7 - Marcas

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Lovhos se había sentado en la arena. El sonido del río era tan escandaloso que hasta le resultaba relajante, pues así no podría recordar con claridad ni imaginar nada de su pasado con el agua a su alrededor.

Mantuvo las manos sobre su cabeza, a ambos lados, y tratando de calmarse. Parecía querer taparse los oídos por el molesto ruido, pero mucho más que eso, sólo intentaba concentrarse en pequeñas nimiedades: los peces nadando, el aire refrescante junto a la riada, o los verdes árboles al otro lado que escondían nidos de pájaros.

Lancelot y compañía habían quedado atrás, cerca de los caballos, y asegurándose de que la reina estuviera bien tras esa experiencia. Habían recorrido el pueblo, pero para sorpresa de nadie, no quedaba ni un alma con vida.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó Cristalline mirando hacia Lovhos.

—Carga con una culpa que ha vuelto a florecer en este lugar —respondió su escudero, suspirando.

Siempre había permanecido distante sobre su pasado. No le gustaba mostrar su vida y mucho menos mencionar qué le hacían en el lugar de donde venía. Se había encerrado, intentando ocultar las torturas y los desmembramientos que, gracias a sus palabras, podía recuperar, y silenciarse eternamente. 

Sin embargo, esta vez frente a Lancelot, sintió la necesidad de hablar, pues en un momento inesperado, cuando una experiencia similar a la suya volvió a aparecer, nunca llegó a pensar que lo único que fuera capaz de recordar con expresada nitidez, fueran las cenizas de su propia aldea.

¿Por qué, aun siendo atacado, despreciado, y tratado como demonio, sentía lástima por aquellos que le hicieron sufrir? ¿por qué volvía una y otra vez el resentimiento?

Eso pensaba, pero a la vez, un atisbo de ira lo había consumido de manera inesperada. Algo similar a aquella vez... un sentimiento descontrolado que creció en su pecho, y que en ese lugar, volvió a sentir.

Sintió miedo, un miedo tan grande que fue necesario apresarlo en la orilla, intentando relajar su cuerpo y traer paz a su mente. Temía por lo que el poder que llevaba consigo pudiera provocar.

—Lovhos —Maeve apareció a su lado— ¿Estás bien?

Este miró hacia ella, quitándose las manos de la cabeza. 

—Sí —mencionó algo disperso—. Me vinieron recuerdos desagradables.

—Ya veo —se sentó a su lado— ¿El ruido te ayuda? —apenas podía hablar a su lado con tanto alboroto.

Él sonrió. —Vamos a un lugar más tranquilo.

La chica sujetó su brazo, deteniendo su levantar. 

—No te preocupes. Podemos quedarnos aquí —su roce, más que una sensación de calidez, fue de ardor.

Ser tocado en ese momento lo agobiaba, sintiendo un amarre sobre sus muñecas. Pero tener a alguien cerca de él que se preocupara por su bienestar, lo relajaba de la misma manera que lo contenía. Agradeció tenerla cerca.

—He visto el fuego —mencionó alzando la voz— ¿Cómo lo haces?

El hombre miraba el río disperso, pero atento a sus preguntas. 

—La tierra me habla, me susurra, y me destroza.

Maeve quedó extrañada. 

—¿Qué quieres decir?

Se llevó las manos a la cabeza de nuevo, algo estresado. 

—¿Cree usted, que su reina tanto como su escudero, me dejen ir si les doy información relevante?

El Velo del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora