Capítulo 5

240 49 329
                                    


    Saugatuck sonaba más como el nombre de un antiguo demonio nórdico que como el de una pintoresca ciudad en Michigan

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

    Saugatuck sonaba más como el nombre de un antiguo demonio nórdico que como el de una pintoresca ciudad en Michigan. Y es que encarnaba perfectamente aquello que dicen sobre los pueblos diminutos: pueden ser un infierno muy grande.

En mi tiempo libre había tenido la oportunidad de hacer algo de investigación, descubrí que el lugar albergaba a unos ochocientos habitantes y, como suele suceder en comunidades de este tamaño, casi todos se conocían entre sí. Era el tipo de lugar donde el cartero no solo entregaba el correo, sino que también tenía un vínculo especial con cada perro del vecindario; donde el panadero, apenas después de unas cuantas visitas, ya sabía de mi debilidad por los dulces los domingos, hasta el punto de preguntarme acerca de mis postres favoritos; y donde el párroco, sin apenas conocerme, no dudó en invitarme a unirme al grupo de jóvenes que se reunía los viernes en la iglesia.

Mi antiguo hogar quizás no tuviera mucho que ofrecer, pero al menos no necesitabas salir del pueblo para disfrutar de una película, y definitivamente nadie sabía mi nombre. Aquí, en cambio, usaba una identidad falsa y todos ya conocían mi nombre.

Esta situación no resultó tan perjudicial para mi nuevo trabajo. Asistía al colegio y, después, dedicaba tiempo a estudiar con los gemelos. No eran el par de demonios que inicialmente había imaginado. En tan solo tres semanas, la noticia sobre la chica que había logrado someter a los gemelos Martin se había esparcido rápidamente, y más personas comenzaron a llamar a mis padres para preguntar si podía ayudar a sus hijos. Me vi en la necesidad de rechazar algunas solicitudes.

Existía cierto beneficio en mantenerme tan ocupada, y quizás Silvia lo vio venir antes que yo: terminaba cada día tan exhausta que mis pesadillas comenzaron a disminuir. Mi mente se desconectaba casi inmediatamente después de apoyar mi cabeza en la almohada. Aunque la imagen del hombre con la pistola aún persistía, Oliver ya no aparecía teñido de rojo ni me miraba con su rostro cargado de tristeza. La última noche, soñé que Oliver vestía de blanco y me sonreía. Había una promesa pendiente que yo no lograba recordar bien, quizás porque mi mente la había bloqueado o simplemente porque no quería enfrentarme a ese asunto. Todo lo que podía pensar era que sus últimos momentos habían sido dedicados a mí.

Realizar actividades divertidas o simplemente disfrutarlas me provocaba un sentimiento de culpa, por lo que me enfocaba en mis asuntos —con cierta dosis de irritación—, especialmente porque Thomas, el chico del instituto, resultaba ser insoportablemente inoportuno. A veces soltaba bromas durante la clase, y aunque no eran malas o dirigidas a mí, incluso lograban hacerme reír, el problema residía en que yo había jurado odiarlo en todas mis vidas. Incluso levanté mi mano derecha frente a Dory como señal de mi promesa, así que resultaba especialmente inoportuno que me sorprendiera riéndome de sus ocurrencias, lo que me llevaba a mostrarle mi peor expresión la mayoría del tiempo.

Él parecía no tomarlo a mal. De hecho, daba la impresión de que nada de lo que yo dijera o hiciera le afectaba de manera negativa. Y eso, inexplicablemente, me irritaba aún más.

Lo que prometimos (ONC 2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora