Ni siquiera se camuflaba entre la flora, sin embargo, Leopoldo se echaba en el paisaje abundante de flores. Meneaba su cola, olfateando el aroma de la naturaleza, manteniéndose oculto tras su esplendor.
Asher le apreciaba sin aguantar la risa de su explosiva felicidad. Quizá su alegría acababa por contagiársele. La juventud de Leo transmitía tanta frescura, que apaciguaba las aguas feroces de su interior.
— A casa, Leo — Tres palabras mágicas, con las que el can ladraba sin parar, dando vueltas a su alrededor, como si intentase agitar las flores, buscando su ayuda para quedarse más tiempo — Tengo hambre, es hora de comer —
A las cansadas, Leo dejaba de corretearlo, aceptando el ofrecimiento de una porción de alimento. Caminaba a su paso, manteniéndolo a la vereda de la calle, protegiéndolo de los peligros del sendero.
Al llegar a casa, el fresco del aire bajo el techo les esperaba. Asher llegaba empapado de sudor, con los cabellos pegados en el sombrero de paja con el que siempre salía, y Leo llegaba con la lengua afuera, exhalando ruidosamente, sin aliento.
— A ustedes les hace falta más ejercicio —
Una voz femenina se alzó entre el ruido de la cocina. El olor a comida caliente, brotaba desde las ollas cerradas, quemadas a fuego lento.
— ¡Margot! —
Leo se apresuró en saludar a la mujer, poniéndose en dos patas contra su muslo, esperando conseguir algún aperitivo para calmar su voraz apetito.
— No sabía que vendrías de visita. Casi te olvidas de mí — Ash rezongó al acercarse a ella, abandonando su sombrero en el perchero junto a la entrada — parece que ya no existo —
La mujer solo se echó a reír, lavaba la taza en sus manos con un par de gotas de jabón, mientras soportaba el peso del eufórico perrito.
— Tú ya no te acuerdas de ir a verme — Margot le regresó los reniegos. Secó sus manos con el trapo colgado en el mango del horno, se desprendió del mandil, antes de señalar con la mirada hacia el comedor — Todo el día o es el trabajo o es Jayce, ya no tienes tiempo para está anciana —
Asher enmudeció, no por falta de ideas, si no por la curiosidad de los platos repletos de alimento, que desprendía una delgada estela de calor.
— El trabajo, solo es el trabajo — respondió al recomponerse, tragando saliva acumulada en su boca — Incluso hice tu encargo y arreglé tus faldas —
— Jayce, también es Jayce. Vives pegado a ese muchacho — Frente a él, le dio un empujoncito en su espalda, llevándolo al comedor.
Leopoldo no se quedó atrás, atravesándose entre sus piernas, saltaba ansioso por el tazón en las manos de la mujer. Agitó su cola y se atragantó con su alimento combinado con un caldo de carne, en cuanto la mujer le dio de comer.
— Es un malentendido — Se dejó caer sobre la silla, manteniendo su cabeza erguida, en un aire pretencioso y ofendido — Tengo mis motivos —
Margot afiló la mirada, queriendo escudriñarle hasta el alma — ¿Los mismos que tenías con Dante? — A su edad, ya no podía darles mil vueltas a las preguntas, porque tiempo era lo que le faltaba.
Asher se atragantó con el primer sorbo de su caldo, tosió frenéticamente, recuperando el aliento en grandes inhalaciones. Sus mejillas se coloraron por el enojo y cada línea de su rostro se arrugó gracias a la amargura.
— ¿Crees lo que dicen en el pueblo? Margot, ellos se inventan historias para matar el aburrimiento — dijo tan de prisa, que de milagro no se le enredó la lengua — Según, Bertha, la esposa del carnicero, ayer el diablo salió a pasear para comprar carne... ¡Dicen estupideces! —
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Desde tu partida
RomantizmDesde la partida del amor de su vida a una muerte asegurada en el campo de batalla, Asher jamás esperó encontrar consuelo en los brazos del mejor amigo de su ex prometido, a quien tanto odiaba