3 - Amnistía

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—Cristalline. Lo han encontrado.

La chica miró hacia su escudero, quien mantenía la mano en el pecho mientras se inclinaba.

—¿Ya ha llegado? —preguntó somnolienta, recién despierta.

—Casi, mi señora —se irguió y se acercó a la cama, levantando las mantas que la arropaban —¿Qué atuendo desea llevar hoy?-

La joven se sentó en el borde de la cama y se llevó uno de los dedos a la boca, mordiéndoselo ensimismada, o bien, nerviosa.

Lancelot la miró unos segundos hasta que, viendo lo intranquila que estaba esa mañana, finalmente decidió qué vestiría él ese día.

Abrió el armario y tardó varios minutos en elegir, echando una mirada hacia atrás y viendo el delicado y fino traje de tiras que llevaba puesto. Luego volvió a mirar hacia el armario, eligiendo la falda más larga, y la camisa más tapada que encontró.

—Vístase, por favor —dejó los ropajes a su lado, y esta empezó a moverse.

—¿Cómo está la herida? —se vistió con lentitud mientras el escudero le daba la espalda.

—Bien. Sólo me aflige con movimientos precisos.

—Ya veo —terminó de vestirse y le sujetó el brazo, cruzando sus miradas por encima del hombro—. Vayamos a ver a ese hombre.

Lancelot pudo apreciar con sumo detalle las pupilas de la joven. Asintió.

Y mientras caminaban al destino acompañados del tintineo de la armadura, se pudo apreciar el revuelo por los pasillos. Todos querían ver de primera mano qué era capaz de hacer ese hombre.

Lancelot abrió la puerta de la sala, pero antes de entrar, un sirviente se mostró ante ellos, desorientado por el evento tras él. 

—¡Esperad, mi señora, sir Lancelot! —detuvo su avance.

—¿Qué sucede? —preguntó el escudero, algo molesto por el atrevimiento.

—No sé si sea buena idea que la reina vea esta situación... —la observó, inseguro de sus palabras—. Lo mejor sería que limpiásemos primero.

Lancelot frunció el ceño y se adelantó, viendo el panorama en medio del gran salón: el ave, inerte sobre una gran tela, siendo arrastrado desde las esquinas de la misma, y ensangrentado hasta los huesos. Las gotas resonaban al caer en el suelo.

—¿Qué demonios es esto? ¿qué ha pasado? —quedó estupefacto.

—No sabemos qué ha ocurrido —respondió un soldado—. El pueblerino se acercó a él y... —no habían palabras para describir qué había pasado.

Momentos después, el chirriar de la puerta mostró al mismísimo Ländo, rey de Rosvalig, acompañado de su domador de aves. Cristalline asomó por la puerta al verlos llegar.

El mutismo reinó en la sala en simples instantes, y el cuidador corrió hacia el animal. 

—¡Mi althamere! —se llenó las manos de sangre al tocarlo— ¡¿Quién ha sido capaz de hacer tal atrocidad?!

Y mientras que el silencio se tragaba las palabras de los presentes, unos pocos dirigieron su mirada hacia el preso; desvelando el motivo de su muerte.

El hombre frunció el ceño, siguiendo sus miradas hacia al culpable, y caminó hacia el individuo. 

—¿Ha sido él?

Lancelot notó la amenaza, y se apresuró situándose entre ambos, sacando el arma. 

—Alto. Está bajo el cuidado de la reina. Tocarlo supondrá una severa sanción.

El roshvaliano, envuelto en ira, habló sin tapujos: 

El Velo del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora