Una lluvia inesperada acabó con cualquier conversación, obligándonos a meternos dentro de la casa. Yo estaba pensativa, sin hablar. Pasteles de pollo o el fin de nuestra historia de amor. Maldije a la vida por ser tan injusta, por obligarme a elegir entre mis principios y mi corazón.
Dejé de ser consciente del tiempo, sólo mis pensamientos existía, sólo esas dudas, ese futuro incierto.
La tarde llegó sin apenas inmutarme. La lluvia había remitido y estábamos las dos a solas. No había palabras, ni miradas, sólo el sonido melancólico de las canciones de la radio. Ni siquiera eso parecía estar a mi favor.
La atmósfera era deprimente, vacía, como si hubiera retrocedido a esos días en los que yo sólo era un estorbo para Melisha. Quizás nunca dejé de serlo.
La miré de reojo, mientras estudiaba unos papeles sin levantar la mirada. Yo estaba recostada en el sofá. Ni siquiera tenía ganas de leer. Estaban pasando demasiadas cosas por mi cabeza, todas preocupantes y tristes. Supuse que era el preludio al final, un último trayecto triste, desesperanzador.
No pude evitar sollozar, limpiándome una lágrima de mi mejilla, mientras miraba por la ventana. La puesta de sol era una señal más que me decía que eso no acabaría bien. El sonido del lapicero rozando con el papel se detuvo.
No quise mirar. No quise ver si quiera si ella me miraba, si había llamado su atención. Cuán cruel era el destino, poniéndome en una situación tan difícil. Tenía que sacrificar mi ética, la concepción que tenía de esas gallinas. Eran animales especiales, pero nunca podrán demostrarlo.
¿Todo para qué? ¿Una vida nueva? ¿Dónde? ¿Qué les iba a decir a mis padres?
Incluso la visión optimista de ese futuro exitoso tenía sus problemas.
Ella Fitzgerald sonando en la radio no me ayudaba en absoluto. Melisha o yo. Era una decisión que tomar, una para la que el destino había preparado sus dados. Una decisión manchada de sangre de seres que entendían mis palabras, que eran capaces de razonar.
Suspiré centrando mi mirada en los gallineros. Me preguntaba si ellas eran conscientes de su destino. Una parte de mí deseó no haber detenido a ese grupo aquel día, que hubieran escapado. Eso significaría la ruina de los Tweedy, la ruina de Melisha. ¿Eso era algo malo? Si la granja se arruinara, ¿no daría lo mismo? No tendría que estar con él. Podía ser pobre en cualquier otro lugar y no estaría sola, estaría conmigo.
Sacudí la cabeza horrorizada por mis propios pensamientos.
Una mano en mi hombro me sobresaltó. Ella era siempre sigilosa, siempre pasaba desapercibida si ella lo quería. No había nadie como ella. Nunca encontraría a alguien como ella.
No dijo nada, sólo me miraba con curiosidad, con la mirada serena, comprensiva. Por supuesto Melisha Tweedy era una experta en leer pensamientos, aunque no había que ser ninguna experta para hacerlo en ese momento.
Ella me entendía y en ese momento me di cuenta. Seguía callada, extendiendo una mano hacia mí. Sabía lo que necesitaba, necesitaba su amor, su cariño, su comprensión. Necesitaba no sentirme sola. Necesitaba que me recordara por qué tenía que mantener la esperanza.
Yo cogí su mano, dejando que me levantara suavemente, tirando de mi cuerpo.
Yo tampoco dije nada. No eran necesarias las palabras en ese momento.
La música sonaba de fondo mientras ella llevaba mi mano a su hombro, rodeándome la cintura.
Nuestros movimientos eran lentos, siguiendo el ritmo de esa música melancólica. Un baile tranquilo y silencioso. Cerré los ojos, disfrutando del suave balanceo, de ese acto de amor sutil, uno que yo no pedí, pero que necesitaba.
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Tiempos desesperados, amores inesperados (Melisha Tweedy x Fem.OC)
RomanceCuando llegué a aquella granja nunca pensé que mi vida cambiaría tanto. Yo era una chica de ciudad, ajena al duro trabajo del campo. Nunca imaginé que todo mi mundo se pondría del revés. Nunca imaginé poder enamorarme de alguien así.