-Emily, despierta, ya estamos llegando...- Susurró mi madre, dándome un pequeño codazo. Yo la miro de reojo y me siento de nuevo, fingiendo que no llevaba por lo menos 2 horas durmiendo. Suspiré malhumorada. Yo no quería estar allí, no quería irme de Londres. Supongo que lo hacía por mi bien, no tengo ninguna duda.
-Qué ilusión...- Dije desganada y con un pequeño toque de sarcasmo. El justo para no ofender a mis padres, aunque puede que lo hiciera igualmente.
Mi madre me miró con lástima, las ojeras eran visibles en sus ojos. Me sentí culpable por parecer egoísta, pero todo lo que había dejado atrás era demasiado para mí.
-Emily.- Dijo mi padre en tono de advertencia. Yo sellé mis labios. –Vamos, sólo será una temporada, hasta que las cosas vayan mejor.
-¿Y cuándo irán mejor?- Pregunté cruzándome de brazos, exagerando un suspiro.
-Señorita...- Murmuró mi madre. Decidí no apretar más la situación.
-Ah, lo siento, madre, es que... Mi vida estaba en la ciudad, lo he dejado todo.- Dije con la cabeza gacha. La Sra. Lynch era una mujer comprensiva.
-Sólo será por un tiempo, cariño. Verás que bien te viene un poco de aire fresco.- Dijo agarrándome la mano.
-He dejado a todos mis amigos atrás... A Hugh...- Suspiré. Desde luego el viaje se me estaba haciendo muy largo.
-¿Te refieres a ese botones mequetrefe?- Preguntó mi padre. Nunca le caerá bien.
-William.- Reprendió mi madre, suavizando la situación.
Mi padre calló y siguió conduciendo. Cada vez había menos farolas en las carreteras y lo único que podía ver eran pequeños grupos de luces muy separados entre sí.
Era como la senda silenciosa que me llevaba a mi destino. Un destino al que no quería llegar.
La guerra pasó. Fueron sólo unos años malos pero duraron lo suficiente como para sufrir sus efectos. Ya no había bombardeos, cifras de bajas en los periódicos, pero sí que había hambre. Siempre odiaré a aquellos imbéciles que sacaron sus fusiles y destrozaron a tantas familias, incluida la mía.
Lo poco que recuerdo antes de que el conflicto se recrudeciera eran las sonrisas de mis padres, la luz entrando a nuestro maravilloso ático de Londres. El color de la ciudad, el ánimo de la gente, la música sonando alegre por la radio. Pero poco más consigo recordar. Después las interferencias y las sirenas antiaéreas se convirtieron en la nueva música. Entonces ya había crecido, ya me daba cuenta. No podíamos comernos las alfombras elegantes, ni los candelabros plateados. La riqueza no conlleva un estómago lleno. Mi padre intenta ganarse la vida como puede y mi madre se dedica a poner una sonrisa en mi cara.
Llegó un momento en el que no fue suficiente. Lo poco que teníamos fue escaseando y odio pensarlo así, pero me acabé convirtiendo en una carga para mis padres.
No, seguramente nunca sea así. No puedo quejarme de ellos. No lo merecen.
En un momento dado, visitando las viejas fotografías de la familia, surgió una revelación. Un primo lejano de mi padre que tenía una granja de gallinas en un pueblo de Yorkshire, bueno, al menos sus padres la tenían. A juzgar por sus palabras, hace más de 30 años que no se ven.
Pero ese no es el motivo de mi nueva aventura, o bueno, en parte sí. En las ciudades se pasa hambre, en el campo no tanto. Seguramente esa misma deducción lógica les vino a la cabeza a mis padres. A ellos no les importaba comer un poco menos, pero yo era su única hija. Eso hizo que mi padre telefoneara a la vieja granja. No era la primera vez que una chica como yo se mudaba al campo por un tiempo. De hecho, perdí a muchos amigos así.
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Tiempos desesperados, amores inesperados (Melisha Tweedy x Fem.OC)
RomanceCuando llegué a aquella granja nunca pensé que mi vida cambiaría tanto. Yo era una chica de ciudad, ajena al duro trabajo del campo. Nunca imaginé que todo mi mundo se pondría del revés. Nunca imaginé poder enamorarme de alguien así.