—Te lo mereces, niño maldito. Sólo causas desgracias allí donde vas.
—Yo no he hecho nada... —Habían tirado una cubeta de agua sucia sobre el niño, el cual rondaba los ocho años.
—¡Claro que sí! —respondió un tercero- ¡Mi madre no estaría enferma de no ser por ti!
—Pero yo no he hecho nada... —sollozaba.
—Todo el mundo lo sabe. No estarías en el granero encerrado por ser inocente, niño maldito.
El dúo de jóvenes habían ido a visitarlo por aburrimiento, y mientras más lo veían llorar y quejarse, envuelto en excrementos de cerdo y vaca, más gracia les hacía.
—Por favor... —suplicaba—. Yo no he hecho nada... —sollozaba.
Pasaron días, semanas, y meses. Y mientras más crecía, más se preguntaba: "¿Qué he hecho? ¿por qué estoy aquí? ¿por qué tengo estas marcas? ¿por qué todo el mundo las odia?"
Nadie quería saber de él, mas su patrón en la piel ahuyentaba a todo el que las veía. De alguna forma, sentían que debían alejarse, como si permanecer a su lado les hiciera retorcerse y separarse de la vida.
Era un sentimiento casi como... viajar sin vuelta atrás; como si abandonaran su cuerpo, su alma, o su planeta.
Un terror infundido en lo desconocido.
Pasaron varios años, y en ningún momento tocó el exterior. Había vivido en ese lugar desde el primer año de vida: su madre no lo quería, y su padre intentó acabar con él en un arrebato de ira. Su familia había sido tratada como un despojo desde que nació, y no tuvieron otra opción que abandonar la aldea. Sin embargo, la maldición que su linaje parió, lo dejaron atrás.
Sabía lo que era el sol por las pequeñas rendijas que dejaban traspasar los rayos entre ellas. Sabía lo que era una mujer, por la señora que limpiaba el granero, sabía qué era la comida, por las migajas que algún niño le tiraba a escondidas, y el cariño, por la compañía que una joven le daba de vez en cuando; hablando entre tablas.
Pero también sabía lo que era el dolor cuando era apedreado por grupos de adolescentes. Sabía lo que era ser despreciado, y amenazado de muerte un millar de veces.
En parte... deseaba que alguna de todas esas veces se cumpliera.
Pero los momentos que más recordaba con nitidez no eran todos esos. Esos eran desagradables e incoherentes. Pero los que más recordaba... eran los de una mujer, la cual entraba varias veces en semana para darle de comer a los animales.
Cada vez que entraba, rezaba por que tuviera un buen día para así no desquitarse con él.
La mujer que cuidaba de los animales era conocida por su brutalidad a la hora de tratar con ellos. Siempre llevaba un hierro con ella cada vez que entraba al granero.
Se encargaba de traer y llevar a las vacas, de ordeñarlas, o de cambiar a los cerdos de establo.
Esa mujer... a veces traía el hierro al rojo vivo para mover a los animales más rápido, pues no tenía paciencia alguna en hacer su trabajo. Y cuando había tenido una discusión en su familia, un tropiezo con una piedra, o una simple tos que la atragantara, sólo podía mirar hacia una cosa: Lovhos.
Los gritos desde fuera del granero se escuchaban a leguas, mas todo el mundo sabía qué estaba pasando; pero nadie se inmutaba.
Lovhos había conseguido irse de esa aldea mucho tiempo después. Cuando rozaba los veinte años, quizás.
Sin embargo, para poder zafarse de ese lugar tuvo que tropezar muchas veces, pues no vivía en un lugar cualquiera, sino en una isla.
Para salir de allí debía construir una barca y saber qué llevar en su viaje.
![](https://img.wattpad.com/cover/363053203-288-k693162.jpg)
ESTÁS LEYENDO
El Velo del Olvido
Fantasy[Advertencia de contenido: Narrativa lenta, violencia, madura] En una era donde las espadas reinaban, un campeonato se organizó debido a los incesantes ataques a Inostreya. Esta, cansada de las arremetidas de reinos vecinos, enfrentó a los más vale...