Capítulo 4

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—¡¿Cuántas veces tengo que decirte que no toques mis cosas?! —exclamé, conteniendo el impulso de gritar, consciente de que, si perdía el control, la situación podría terminar en un escándalo familiar o en las noticias

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—¡¿Cuántas veces tengo que decirte que no toques mis cosas?! —exclamé, conteniendo el impulso de gritar, consciente de que, si perdía el control, la situación podría terminar en un escándalo familiar o en las noticias.

—Solo... solo quería ver tu araña —tartamudeó mi hermano pequeño. Ante la visión de mi vitrina de cristal destrozada en el suelo, una oleada de desesperación me invadió, dándome ganas de salir corriendo de allí.

En ese momento, mi madre hizo su entrada, interrumpiendo la escena caótica con una calma desconcertante a pesar de su rostro parcialmente oculto por rodajas de pepino.

—¿Qué es todo este alboroto? —preguntó con una voz que, a pesar de su aspecto cómico, no perdía su autoridad materna. Los sábados eran su día de spa sin excepciones, y la única pista de había un humano bajo esa capa de vegetales era su inconfundible melena pelirroja que siempre recogía en dos moños prácticos.

—Adrien ha roto mi vitrina —Me incliné para recoger los fragmentos más grandes de vidrio que se esparcían por el suelo.

—Déjalo, Thomas. Alguien vendrá a limpiar eso. No puedes arriesgarte a cortarte, eres mi jugador estrella —intervino ella con su tono de mánager personal. Era mi fan número uno y nunca perdía la oportunidad de presumirlo—. Y tú, señorito...

Su mirada se posó sobre Adrien, quien, consciente de la regañina que le esperaba, adoptó su expresión lúgubre, era un pequeño actor. Solté un resoplido mientras se aferraba a las caderas de nuestra madre. Casi podía ver el titilar de su halo angelical, el cual estaría en serio peligro si mis manos lo hubieran alcanzado.

—Yo solo estaba tratando de agarrar a la araña, mamá.

—¿Para qué querías...? —empezó a preguntar ella, pero de repente sus ojos se abrieron como platos—. Thomas, ¿dónde está el bicho?

Dejé caer los trozos de vidrio que aún sostenía y me puse de pie de un salto, escaneando la habitación en busca de Thor. A pesar de que mamá inicialmente se había opuesto a la idea de tener una tarántula en casa, había terminado cediendo, especialmente después de descubrir que su esposo era alérgico a prácticamente cualquier animal. Thor había pasado a ser el único miembro peludo de nuestra familia. Sorprendentemente nunca se le había pasado por la cabeza que uno de los gemelos intentara sacarla de su pecera.

—Encuentra a ese bicho de inmediato —ordenó mi madre, estremeciéndose con una mueca, como si pudiera sentir un millón de hormigas trepando por su piel.

—Adrien debería ser quien la busque —sugerí, agachándome para mirar debajo de la cama. No había rastro de Thor—. Después de todo, él fue quien la soltó.

—Solo quería mostrársela a la nueva maestra.

Levanté la cabeza de repente y mi cráneo se encontró con el duro filo de la cama. Con una mano frotándome mi pelo, me senté de nuevo en el suelo.

Lo que prometimos (ONC 2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora