PRÓLOGO

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Había conocido a un chico, él era pálido, delgado, con una alborotada cabellera rubia y poseedor de un aura extraña, una que no pasaba desapercibida para nadie. Me había topado con él un par de veces en el pasillo del edificio al que me había mudado hacía poco menos de dos semanas. Caminaba con el cuello encogido entre sus hombros y con la vista pegada al suelo como si la cerámica desgastada y pasada de moda fuera lo más interesante del lugar.

Particularmente no le había prestado demasiada atención a su persona más allá de la leve chispa de curiosidad que sentía por su singular forma de andar, al menos no hasta que un día su presencia comenzó a irritarme.

Éramos vecinos, su puerta quedaba exactamente frente a la mía, por lo que me era imposible ignorar el estruendoso portazo que producía eco por todo el lugar cada mañana. Prescindí del hecho por tres días hasta que finalmente mi paciencia se agotó y decidí que optaría por hablar con él debido a su comportamiento, pero grande fue mi sorpresa cuando éste solo me mostró una fría y desinteresada mirada, casi como si mi existencia fuera la nada misma. Me ignoró descaradamente mientras yo le pedía de forma amable que dejara ese molesto hábito que perturbaba mi tranquilo vivir, pero fue inútil. A la mañana siguiente volví a escuchar el estruendo que hacía crujir mi ventana. Volví a insistir en hablar con él en dos oportunidades más, pero me volvió a ignorar apresurando el paso hasta desaparecer en el elevador ubicado al final del pasillo, mientras que yo volvía a mi habitación y lo veía partir desde el pequeño balcón que había en mi habitación, observando como la delgada figura del chico, montado en su oxidada bicicleta, se perdía al final de la calle como cada día.

No sabía si era correcto decir que él era un chico raro, pues era un término demasiado amplio y ambiguo, pero jamás lo había escuchado emitir palabra alguna ni tampoco recordaba haberlo visto con la espalda recta y la mirada al frente. Llegué a pensar que quizás era discapacitado y no podía oír o hablar, pero en una de esas tantas fallidas oportunidades en las que quise conversar con él, me puse frente su cuerpo con el propósito de que se detuviera y me prestara atención, pero este solo me rodeó como si yo fuera parte de la decoración del lugar.

Con ello comprobé que me ignoraba de forma adrede.

No pude evitar comenzar a odiarlo, pues una de las cosas que más detestaba en la vida era despertarme temprano por la mañana y aquel portazo que cada día sonaba puntualmente como una alarma a las ocho de la mañana, me hacía querer arrancarme el cabello. Después de despertarme no podía volver a dormirme, mi sueño era tan frágil como el de un bebé recién nacido. Lo único que podía hacer a esa hora era levantarme y verlo desde el balcón y maldecir su pequeña espalda que se iba despreocupada.

A veces me obligaba a no darle tanta importancia a este pequeño detalle, pues por fin había encontrado un "buen" lugar para vivir, a pesar de no ser un apartamento como tal, pues el lugar consistía en una pequeña habitación con los insumos primordiales: una cama, una mini nevera, un escritorio y una pequeña televisión plana colgando de una esquina. Los baños eran compartidos al igual que la cocina y la lavandería, lo cual estaba bastante bien para mi y mi reducido presupuesto. Tampoco podía quejarme del resto de mis vecinos, la mayoría estudiaba o trabajaba por lo que no había mucho flujo de gente durante el día. Era un lugar bastante tranquilo a un precio justo. Me agradaba, era el lugar perfecto.

Bueno, exceptuando por tal detalle.

Recuerdo aún la charla que tuve con un señor de mediana edad que vivía a unas cuantas puertas de la mía. Había sido la última vez que intenté hablar con el chico rubio antes de darme por vencido.

— ¡Eres un imbécil! ¡Que te jodan! — Lo maldije en voz alta haciendo notar mi desagrado mientras este cerraba las puertas del elevador en mis narices. Me puse a reír indignado negando con la cabeza mientras volvía sobre mis pasos para adentrarme nuevamente en mi habitación.

— Te recomiendo ignorar a ese chico — Dijo mi vecino quién salía de su puerta.

— ¿Por qué debería? — Hastiado pregunté deteniéndome a su lado— he tratado de hablar con él en buenos términos para evitar problemas, pero simplemente no escucha — Me quejé despeinando mi cabello, solía hacerlo siempre que la frustración me consumía — estoy tan cabreado, que ganas de golpearlo no me faltan

— Bueno entonces lamento decirte que estás perdiendo tu tiempo — El señor suspiró echando llave a su puerta. Luego se volteó a mirarme.

— ¿Qué quiere decir? — Le pregunté— ¿Sucede algo con él? ¿Tiene acaso algún tipo de problema u algo así?... ¿o es solo un idiota? — El hombre soltó una risotada mientras que yo seguía sin entender nada.

— ¿Quién sabe? — Respondió — yo llevo más de un año intentando recibir un "Buenos días" de su parte, una sonrisa o una mirada aunque sea, pero aún así...

— ¿Es así con todos? — Pregunté incrédulo. Entonces ese chico solo era un maleducado.

— Eso parece, nunca lo he visto hablar con alguien más y ni siquiera sé su nombre, es como si fuese un pequeño fantasma que deambula por aquí y por allá — No supe cómo reaccionar ante ello. Si la situación con este chico era como lo pintaba este señor, entonces yo estaba hablándole literalmente a una pared y como muy bien había dicho mi vecino, solo perdería el tiempo si seguía insistiendo— Si no te acostumbras a lo que sea que te moleste de aquel chico, deberías empezar a buscar otro lugar en donde vivir, porque dudo mucho que él vaya a cambiar — Posterior a aquellas palabras el hombre me dedicó una sonrisa compasiva y prosiguió su camino por el pasillo hasta el elevador.

Aquello estuvo rondando por mi cabeza los siguientes días, haciendo, para mi sorpresa, que la forma en la que veía al chico azota puertas cambiara. Mi enfado fue sustituido por una inusual curiosidad. A pesar de estar consciente del consejo del hombre, de intentar ignorarlo y acostumbrarme, sabía que no iba a poder quedarme tranquilo aceptando esa opción como si nada.

Aquí era cuando mi tan odiado complejo de detective salía a flote.

¿Cómo se llamaba el chico?, ¿Por qué su actitud era así?, ¿Qué ocultaba?, ¿Cuál era su historia y la razón de salir tan temprano cada mañana? Sabía que no me incumbía, que no debía indagar más allá, pero ignorar a ese chico como si no existiera me generaba ansiedad, más cuando su mal pintada puerta me llamaba a abrirla y conocer todos sus secretos. 

Tras su Puerta / ReescritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora