Tap, tap, tap, tap. Los pasos resonaban en aquel inmenso espacio.
Al apoyar el pie, las ondas de un charco se expandían en forma circular, reflejando todo a su alrededor. El cielo vestía naranjas y rosados, decorando los rizos del agua, y donde la vista se clavaba, no aparentaba tener final.
Y aunque fuera una vista típica la cual todo el mundo imaginaría de un cielo, mantenía algo extraño. Algo... distorsionado y oculto en la mirada.
—Qué espléndido remanso has creado... —habló Heimdall en el centro de aquel lugar. Se había vestido con grandes telares que rozaban el suelo, y aunque aparentaran mojarse, simplemente se ondeaban con el agua; pero no se humedecían.
Uriel rio con esfuerzo.
—Sólo he cambiado un poco... las vistas.
Heimdall se acercó al ángel. Había sido encadenado desde los tobillos, —con hierros recorriendo sus piernas—, hasta los muslos, y su cuello aprisionado con lianas llenas de espinas. Las cadenas sobresalían del suelo como si estuvieran trincadas a algo, y por extraño que le resultara, simplemente se agarraban a la nada. Sus brazos estaban inmovilizados en su espalda, y de donde quedaron los restos de las alas, se habían clavado puntas de metal con más cadenas atadas a sus muñecas, de las cuales si osaba bajar las manos, se desgarraría las heridas gravemente.
—Bajo nosotros... un inmenso mar —la mirada del dios se había clavado bajo sus pies. Enormes ballenas nadaban donde ellos se apoyaban como un suelo sólido. Medusas se acercaban a los pasos, intrigadas por el movimiento, y los peces rodeaban a los grandes tiburones, estos tranquilos en su inagotable nado.
>>Sobre nosotros... un interminable espacio —subió su mirada. Tras las nubes, miles de estrellas destellantes, guiadas por luminosas luciérnagas que jugaban con inmensos pájaros blancos, y gatos saltando de la luna al sol.
>>¿Qué clase de guardería has creado?
Uriel chasqueó la lengua.
—¿Qué importará?
El dios sonrió, levantando su mentón con brusquedad.
—¿Temías que se asustara de lo que has hecho?
El rostro del ángel se arrugó, asqueado de dejarse manipular.
>>Fuiste rápido llevándotela de aquí.
Un magma caliente empezó a brotar bajo ellos. El mar se secó y el cielo se resquebrajó. Y lo que antes parecía ser un lugar de paz y prosperidad, ahora era un campo de batalla lleno de sangre, cadáveres, y todo tipo de razas.
Uriel soltó su cabeza con un empujón. El hierro de las cadenas tintineó.
—Muéstrale lo que quieras, ella me seguirá haga lo que haga. Así es como es.
Heimdall entrecerró los ojos, molesto.
—Lo que quiera, ¿eh?
Uriel giró su cabeza. Odiaba hablar de su amada con una deidad.
>>Entonces le enseñaremos lo que más teme.
El ángel frunció el ceño, dirigiendo su mirada hacia él nuevamente.
>>Tu cuerpo sufriendo y tu alma atormentada —sonrió, chasqueando los dedos y presionando las cadenas que lo rodeaban con extrema fuerza.
Uriel apretó los dientes, soportando el dolor que casi parecía que rompería sus huesos, y cayó de rodillas. La mano del hombre se situó en su torso, extendida.
—¿Qué demonios haces? —mencionó forzado.
Cerró la mano con fuerza, clavando los dedos en la piel del ángel, y como si se estuviera desintegrando, entró en el interior de su cuerpo.
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El Velo del Olvido
Fantasía[Advertencia de contenido: Narrativa lenta, violencia, madura] En una era donde las espadas reinaban, un campeonato se organizó debido a los incesantes ataques a Inostreya. Esta, cansada de las arremetidas de reinos vecinos, enfrentó a los más vale...