16 - Canción de cuna

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La humareda de polvo y fuego en aquel lugar que antes se hacía llamar Fiurdem se mantuvo al día siguiente con espesura.

Los árboles se convirtieron en ceniza y las casas fueron parte del suelo. El castillo se convirtió en una montaña de escombros, y a su alrededor, fue donde más fuerte se notó el crujir de la tierra. Los muertos en esa zona fueron miles, sino cientos de miles, y en los bordes del reino, aunque el temblor fuera más suave que en su interior, fue suficiente como para crear un cataclismo que sepultara todo a su paso.

Varias horas después se habían levantado aldeanos, la mayoría de ellos heridos de muerte, y otros pocos ayudando a los que podían. Los llantos eran los protagonistas de la escena, y los niños, todos ellos huérfanos, caminaban sin rumbo entre las rocas.

Un hombre se había levantado en un saliente, gritando a los cielos y preguntando qué habían hecho para merecer dicho castigo. Otros pensaban en el ataque de Lereth, quienes habían sacrificado a sus soldados por igual para arrasar con ellos; sin saber con qué magnitud lograron eso. Y otros, en cambio, habían visto a la figura alada. ¿Fue eso un mal augurio? ¿Había venido para intentar salvarlos, o tal vez, para desterrarlos?

De entre todos ellos, cerca de las murallas derruidas, varios hombres habían escuchado gritos agónicos entre los escombros. Corrieron con premura, en busca del herido, e intentaron socorrerlo.

Al alzar las piedras que lo sepultaban no tardaron en ver lo que ese hombre portaba: la armadura Lerethiana, con el patrón del escudero de su reino.

Gadiel cogió una gran bocanada de aire al ver el cielo, pudiendo respirar al fin con soltura, y se alzó con rapidez; viendo una de sus piernas sepultadas por las rocas.

Para su suerte, notaba enteramente sus articulaciones y movimientos, por lo que no estaba amputada.

—Ayúdenme a levantarme —exclamó con esfuerzo.

Juntaron sus manos con las de varias personas, y tiraron de él mientras otros levantaban la piedra.

—Señor —mencionó un fiurdano—. ¿Vuestro reino ha provocado esto?

Gadiel frunció el ceño, intentando caminar como podía y saliendo del agujero. Alzó la mirada y vio la masacre que se había originado.

—No, humilde hombre —parpadeaba asombrado—. Esta calamidad... no ha podido ser humana.

Los presentes se miraron entre sí. ¿Quién demonios, o qué, había hecho eso?

—¿Necesita más ayuda? —preguntó otro—. Debemos seguir buscando supervivientes si está en condiciones de valerse.

Gadiel miró hacia ellos.

—Estoy bien, adelante.

Los hombres reverenciaron y se fueron.

El escudero entrecerró los ojos, buscando a su alrededor algo de lo que ningún hombre se había percatado: pues si era el guerrero de una reina, ella debía estar a su lado.

Sujetó una espada del suelo y la usó de bastón, buscando por la zona destacadas vestimentas, joyas, o cualquier cosa que pudiera diferenciar a su reina.

—¿Dónde estás? —murmuró ligeramente molesto.

Rebuscó una y otra vez. Se le habían venido a la cabeza las últimas imágenes antes de perderla de vista. Un sonido estruendoso que recorrió el reino entero, un temblor, ambos mirándose a los ojos asombrados, y el suelo resquebrajándose segundos después.

¿A dónde había ido?

Sin embargo, poco tiempo después, la vio a la lejanía, sentada y ayudada por pueblerinos. El hombre frunció su ceño y avanzó hacia ella arrastrando su pie.

El Velo del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora