Prometimos que bailaríamos juntos hasta el amanecer en nuestra noche de graduación, que elegiríamos universidades lo suficientemente cerca, que nunca viajaríamos sin el otro. Y de pronto, todas esas promesas se perdieron, atrapadas en el fondo de un corazón roto.
Respirar se convirtió en un deporte extremo, cada foto era una daga clavada en la piel, y ver su nombre todavía en mi teléfono era un golpe bajo. No voy a mentir, después del funeral, le escribí. Mensajes vacíos, esperando en vano una respuesta milagrosa. Extrañaba sus malos chistes, esa sonrisa que iluminaba todo a su paso. Cada día me preguntaba cómo diablos iba a seguir adelante sin él. Nos hicimos mil promesas, sin darnos cuenta de que el tiempo se nos había acabado.
Pero ese brutal accidente no solo se llevó a Oliver, también arrastró a su padre. Y junto con ellos, se esfumó mi libertad.
—¿Señorita? —El tipo con lentes oscuros me lanzó una mirada a través del espejo retrovisor.
Me recordaba a los "Hombres de Negro", y en cualquier otra época de mi vida, se lo hubiera dicho sin pensarlo dos veces, pero desde hacía un año mi mente solo se topaba con un vacío. Quizás era mejor así, que el silencio se quedara a vivir conmigo para siempre.
—Estamos llegando, sus padres ya deben de estar esperando.
No respondí, me quedé pegada a la ventanilla observando las casas alineadas, todas idénticas. Me pregunté si eso era parte del programa de protección de testigos y si funcionaba para confundir a cualquiera que intentara rastrearnos. Cada una lucía una bonita cerca blanca con jardines que parecían sacados de una revista de decoración.
Nos detuvimos frente a una casa pintada de azul. El hombre abrió la puerta trasera y mis ojos se encontraron con la silla de ruedas esperándome en el pavimento, pude captar su mirada ligeramente incómoda. Todavía no me habituaba a esto, a la incomodidad de la gente. Tal vez debería empezar a presentarme de esa manera, algo así como: «Hola, mi nuevo nombre es Penélope, la pobre chica del accidente donde el presidente y su hijo perdieron la vida el año pasado. Ah, y ahora tengo que jugar a las escondidas porque resulta que soy la única sobreviviente, y unos tipos parecidos John Wick están buscándome. Y para añadirle drama al asunto, estoy condenada a vivir en una silla de ruedas».
—Señorita —Llamó de nuevo. Me había perdido en mis pensamientos. Ya había descargado mis escasas pertenencias.
No me dejaron traer muchas cosas; pude rescatar a Dory, mi gato, algo de ropa, aunque dejé atrás el vestido de graduación, ¿para qué? No tenía sentido. También me permitieron llevarme mis libros, no todos, porque eso habría sido demasiado hasta para los "Hombres de Negro", pero al menos pude traer los últimos que había adquirido.
—Le ayudaré a bajar.
—No será necesario —La voz familiar de mi padre apareció acompañado de otros caballeros vestidos igual que mi acompañante.
A pesar de la humillación que sentía al ser cargada, permití que me tomara en brazos. Aún conservaba esa fuerza que recordaba de mi infancia, cuando me sentía protegida de cualquier mal. Pero la noche del accidente, su protección no fue suficiente. Mi padre, que por aquel entonces estaba al mando del servicio secreto del presidente, no pudo hacer nada para evitar lo que pasó. Nunca tocamos el tema; el remordimiento se asoma en sus ojos cada día.
La casa estaba totalmente preparada para mi realidad; con puertas amplias que facilitaban el paso de la silla de ruedas, una habitación ubicada lejos de cualquier escalón, con su baño adaptado. Podía desplazarme por toda la planta baja sin obstáculos. Lo primero que noté al entrar en mi cuarto fueron los posters de Taylor Swift adornando las paredes y una cama sorprendentemente grande. Alguien había puesto mucho empeño.
Escuché unos suaves toques en la puerta entreabierta y giré mi silla. Mi madre asomó su abundante cabellera negra y rizada. A diferencia de la suya, mi pelo era un poco más lacio, aunque tendía a formar ondas en las puntas. Me escrutó con su mirada esmeralda, en eso tampoco nos parecíamos. Mis ojos eran oscuros, como los de la mayoría de la gente en este mundo, pero a mí me gustaba pensar en ellos como el chocolate puro.
—¿Interrumpo? —Desde el accidente, su sonrisa habitual se había esfumado.
Negué y retrocedí un poco para darle espacio.
—Es bonita —logré decir, aunque mis ojos permanecieron sin emoción.
Ella asintió.
—Será solo por unos días.
—O meses —La verdad nadie sabía realmente, o al menos eso parecía. Intenté preguntar cuándo se llevaría a cabo el juicio, pero nadie me ofrecía respuestas. En mi familia, eso era lo habitual: muchos secretos, pocas respuestas.
—Pronto acabará esto, te lo aseguro. Tendrás que ir a un nuevo instituto por el momento.
Solté un suspiro.
—No será tan malo —intentó darme ánimos—. Tu padre encontró uno cerca, no tendrás que...
Se quedó en silencio y bajó su mirada, aún hablaba con naturalidad sobre algo que yo ya no podía hacer.
—Puedes decirlo, mamá. No tendré que caminar.
—Eso no era lo que iba a decir, cariño.
—Está bien —fruncí el ceño, y sentí la necesidad de repetirlo, aunque por dentro no lo sintiera así.
A todos nos estaba costando todo esto, sus ojos se llenaron de lágrimas y parpadeó sin parar.
—La comida estará lista pronto —Su voz se quebró y salió de la habitación.
El momento de la cena fue breve y sin mucho que decir. Mi padre aseguró todas las ventanas antes de irnos a la cama, y hasta revisó las cortinas, como si esperara ver a Freddy Krueger acechando desde el otro lado de la calle. Mi madre insistió en ayudarme con mi ropa de dormir, aunque desde hacía unos meses le había pedido que dejara de hacerlo. Con diecisiete años, que tu madre te tenga que ayudar a subirte el pantalón del pijama es un nivel de vergüenza y frustración insoportable.
La primera noche en mi nueva ciudad fue un desastre total, igual que las noches anteriores. Me desperté chillando, empapada en sudor, con un brutal dolor en la sien. Cada vez que cerraba los ojos veía a Oliver bañado de rojo a mi lado, agarrando mi mano, susurrándome cosas mientras yo le rogaba que se quedara conmigo. De repente, pasos, una cara desconocida en la ventana del conductor, un disparo, ambulancias... y mi mundo se volvió del revés para siempre.
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Lo que prometimos (ONC 2024)
Teen FictionAlgunas promesas, especialmente aquellas hechas en los momentos más difíciles, pueden ser el puente hacia un nuevo amor. ✨✨✨✨✨✨✨ Penélope, una adolescente de diecisiete años, se encuentra confinada a una silla de ruedas después de un devastador acc...