Capítulo 5

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Sentí ganas de llorar. No había nada, no había escritorio, no había nevera, ni siquiera una televisión como la que había en mi dormitorio. Solo había una pequeña cama demasiado vieja, cubierta con un par de mantas que sabía de sobra que no eran capaces de abrigar a nadie. Recordé entonces cuando llegué al edificio y pregunté por el costo de las habitaciones, habían tres precios. Estaba el cuarto "de lujo", que poseía baño privado, una televisión unas tres pulgadas más grande que las estándar, un closet incrustado a la pared y un espacioso balcón con buena vista a $500,00 dólares mensuales. Luego estaban las habitaciones regulares, la que yo tenía y las que eran más solicitadas, a $200,00 dólares por mes. Y por último estaban las más económicas, las que no poseían nada más que una cama sin mantas. Según el arrendatario, él no solía ofrecerlas a no ser que le preguntaran si tenía algo más barato, cosa que yo hice, pero que opté por no tomar, pues necesitaba de los insumos básicos que me proporcionaba la habitación regular.

Darme cuenta que Tweek vivía así, no hizo más que generar en mí una angustia tremenda. ¿Por qué alguien tan joven viviría aquí? Tan solo, tan mal. ¿Por qué o quién trabajaba tanto hasta enfermarse y no ver reflejado sus ingresos en lo que era su hogar?

Dejé caer mi espalda sobre la pared y me quedé allí un largo rato. Comparaba la esencia del cuarto con la de Tweek, tan olvidado, tan frío, tan triste. Era increíble como esa aura impregnada en las paredes se aferraba a mi cuerpo debilitándolo. Estaba enojado, Tweek a veces ni siquiera comía y en este lugar a nadie le importaba. No entendía cómo, incluso el señor Evans, quién parecía ser el que más seguido lo veía, no hacía algo, podía comprender que el chico lo ignorase como a todos, pero solo era eso, un chico. Como adulto debía de frenarlo un día y ayudarlo, aunque sea dejándole algo para comer.

Detestaba a las personas que solo observaban y no hacían nada. Yo no quería eso, me veía incapaz de abandonarlo, por mucho que él ignorara cada palabra, cada mirada y cada acción que hacía por él. No iba a dejarlo a su suerte como lo hizo el resto. 

Me adentre en el cuarto y me senté sobre la cama, la cual rechinó a penas me dejé caer sobre el colchón. Miré las paredes casi sin color, el piso polvoriento y la pequeña ventana que daba al farol de la calle. Me quedé allí meditando no sé por cuánto tiempo, pero hubo un momento en que dejé mi mente en blanco y solo observé mis tenis mal atados. Bajé las manos dispuesto a atar las agujetas, pero me detuve, pues algo junto a una de las patas de la cama había llamado mi atención. Bajando mis rodillas al suelo deslicé lo que parecía ser un pequeño cofre. Me quedé sentado en el piso y observé con detalle el objeto. Sobre la tapa estaba escrita la palabra "Mamá" con un marcador negro ya gastado. Podía notarse, por la letra desordenada, que había sido escrito por un niño pequeño hace mucho, mucho tiempo.

Al releer la palabra mamá, por primera vez pensé en los padres de Tweek. No tuve ningún pensamiento positivo sobre ellos al ver el estado en que vivía él. Ningún padre abandonaría así a su hijo, al menos la mayoría. Eso me daba a entender que Tweek podría no tener padres o tener unos muy malos.

El cofre era liviano, parecía que no tenía nada dentro, pero si lo movía de un lado a otro entonces un leve ruido se escuchaba. Dejé el cofre sobre el suelo y guíe mi mano a la pequeña cerradura para abrirlo, pero justo en ese instante me detuve. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué me encontraba escudriñando en cosas que no eran mías?. Me sentí fuera de lugar y culpable, no debía estar aquí ni mucho menos tocar las cosas de Tweek sin permiso. Me reí y me dejé caer contra el costado de la cama desordenando mi cabello. Era un idiota. Pero me sentía tan curioso y expectante que hasta ahora no me detuve a analizar el como yo estaba actuando.

Tras su Puerta / ReescritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora