Resonó un golpe seco en las puertas del castillo, se abrieron de par en par aun siendo altas e inmensamente pesadas, y los pasos de las botas de tela se escucharon como si de un caballo a trote se tratara.
La sala quedó en silencio en segundos, y mientras Uriel avanzaba entre paredes de piedra y suelos de ladrillo cincelado, los guardias corrieron hacia él para detener su avance. Pero, tan pronto como se acercaron y este posaba su talón, el suelo crujía y se resquebrajaba.
Una advertencia, como los religiosos dirían, para mantener las distancias.
Aunque todos ellos tuvieran el arma desenvainada, ninguno fue capaz de acercarse ni hacerle frente, pues sentían como si algo... les dijera que no era un enemigo.
Como si algo les insistiera en que no era a él a quien debían advertir ni amenazar, sino al que se debía de escuchar y aceptar.
—¡Lovhos! —gritaba por todo el castillo— ¡¡Lovhos!!
El pueblerino se había aseado y sentado en la cama.
Su cabeza estaba hecha un lío, pero a la vez, sumamente embobado. Había disfrutado de aquel encuentro mucho más de lo que esperaba, y aunque la reina había ido con una meta meramente política, deseaba que también lo hubiera disfrutado tanto como él.
Pensó que sería incómodo y desagradable, pero lejos de la realidad, habían conseguido que todo saliera sobre ruedas. Debía agradecer a la enfermera por haberlos acompañado.
—¡¡Lovhos!! —La puerta de su habitación salió volando por los aires, haciendo un estruendo al otro lado de la pared.
El pueblerino abrió los ojos de par en par, y vio a Uriel entrar por la puerta.
—¡¿Quién ha sido?! —gritó frente a él.
—¿Quién...? —Se había levantado de su asiento en un instante. Estaba totalmente desorientado tras ver la madera volar.
—¿A qué maldita mujer... has dejado que tome tu descendencia? —juntó su rostro, severamente enfadado.
—¿Qué? —parpadeó— ¿No habías dicho que aprovechara mis días con mujeres?
—¡Puedes acostarte con quien quieras, pero querer expandir la semilla de un dios, es otra cosa!
—¿Qué... diferencia hay?
El ángel suspiró y arrugó su nariz, intentando calmarse. En parte, no le había explicado nada.
—¿Quién ha sido?
Lovhos frunció su ceño, desconfiado del agresivo temperamento que empezaba a acostumbrarse.
—Has lanzado la puerta de una patada —mencionó confundido, con los ojos clavados en la madera—, no es que me importe decirlo, pero no me siento cómodo compartiéndolo contigo —desvió su mirada.
>>Además... ¿qué tiene de malo que los dioses vuelvan? Si el mundo así lo quiere, y por algo habré nacido, será porque los necesita.
El intruso quedó en silencio varios segundos.
—Eres estúpido hasta la médula.
Lovhos miró hacia él, escuchándolo hablar nuevamente:
—De cualquier forma, la encontraré —suspiró molesto—, pero dime, Lovhos, ya que la curiosidad te aflige. ¿Cuánto hace que no ha caído una tormenta que arrase con pueblos y aldeas?
El pueblerino frunció su ceño, desconcertado.
>>¿Cuánto hace que plagas que destrozan las cosechas no aparecen? ¿Y cuánto hace que la peste no avanza entre los hombres?

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El Velo del Olvido
Fantasía[Advertencia de contenido: Narrativa lenta, violencia, madura] En una era donde las espadas reinaban, un campeonato se organizó debido a los incesantes ataques a Inostreya. Esta, cansada de las arremetidas de reinos vecinos, enfrentó a los más vale...