Hay manos en todas las guerras. Manos que blanden espadas, hachas, mazas, y lanzas. Unas con más maestría que otras, algunas más sangrientas que las demás, y también, otro tipo de manos.
Manos que llevan comida para las largas estancias, ropa para el cambio de muda tras varios días de guerra, y las que llevan a heridos y cuerpos a través del campo de batalla.
Lancelot había empezado a ir a las guerras cuando era muy joven, rondando los ocho años, y sus manos eran de ese último tipo: de los que llevaban a los heridos como su última esperanza. Había empezado a entrenar con dureza tras el antiguo rey rescatarlo de su aldea, siendo testigo de todas las batallas, y con un objetivo en su frente: venganza; esperando que llegara el día en el que pudiera dar caza a quienes arrasaron su hogar, y poder descansar tras la meta que se había impuesto.
Sin embargo, Ketheric, siempre que lo escuchaba hablar sobre ello, lo castigaba con severidad. Muchas veces lo dejaba frente a él, viéndolo comer, y lo obligaba a cargar con quince libros sobre su cabeza. No importaba que los agarrara con los brazos, pero si se le caía alguno, no comería al día siguiente.
Así permanecía durante una hora, esperando que su rey terminara su cena, y él con el enfado palpable en su mirada. Ketheric reía cada vez que expresaba esa cara.
—Lancelot, debes comprender que la venganza sólo atraerá a más de ella —mencionaba mientras se reía y calmaba su sonrisa—. Allí donde dejes una muerte, habrá alguien detrás que llorará por ello.
El joven frunció su ceño, sin dejar de mirar los libros.
—Me da igual. Ellos empezaron.
El rey clavó un trozo de pollo de aquel ostentoso y verdoso plato, y lo levantó frente a sus ojos.
—Para sus hijos, tú serás el motivo de su tormento.
Lancelot lo miró, cruzando sus miradas.
>>Lloraste por tu pueblo, y anhelas la venganza. Pero, ¿eres tan egoísta como para desearle tu destino a otro más? ¿Para qué quieres a más almas como tú rondando el mundo?
Los libros sobre la cabeza empezaron a tambalearse, pues estaba tan distraído y pensativo, que les había dejado de prestar atención en algún momento.
>>¿Piensas que sería un mundo justo si todo el mundo hiciera lo que deseas?
Lancelot frunció el ceño. Sabía que tenía razón, pero un corazón tan joven siempre era difícil de convencer, pues él pensaba que sabía más que nadie, que sufría más que nadie, y que su destino estaba más negro que ningún otro.
Los libros se cayeron. Qué equivocado estaba.
Varios años después seguía entrenando día y noche. Era un guerrero que se dejaba guiar por la ira en cuanto podía, y era tanto su desespero de acabar con su contrincante, que muchas veces hería a su compañero.
—Lo lamento —mencionó ofreciéndole la mano al niño que había tirado al suelo.
El joven sujetó su mano y se dejó levantar:
—Deberías controlar esos nervios —dijo molesto—. Así sólo conseguirás que te maten.
Lancelot giró su cabeza con una sonrisa sarcástica.
—Eres tú el que estaba en el suelo.
—Yo no sé pelear. Pero ellos habrán visto mil huecos en tus ataques —alzó la mirada hacia los guerreros.
Lancelot frunció su ceño.
—Ellos tienen más experiencia —espetó molesto.
—Ya... supongo.
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El Velo del Olvido
Fantasía[Advertencia de contenido: Narrativa lenta, violencia, madura] En una era donde las espadas reinaban, un campeonato se organizó debido a los incesantes ataques a Inostreya. Esta, cansada de las arremetidas de reinos vecinos, enfrentó a los más vale...