Los días pasan despacio y poco a poco sentía que me iba adaptando a este tipo de vida. Yo me levantaba, me vestía, trabajaba, trabajaba y trabajaba. Tampoco me creía con el derecho a quejarme, al menos mi estómago estaba lleno y mis padres seguramente dormirían tranquilos.
Mi relación con los granjeros siguió en el mismo punto, o casi. El Sr. Tweedy era amable, un poco bobalicón, pero al menos siempre tenía una sonrisa en el rostro. El problema era su esposa.
Con los días el carácter agrio e irascible de la Sra. Tweedy no cambió, pero parece que el trabajo que hacía la satisfacía lo suficiente como para no insultarme o despreciarme demasiado. Al menos no tanto como ese primer día. Sería una tonta si pensara que fue gracias a que yo le levanté la voz, o a que me disculpé por algo que no había hecho.
Me conformé con las aguas tranquilas, con un gruñido, un suspiro o un gesto vago con la cabeza. Más allá de eso, sólo había silencio y miradas que no conseguí descifrar. Seguramente estaría subiéndose por las paredes por no haber tenido razón, porque esa mocosa de ciudad era lo suficientemente competente como para no ser una carga.
Tengo que decir en su favor que me costó mucho al principio. Me faltaban horas de sueño, pero sí que podía relajarme con un baño caliente o con una tranquila noche de lectura bajo el cálido fuego de la chimenea. Hugh contestó a mi primera carta y eso me dio esperanza. No me había olvidado.
Con el paso del tiempo, aprendí a cuidar de esos pequeños animalitos. Me gustaba dialogar con ellos, pensar que me escuchaban de alguna manera, incluso el único gallo del corral, que, a diferencia de las demás gallinas tenía nombre, Fowler.
El Sr. Tweedy me contó que lo ganó en una subasta del ejército. Al parecer había sido una de las mascotas de la unidad. Seguro que ese viejo gallo tenía muchas cosas que contar si pudiera hacerlo.
Y ahí estaba, una noche tranquila, sin más trabajo que hacer que hundirme en mis libros, luchando fuertemente con el sueño que tenía.
El Sr.Tweedy hacía tiempo que había ido a dormir, y yo estaba en la sala de estar, recostada en un viejo sofá. En el otro extremo de la habitación, una apenas perceptible Melisha Tweedy concentrada en sus papeles.
Esos eran momentos de calma, no había palabras, ni siquiera intención de saber que yo también estaba allí. Empecé a atesorar esos instantes de paz, sin palabras de desprecio y sin motes ofensivos. Era como estar en el ojo del huracán. Un tiempo de paz, pero que cuando acabara, volvería a zarandearme como una muñeca de trapo. Yo ya había planeado una estrategia: La mejor conversación es no tener conversación.
Me incorporé un poco para que mis ojos no se cerraran y dediqué una fugaz mirada a la mujer sentada en el escritorio. Para ella seguramente ni siquiera existo en ese momento y es mejor así.
Sin decir una palabra, se levantó ojeando las cartas que había en la mesa. Se acercó un poco, un poco más. Intenté seguir leyendo pero cada vez que la Sra. Tweedy se movía todo mi cuerpo se ponía en alerta.
Cuando estaba a poca distancia, con un gesto de indiferencia, dejó caer una carta en mitad de mi libro. Fingiendo un sobresalto, la miré brevemente y luego cogí el sobre.
-Es para ti, mocosa.- Susurró, volviendo a su mesa.
Después de una mirada sombría miré el remitente. Oh, era de Hugh. Siempre era una alegría cuando la carta que recibía era de mi novio, y no de mis padres. Me encantaba su escritura torpe y llena de errores gramaticales.
La abrí con interés, dejando el libro a un lado. Miré de nuevo de reojo a la mujer, que se sentó con un suspiro cansado y me dispuse a leer la carta.
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Tiempos desesperados, amores inesperados (Melisha Tweedy x Fem.OC)
RomanceCuando llegué a aquella granja nunca pensé que mi vida cambiaría tanto. Yo era una chica de ciudad, ajena al duro trabajo del campo. Nunca imaginé que todo mi mundo se pondría del revés. Nunca imaginé poder enamorarme de alguien así.