Asher podía percibir su propia piel tornarse de un color rojizo, cada dedo se tatuó alrededor de su antebrazo, provocándole un enojo inconmensurable. Se arrancó con brusquedad la lágrima rodando por su mejilla, mientras se mordía los labios para no acabar sollozando. Aún con la ventana del auto abierta, se asfixiaba.
Solo al vislumbrar la seguridad de su casa, le hizo suspirar de alivio. Saltó del auto en cuanto escuchó el motor apagado, arrojó la puerta sin intenciones de contenerse, que el vehículo se desarmara, era el menor de sus problemas.
— Asher —
— No, no quiero hablar, Jayce — elevó la voz, no lo suficiente para definirlo como un grito, si para escucharse por encima de cualquier ruido — Déjame solo —
Jayce ni siquiera tuvo que esforzarse para recorrer en dos pasos lo que a Asher le tomó unos veinte. La tenue luz de una lámpara cerca a la puerta principal, iluminó el par de figuras en las penumbras de un día por acabar. Él le sostuvo al abrazarlo por la espalda, dejando caer parte de su peso sobre el cuerpo más pequeño, agitando con su respiración, los cabellos de Ash.
Su fragilidad le lastimó, entre sus brazos tenía a su mundo entero. El aroma a tabaco pegado en su ropa, contagió la de su esposo, aumentando una razón más para sentirse culpable.
— Suéltame, Jayce Huxley. Estoy cansado, quiero recostarme — parpadeó a consciencia, anhelando borrar el rastro de un llanto que nunca afloró. Su labio dolía, no solo por la herida, su daño era más profundo — Si hablamos ahora, voy a lastimarte... porque en estos instantes te odio —
— ¿Y por cuál de todas las razones — su aliento acarició las orejas de Asher, sus manos se deslizaron por sus brazos, teniendo cuidado al entrelazar sus dedos — me odias? —
Ash se negó a recibir su toque por más de un par de segundos, giró sobre sus pies, encarándolo de frente. Permitiéndose darle un puñetazo contra su pecho, el golpe ni siquiera fue fuerte, porque el impacto más doloroso fue hacia su alma.
— Ni siquiera te enojaste. ¿Quién mierda eres? Tú no eres mi Jayce, tú no eres él... ¿Dónde está? — Sus uñas se enterraron entre la tela de la camisa de su esposo. Derrotado, sus piernas le volvieron a fallar. Las emociones negativas le sobrepasaban, haciéndole perder la razón — Mi Jayce... —
— Quiero darte la oportunidad de elegir, Ash... — le sostuvo al tomarle de los antebrazos, batallando por no dejarlo caer de rodillas.
— ¿Elegir? — Se mofó, las lágrimas pintaron sus labios, recordándole con una descarga de ardor, la profanación de sus labios — Yo ya elegí. Te elegí a ti. ¡Me casé contigo! —
— Me elegiste porque no tenías opción — Afrontar esas lágrimas de frente, se llevó toda su paciencia. Le volvió a acoger en sus brazos, encorvándose para acercarse a su altura, le hizo acomodar su mentón en su hombro, la tela no tardó en empaparse — Quiero regalarte la libertad de elegir lo que tu corazón desea —
Asher se enterró las uñas en las palmas para no regresar el reconfortante abrazo en el que se encontró envuelto.
— ¿En verdad crees que no estoy celoso? — Aceptando el rechazo, dio un paso hacia atrás. Acunó sus pómulos, encargándose de no perderse ni una sola gota derramada por ese par de océanos en sus ojos — Ardiendo de enojo, queriendo resolverlo todo a los golpes — Con la yema de su dedo, presionó debajo de su labio interior, anhelando pasar su lengua encima de la herida.
Ash cerró los ojos, expectante al entreabrir la boca, esperando pacientemente sentir más allá de un roce de su aliento contra sus labios. Suspiró, como si pudiera respirar, cuando la lengua de Jayce acarició el corte. Los latidos de su corazón se desbordaron de dicha, sus manos se posaron encima del dorso de las de Jayce. Avaricioso, quiso llegar más allá.
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Desde tu partida
DragosteDesde la partida del amor de su vida a una muerte asegurada en el campo de batalla, Asher jamás esperó encontrar consuelo en los brazos del mejor amigo de su ex prometido, a quien tanto odiaba