11 - El nido

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La habitación había quedado muda esa mañana.

Lancelot había abandonado la sala, dejándolo descansar varias horas más antes de su reunión, y el pueblerino, por su parte, no se había movido un centímetro de su postura.

Se había hecho un ovillo entre las sábanas, y aunque hubiera despertado apenas media hora antes, lo único que sentía, era un cansancio extremo.

Sus ojos picaban como si llevara varios días sin dormir, y el cuerpo le pesaba como si cargara con varios kilos de más portando una armadura. Aunque no supiera qué tan incómodo y pesado fuera llevar una.

Por su cabeza, la voz del ángel no dejaba de sonar, mas su tono de voz, el cual cambiaba según su actuación o seriedad, desgarraba cada fibra de su interior como un cuchillo rasgando la carne.

No pudo evitar arrugar sus labios con tristeza.

A su vez, Lancelot había acudido a la reunión, pero para sorpresa de la joven reina, solo.

—¿Por qué te encuentras solo? —preguntó la chica. En su tono volvía a verse los ligeros tramos de seriedad que rara vez mostraba. Aunque el escudero supiera el motivo de ello esa vez.

La advertencia que le hizo el día anterior podría considerarse, como poco, traición.

—Ha ocurrido un... —no sabía ni cómo expresarlo, pues parecía salido de un maldito cuento de hadas. Tal vez algo más sangriento— ...imprevisto.

Cristalline miró hacia él con ceño fruncido.

Lancelot tenía la suerte de que, aun siendo tan joven, supiera diferenciar cuándo debían dejar los problemas personales a parte, para centrarse en otros mayores.

—Ha aparecido un ángel en su castillo, mi señora.

Y mientras que el silencio colmó la escena, sin saber si era una broma pesada, una prueba aleatoria, o en su defecto, iba en serio, en las paredes Lerethianas la reina Ilya empezó a movilizarse.

Allí donde los mapas dibujaban una fina línea entre territorios, la reina de Lereth movilizó tropas, pues, aunque su destino era acabar con Inostreya, todavía no sería capaz de ganar esa guerra. Así que, se dirigió hacia los frondosos bosques donde Cyrus reinaba.

Sin embargo, para llegar al territorio fiurdano debía pasar por las tierras de Cristalline, y debido a los caminos que se cruzaban en las diferentes regiones de los reinos, si hubiese alguien que decidiera advertirle de no cruzar la frontera, su excusa sería una gran baza: la proposición de matrimonio.

Nadie osaría interponerse en un tratado tan serio como ese, y ni mucho menos, un explorador o guardia de la zona.

Las noticias llegarían al castillo tarde o temprano, mas lo más probable, es que su rey se molestara por pisar el reino sin previo aviso. Pero un tratado, era un tratado.

Podría venir el mayor regidor, o el mejor estratega con su suma labia. Pero el casamiento, nunca se tocaría.

Una larga línea de caballos recorría los caminos, vestidos hasta arriba de armadura a juego con los hombres, y de entre toda la multitud, una carroza forrada de hierro se había mantenido escoltada.

Lideraban espadachines, y tras ellos, arqueros con flechas de hierro.

No sabían qué podrían encontrarse, pero si ese hombre, el cual podía invocar los vientos con su habla, apareciese, esas flechas serían más difíciles de evadir.

A su vez, lanceros protegían la retaguardia, y al final del todo, con una gran bandera a lo alto, caminaba sobre el suelo el soldado que, tras su pasar, sabían que ahí acabaría la caravana.

El Velo del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora