19 - El arte de lo imprevisto

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Lovhos había apoyado los codos en una mesa, con las manos ejerciendo presión entre una y otra como si estuvieran actuando en un combate de ansiedad. Sentía tener un poder desorbitado, inestable y peligroso, pero a la vez, profundamente inútil.

¿De qué le servía tener tanta fuerza? ¿para qué tanta velocidad? ¿y para qué tanto calor y llamas, si no era capaz, ni siquiera, de despertar a una chica?

Se llevó las manos a la frente, suspirando.

Momentos después, Lancelot interrumpió su pensar, caminando por la sala y sentándose en la mesa.

Lovhos quedó callado, observándolo sentarse y volviendo a dirigir la mirada hacia abajo. Volvió a suspirar.

Lancelot abrió sus labios. Le había costado horrores hacerlo, pero no fue lo suficientemente difícil como para detener sus palabras:

—Gracias... por intentarlo.

El pueblerino alzó su mirada, encontrándose con la de él.

>>Fui egoísta al pedirlo. Los muertos deberían descansar en paz.

Lovhos bajó las manos de la frente.

—No la hemos molestado —mencionó con los ánimos destrozados—, hemos... sanado su cuerpo.

El escudero sonrió decaído.

—Me pregunto si lo hubiera agradecido...

El silencio se hizo protagonista durante varios minutos, y el pueblerino volvió a hablar:

—Hice lo que me pediste. Los reyes seguramente lleguen en varios días.

—Está bien —respondió.

Lovhos bajó su mirada, y varios segundos después, miró hacia él una vez más. Había notado la hinchazón en sus ojos, los puños llenos de marcas rojas de apretarlos, y un abatido porte que nunca antes había mostrado.

—¿Por qué los convocaste?

—Estoy cansado.

Lovhos frunció el ceño, confundido.

—¿Cansado?

Lancelot suspiró.

—De ser escudero, de obedecer órdenes, y de jugar a reyes y ladrones de coronas.

Su pierna empezó a subir y bajar con rapidez.

>>También... de permanecer en la realeza —se llevó una de las manos a la cara, deslizándola hacia abajo y cogiendo una gran bocanada de aire—. Quiero acabar con todo esto.

Y en un instante, lo que parecía ser una mirada abatida como un alma rota en mil pedazos, ahora ardía con una ira que cortaba allí donde mirara.

>>¿Usarías tus palabras para mí?

Lovhos parpadeó.

>>Sólo una vez, cualquiera que te pida, y en cualquier momento que elija.

Quedó atónito.

—¿Para qué?

—Eso... lo sabrías cuando te lo pidiera.

El joven bajó su cabeza.

—No puedes pedirme algo así sin decirme el motivo —sonrió con sarcasmo.

—Cierto —acompañó su sonrisa.

El silencio volvió a interrumpirlos, dando paso a las palabras de Lovhos una vez más. Últimamente hablaba más de lo que acostumbraba.

—¿Los amenazarás, como hizo ella?

El Velo del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora