Capítulo 17: Hay algo raro en esas gallinas

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No dije nada, me quedé en silencio disfrutando se sus suaves caricias, temblando de frío, exhausta y emocionada. Lo que había ocurrido era algo importante, un paso en mi vida que me hizo comprender cuán equivocada estaba, cuánto tiempo había perdido soñando con el hombre ideal.

Pero esa peligrosa idea que surgió en mi cabeza, la idea de que algún día tendría que marcharme se quedó dentro de mi cabeza mientras mi cabeza descansaba en su pecho. Tendría que hacerlo, desde que llegué allí sabía que tendría que volver, yo deseaba hacerlo. Deseaba, ya no.

Maldije a mi conciencia por pensar en esas cosas en un momento como ese. Yo creía que podría vivir sabiéndolo, pero pensarlo era una tortura, mucho más que el frío de esa noche recorriendo mi cuerpo desnudo.

Mientras la miraba de reojo, me preguntaba qué pensaba ella. ¿También le dolía que yo me tuviera que ir? Era difícil saberlo. Su mirada era reflexiva, errante. No quería estropearlo, no quería discutir de nuevo, no después de lo que había ocurrido. Sería mucho mejor pensar en el carpe diem, en la frase que salió sola de mi boca unas horas atrás. Me creía fuerte, capaz de ello. Desgraciadamente ese acto de amor clandestino, pasional, me hizo ver que nunca he sido fuerte, que sólo me estaba engañando a mí misma.

A la mañana siguiente, esos pensamientos continuaron. Pero no fueron los únicos. No podía, simplemente no podía mirar a Willard Tweedy a la cara. Lo que había pasado esa noche era mucho más grave que unos besos escondidos. Mis manos temblaban cada vez que me miraba con sus ojos inocentes. Sabía que lo que hacía estaba mal por muchos motivos, y uno de ellos era la otra persona que vivía en la granja, era su marido.

Si bien es verdad que parecía vivir en otro universo, yo no podía quitarme de la cabeza que ese hombre estaba siendo vilmente engañado, y que yo era una gran parte del problema. Pero, ¿la ignorancia hace la felicidad? Supuse que sí, pero sólo él podía ser feliz, yo no podía evitar sentirme cada vez más culpable.

Como si el destino quisiera darme una reprimenda, ahí estaba yo, ayudando al Sr.Tweedy con unos sacos de grano. Me preguntaba qué estaba pensando, ¿seguiría con su obsesión por las gallinas? Oh, por supuesto que lo hacía. No parecía querer hablar de otra cosa.

-Es siempre la misma...- Murmuró, mirando con el ceño fruncido hacia el corral. Yo asentí, procurando que mi nerviosismo no fuera tan evidente.

-¿La naranja?- Pregunté, a pesar del nudo que había en mi garganta.

Por mucho que tratar de evadirme, en mi cabeza había una voz acusatoria que me recordaba que la noche anterior hice el amor con su mujer.

-Esa misma...- Susurró, justo cuando pasábamos al lado de Melisha, que parecía estar comprobando las existencias de paja de la granja.

-Seguramente sea más lista que el resto.- Dije, cruzando una breve mirada con su esposa. –Es increíble que unas gallinas sean capaces de hacer esas cosas.

Por lo menos el silencio no formaba parte de su personalidad. Estuvo toda la mañana hablándome de todos los intentos de esa gallina por escapar. Parecía una auténtica broma, pero yo sabía que había algo de cierto en ello. La manera en la que esos animales se expresaban no era normal en absoluto.

-Bah, seguramente me lo estaré imaginando.- Murmuró el hombre, dejando la carretilla en el suelo. Sentí una enrome lástima en ese momento.

Melisha le despreciaba, le insultaba cada vez que podía, recordándole sus evidentes defectos. Pero con las gallinas era diferente. Si bien creo que en algunos aspectos exageraba, no creía que estuviera equivocado. Si todo aquello estaba en su cabeza, ¿por qué yo también veía cosas extrañas? O bien esas gallinas trataban de volvernos locos, o realmente había perdido la cabeza hacía tiempo.

Tiempos desesperados, amores inesperados (Melisha Tweedy x Fem.OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora