—Buenos días, Cristalline —Lancelot acompañó la mañana a la joven.
—Buenos días —funfurruñó entre mantas. Él sonrió.
—Hoy tiene planeada varias reuniones, señora. Debe levantar cuanto antes.
Cristalline suspiró.
Aunque habían pasado varios meses desde la muerte de su padre y se había acostumbrado a reinar con eficacia, a veces deseaba con todo su corazón abandonar la corona, pues al final, no era más que una adolescente con los hombros cansados de llevar su regencia.
—¿Cuántas?
El caballero abrió las cortinas con rapidez, bañando sus aposentos con un brillante dorado. —Cuatro.
—¡¿Cuatro?! —se irguió con rapidez— ¿No podías dejar al menos una para mañana?
Lancelot parpadeó. Últimamente no le costaba encontrar su lado infantil. ¿Acaso se estaba cansando de las formalidades?
—Son urgentes. Mejor tratarlo cuanto antes.
Y mientras este hablaba y preparaba la habitación, los ojos de la chica se entrecerraron, siendo presa del sueño con facilidad.
—¡Cristalline! —alzó la voz.
Ella brincó y se levantó de la cama.
—Tráigame la prenda de hoy —mencionando con el tono que debía mostrar: diligente y responsable.
Él asintió y abrió su armario. Esos días debía elegir entre sus atuendos por orden suya, y de hecho, era un tanto raro. Sin embargo, aunque le gustaba verla vestir lo que él quisiera, a veces se preguntaba, ¿no estaba siendo demasiado desconsiderada frente suya?
—Salga antes de que el sol cruce la puerta, mi señora —se inclinó, y se fue. Tal vez estaba pensando demasiado en ello.
Cristalline quedó frente a la ropa que había escogido, pensando, y algo nerviosa.
Mientras tanto, el reino había acogido la salida de los reyes vecinos con un millar de personas adornando las calles esa mañana. Todos ellos, celebrando la amnistía que se había hecho debido al torneo.
Qué día tan feliz y memorable, y qué momento lleno de emoción y felicidad, pues los niños podrían salir de las murallas sin temor, jugar en los pastizales, aventurarse en los bosques, y bañarse en los lagos del territorio.
Qué maravillosa época iban a vivir y qué suerte el año en el que habían nacido.
—¡¿Cómo dice?! —Cristalline clavó las manos en la mesa, recibiendo las noticias de su mensajero— ¡¿Quién ha podido hacer semejante atrocidad?!
—No lo sabemos, mi señora. No ha quedado nada salvo... cenizas y cadáveres calcinados.
La boca de la joven quedó entreabierta, y los ojos de Lancelot mostraron un asombro desmesurado.
—Pero... ¿por qué?
—Lo siento, mi señora. No sabemos nada al respecto.
Y como si un halcón sobrevolara su cabeza, recordó a la escudera fiurdana. ¿Qué demonios le había dicho? ¿Por qué no prestó la suficiente atención?
Algo como... tener cuidado de quienes la rodean, mencionaba.
—¿Se han ido ya los reyes? —preguntó la joven.
—Así es —Lancelot contestó.
—¡Maldita sea! —apretó los puños, y se llevó la mano a la frente. Pensando y cuestionándose por qué, su padre, al que tanto respetaban por su ejército y próspero reino, ya no estaba para ayudarla. ¿Qué dios maldijo su existencia y condujo a su padre a la muerte, debido a una enfermedad?
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El Velo del Olvido
Fantasy[Advertencia de contenido: Narrativa lenta, violencia, madura] En una era donde las espadas reinaban, un campeonato se organizó debido a los incesantes ataques a Inostreya. Esta, cansada de las arremetidas de reinos vecinos, enfrentó a los más vale...