La humareda de polvo y fuego en aquel lugar que antes se hacía llamar Fiurdem se mantuvo al día siguiente con espesura.
Los árboles se convirtieron en ceniza y las casas fueron parte del suelo. El castillo se convirtió en una montaña de escombros, y a su alrededor, fue donde más fuerte se notó el crujir de la tierra. Los muertos en esa zona fueron miles, sino cientos de miles, y en los bordes del reino, aunque el temblor fuera más suave que en su interior, fue suficiente como para crear un cataclismo que sepultara todo a su paso.
Varias horas después se habían levantado aldeanos, la mayoría de ellos heridos de muerte, y otros pocos ayudando a los que podían. Los llantos eran los protagonistas de la escena, y los niños, todos ellos huérfanos, caminaban sin rumbo entre las rocas.
Un hombre se había levantado en un saliente, gritando a los cielos y preguntando qué habían hecho para merecer dicho castigo. Otros pensaban en el ataque de Lereth, quienes habían sacrificado a sus soldados por igual para arrasar con ellos; sin saber con qué magnitud lograron eso. Y otros, en cambio, habían visto a la figura alada. ¿Fue eso un mal augurio? ¿Había venido para intentar salvarlos, o tal vez, para desterrarlos?
De entre todos ellos, cerca de las murallas derruidas, varios hombres habían escuchado gritos agónicos entre los escombros. Corrieron con premura, en busca del herido, e intentaron socorrerlo.
Al alzar las piedras que lo sepultaban no tardaron en ver lo que ese hombre portaba: la armadura Lerethiana, con el patrón del escudero de su reino.
Gadiel cogió una gran bocanada de aire al ver el cielo, pudiendo respirar al fin con soltura, y se alzó con rapidez; viendo una de sus piernas sepultadas por las rocas.
Para su suerte, notaba enteramente sus articulaciones y movimientos, por lo que no estaba amputada.
—Ayúdenme a levantarme —exclamó con esfuerzo.
Juntaron sus manos con las de varias personas, y tiraron de él mientras otros levantaban la piedra.
—Señor —mencionó un fiurdano—. ¿Vuestro reino ha provocado esto?
Gadiel frunció el ceño, intentando caminar como podía y saliendo del agujero. Alzó la mirada y vio la masacre que se había originado.
—No, humilde hombre —parpadeaba asombrado—. Esta calamidad... no ha podido ser humana.
Los presentes se miraron entre sí. ¿Quién demonios, o qué, había hecho eso?
—¿Necesita más ayuda? —preguntó otro—. Debemos seguir buscando supervivientes si está en condiciones de valerse.
Gadiel miró hacia ellos.
—Estoy bien, adelante.
Los hombres reverenciaron y se fueron.
El escudero entrecerró los ojos, buscando a su alrededor algo de lo que ningún hombre se había percatado: pues si era el guerrero de una reina, ella debía estar a su lado.
Sujetó una espada del suelo y la usó de bastón, buscando por la zona destacadas vestimentas, joyas, o cualquier cosa que pudiera diferenciar a su reina.
—¿Dónde estás? —murmuró ligeramente molesto.
Rebuscó una y otra vez. Se le habían venido a la cabeza las últimas imágenes antes de perderla de vista. Un sonido estruendoso que recorrió el reino entero, un temblor, ambos mirándose a los ojos asombrados, y el suelo resquebrajándose segundos después.
¿A dónde había ido?
Sin embargo, poco tiempo después, la vio a la lejanía, sentada y ayudada por pueblerinos. El hombre frunció su ceño y avanzó hacia ella arrastrando su pie.
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El Velo del Olvido
Fantasia[Advertencia de contenido: Narrativa lenta, violencia, madura] En una era donde las espadas reinaban, un campeonato se organizó debido a los incesantes ataques a Inostreya. Esta, cansada de las arremetidas de reinos vecinos, enfrentó a los más vale...