Capítulo 8

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Era viernes, habían pasado cinco días desde mi discusión con Tweek, luego de eso ninguno de los dos se dirigió la palabra cuando nos cruzábamos en el elevador o en las escaleras de la entrada. Cada vez que recordaba el motivo de nuestra pelea me sentía como un idiota queriendo volver el tiempo atrás, fastidiándome el hecho de haber arruinado la relación que poco a poco avanzaba. Me preguntaba cómo iba a solucionar esto, cómo iba a ganarme su confianza de nuevo, si es que la había tenido alguna vez.


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La mañana era cálida a pesar de que estábamos en pleno otoño y que la mayor parte del día se la pasaba ventoso y nublado. Me había puesto la chaqueta de cuero que me había obsequiado mi padre antes de dejar el pueblo, la cual era cómoda y con estilo, y abrigaba lo suficiente para un día no tan frío. Tenía cierres verticales a un costado de las mangas y algunas tachas en los hombros. Viéndome en el reflejo de un cartel digital en la parada de autobús, me burlé de mí mismo y mi apariencia. Lucía como el típico chico malo de la ciudad, que fumaba y se acostaba con cuanta chica conocía. Mi hermana diría que, a pesar de verme así, seguiría siendo el mismo chico tonto y blandito que lloraba con los perritos que salían en las películas. No la contradecía, siempre fui un niño bastante sensible ante los animales. Se podría decir que esa fibra en mi era bastante perceptible, siempre sentí el dolor ajeno como propio, quizás esa era una de las razones por las que estaba tan enfocado en Tweek, en su soledad, en su tristeza, en su hambre, todo aquello podía sentirlo y me rompía el alma no poder hacer más. 

El autobús que me hallaba esperando había llegado, me subí y me senté en el primer asiento libre que encontré a un lado de la ventana. Esa mañana no entraba a trabajar hasta las cuatro de la tarde porque el horario de la pizzería había sido modificado, lo que me dejaba bastante tiempo libre. En un inicio había pensado dormir hasta tarde y pedir algo por teléfono para comer, pero una idea estúpida se me cruzó por la mente y ahora me encontraba en camino para ir a visitar al padre de Tweek.

Cuando llegué a la clínica me detuve frente a las puertas, dudoso de entrar o ir directo al jardín donde lo había visto las dos últimas veces. Pero la idea más sensata era ir a recepción y preguntar.

— Tu eres el amigo de mi hijo — Una voz a mis espaldas me hizo voltear y encontrarme con quien venía a ver. El hombre yacía en su silla de ruedas siendo empujado por una enfermera. Le sonreí saludándolo y pronto me pidió que le acompañase hacia el jardín. Me dijo que le gustaba usar su horario de visita para ir a afuera a tomar el sol cuando este salía entre los días fríos. Una vez que llegamos a la pérgola de madera, sitio que parecía ser su lugar favorito, la enfermera nos dejó a solas luego de indicarme que la llamase si algo ocurría.

— Aún no puedo creer que Tweek me haya obedecido y ahora tenga un amigo — Dijo el señor Richard riendo mientras me miraba como si fuese la octava maravilla del mundo — Ese chiquillo siempre ha sido un rebelde, muy difícil de persuadir

— Me he dado cuenta — Me reí buscando un lugar en donde sentarme. A pesar de que habían un par de asientos, preferí sentarme en suelo junto a la silla del hombre — No había conocido a nadie parecido a él

— Si, mi muchacho es especial — Especial no es como yo lo describiría, más bien, era complicado y muy terco — me alegro mucho de que por fin tenga a alguien — Me dice volteándome a ver con cariño. Entonces me sentí mal al ser parte de la mentira de Tweek. Su padre se veía demasiado emocionado con la idea — Tu nombre es Craig ¿verdad?

— Si, señor — Digo de inmediato.

— Craig — Repite sutil, como saboreando mi nombre entre sus dientes — ¿Cómo se conocieron tu y mi hijo?

Tras su Puerta / ReescritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora