba, no le dio ni una pizca de importancia. Quería saborear su despertar con gozo.
Se dio una ducha placentera, peinando su pelo con delicadeza bajo el agua. Deslizó una pequeña piedra de jabón por todo su cuerpo, con suavidad, y se secó con tranquilidad, preparándose para salir.
Ató su armadura con fuerza, dejando entrever los músculos de sus brazos: finos, pero marcados. La suficiente solidez como para levantar un espadón casi más pesado que ella destacaba en cada movimiento que hacía.
Debido a la fama que la precedía por tal aspecto y poderío, en sus días libres y en varias tabernas, era retada muchas veces a pulsos. Ella, siendo abordada por pueblerinos que pensaban que sería una apuesta sencilla, sólo mostraba una sonrisa ingente, pues le encantaba callar a la muchedumbre con hechos.
Y mientras avanzaba por los pasillos del castillo, recordó una experiencia de hacía pocos días, la cual la sorprendió de tal manera, que jamás olvidaría esa tarde:
—¡Buenas, Catriel! ¿Lo de siempre?
—Buenas, bartender. Así es. —Había soltado varias monedas en la barra, esperando su ansiado té de limón.
Cualquiera pensaría que ahogaba su estrés en alcohol, pero lejos de eso, le encantaba su maldito té de limón. Incluso más de un hombre había empezado a beber esos tés, intentando sacar la fuerza que ella mantenía, y como si esa bebida fuera su milagro.
Catriel sujetó el vaso, con un ligero humo saliendo de él, y bebió un pequeño sorbo, apoyándolo en la madera.
El golpe en la mesa debía ser delicado para no perder la esencia del sabor que se agarraba con refinamiento en el fondo del vaso. Sin embargo, esa vez, aun siendo extremadamente cuidadosa con su movimiento al apoyarlo, no pudo evitar darle un desbordante golpe.
Entrecerró los ojos, algo molesta, y miró hacia su derecha.
Un hombre había apoyado el vaso de cerveza exactamente a la misma vez que ella, haciendo un sonido estruendoso, y rompiendo su inmensa tranquilidad.
No había nada en esa taberna que consiguiera sacarla de sus pensamientos; ni el griterío de la gente, ni los camareros yendo y viniendo de un lado a otro, ni los hombres que se sentaban a su lado a beber. Pero ese golpe, justo cuando ella apoyaba su vaso, había sido por alguna razón, extremadamente molesto.
Volvió a mirar hacia el vaso. Ignorando el irritante momento.
Tomó otro sorbo, saboreando intensamente el cítrico clavado en el agua caliente que se mezclaba con la manzana. Apoyó el vaso, y cerró los ojos.
Había vuelto a golpear la mesa demasiado fuerte. ¿Una casualidad?
Frunció el ceño, miró hacia su derecha, y mencionó extremadamente molesta:
—¿Qué demonios te pasa?
A su lado, el hombre que había estado bebiendo ensimismado, miró hacia ella.
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El Velo del Olvido
Fantasy[Advertencia de contenido: Narrativa lenta, violencia, madura] En una era donde las espadas reinaban, un campeonato se organizó debido a los incesantes ataques a Inostreya. Esta, cansada de las arremetidas de reinos vecinos, enfrentó a los más vale...