Vivían en un eterno verano.
Asher no era el estudiante más entusiasta, sin embargo, se esforzaba por no parecer el más tonto. Su concentración no duraba ni cinco segundos, quizá porque Dante le desconcentraba. Siempre encontraba el momento idóneo para admirar al chico sentado a un lado de la mesa, dándole la espalda a la ventana, leyendo en silencio un aburrido libro. No era su culpa, verle a través del movimiento de las telas, mientras la luz del sol le bañaba con timidez, era una magia para escapar de la razón.
Cada ráfaga de aire era escasa, lo suficiente para causar una esperanza con una caducidad de segundos. El viento colándose por la ventana mecía las cortinas, llevándose con su soplo, las hojas desperdigadas por la mesa. Algunas páginas danzaron en el aire, antes de caer en un lento compás hacia el suelo.
Atrapar la misma hoja meciéndose en la nada, causó la risa en ambos muchachos.
— Profesor, yo la vi primero. No me imite — Asher se excusó al jalarla a su lado, quitándole las arrugas con sus manos.
Dante se dio por vencido, abandonó su libro en una esquina de la mesa. Levantó las hojas desperdigadas por el suelo. Ignoró la mirada curiosa de Margot, quien fingía buscar un par de hilos en un estante.
— Solo fue una casualidad — dejó los papeles ordenados en una pequeña pila. Revisó fugazmente la caligrafía de Asher, sus trazos eran toscos. La práctica le ayudaría, no era un asunto preocupante. Dispuesto a retomar su lectura, quiso jalar la silla, sin embargo, la mano sobre su muñeca llamó su atención.
— Llevamos una hora estudiando, ¿por qué no salimos? — Preguntó balanceando su lápiz entre sus dedos, ansioso por convencerle — Hoy recibí mi paga por trabajar, vamos a comer un helado —
Dante meditó en silencio, dejándose arrastrar por el tono dulce y empalagoso del risueño chiquillo — De acuerdo, pero volveremos pronto. Aún debes terminar todas las tareas, no vas a convencerme de lo contrario —
El lápiz se le cayó de la mano, el grafito manchó por en medio la hoja — ¡Trato hecho! — dijo, eufórico, tirando de Dante hacia el exterior. Rebosando de alegría. Salió de la casa sin despedirse de Margot.
Dante hizo el intento al alejarse, el ruido estrepitoso de la puerta siendo cerrada por un bufido del viento, le hizo dar un salto. A tropezones siguió a Asher, sin poder evitar la alegría estirando sus labios en una sonrisa, por la dicha de causar felicidad con su presencia.
— Deberías agradecerme, es una forma de pagar por las clases, ya que no aceptas dinero — Ash farfulló, ocupado por tomar su bicicleta, quitándole un poco de polvo a la cesta. Dar un paso le hizo casi estrellarse con su profesor, cruzó miradas con el mayor, escondiendo los nervios en un brinco por la cercanía de Dante — ¿No estás muy cerca? —
Thatcher rió por la repentina actitud arisca de Asher, echándose hacia atrás, guardando distancias — ¿Tú me dejaste aquí? Yo solo estoy esperando —
Ash movió su cabeza de lado a lado, espantando las miles de palabras queriendo salir de su boca — Como sea, vamos por esos helados — señaló el asiento de su bici, esperando por Dante. Él no iba a pedalear hasta allá.
Thatcher no ponía resistencia, tras un par de semanas de práctica, llevando a Asher a cumplirle algún capricho cada día de pago, se había convertido en un experto en el camino pedregoso. La quincena pasada, fueron a comer pasteles. Subió a la bicicleta, esperando a que el menor se acomodara en la parrilla, apoyando su espalda contra la suya.
Su alumno seguía siendo un enigma. ¿Era demasiado amable o torpe? Quizá no existía una respuesta correcta, más allá del peso de Ash, mientras disfrutaba en silencio de la brisa, confiándole su bienestar a él.
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Desde tu partida
RomanceDesde la partida del amor de su vida a una muerte asegurada en el campo de batalla, Asher jamás esperó encontrar consuelo en los brazos del mejor amigo de su ex prometido, a quien tanto odiaba