Capítulo 33: Final

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El aroma de las flores brotaba en todas direcciones, bailaba a su propio son buscando un compañero con el cual marcar un compás. Sus hebras azabaches, se enredaban en su sombrero de paja, revoloteaban a cada soplido. Los pétalos se le deslizaron de la mano, volando alto, queriendo tocar las nubes.

Respirar era mucho más puro en el campo, rodeado de naturaleza bendecida por un vasto mar, tan grande que no tenía un final. La mano de su esposo se posó sobre su cadera con delicadeza, casi pidiéndole permiso con el primer roce. Asher se recostó en su cuerpo, cansado, pero sin intenciones de decirlo.

Jayce deslizó un poco su sombrero, plantándole un beso en sus sienes, sonriendo por las cosquillas que sus mechones le hicieron a sus labios, su piel le supo salada. Asher echó un delicado suspiro, como temiendo asustar a las flores. Un atisbo de melancolía se cruzó en su sonrisa, su atención regresó a la tumba erigida en medio de ese pequeño paraíso terrenal. El crucifijo que el padre Thomas colgó, seguía firme, velando por él.

Asher aún podía escucharlo, correteando más rápido que el viento, retorciéndose en la tierra, mandando al cielo un sin fin de pétalos. Leopoldo siempre amó ese campo de flores. Las horas más felices las vivió allí... Ahora, sus restos descansaban junto a las praderas que recorrió desde cachorro.

— Vamos a casa, cariño — Jay le sostuvo, por miedo a verlo flaquear. Su esposo no dejaba de reír entre lágrimas, cada que visitaban el sepulcro de su pequeño gran valiente. Ellos le debían la vida — Tu padre debe estarnos esperando... —

Asher asintió, barrió un leve rastro de lágrimas con el dorso de su mano — Vamos... Ya le he contado todo a Leo — se aferró al brazo de su marido para dar cada paso a través del sendero. Su mirada se intercaló entre el camino y la figura de Jayce.

— ¿Qué sucede? — Jay no pudo evitar reír, ronco y divertido, curioso por los pensamientos del menor. Nunca fue ignorante de esas miraditas que su esposo le dedicaba a cada tanto, quizá hoy eran el doble de lo normal — ¿Quieres ver de cerca? — Le arrinconó contra la puerta del auto, consiguiendo un par de caricias sobre su pecho, las más temblorosas fueron en los botones de la camisa.

— Odio admitirlo, pero te ves bien de traje... — Deslizó un poco más abajo la corbata. Ellos nunca fueron de vestirse exageradamente formal, porque en las zonas rurales nunca fue necesario. Entrecerró los ojos, expectante del beso que no tardó en llegar a sus labios.

Recibió gustoso la boca de su marido. El ritmo lento, consiguió enloquecer sus latidos. Quizá la medicina de su corazón, no era lo único que le mantenía con vida, esos besos debían ser responsables. El cuerpo, pegado al suyo, era más grande y fornido, le aplastaba con la fuerza suficiente para derretirlo, sin que tuviese miedo de salir herido. En él, encontró otro de los significados de la palabra amor.

— También te ves exquisito, en esa camisa dos tallas más grandes y los pantalones acentúan bien... — Los dedos presionando firmemente sobre su boca, le mandaron a callar. No dudó en darle un beso, a sabiendas de la molestia de Asher.

— Odio está ropa, me siento un mono de feria — Aunque fuese inapropiado, no se puso corbata. Tanta formalidad le agobiaba, pero era la etiqueta que Margot les obligó a vestir para ir a la audiencia contra Dante.

Jayce sujetó su muñeca con cuidado, trazando su piel con sus labios, maravillado por la belleza de Asher — Te ves listo para que alguien pida tu mano —

Entre risas y suspiros, él negó — Ya estoy casado... Contigo — ¿Qué importaban los demás?, cuando él estaba seguro sobre la unión que ataba sus almas por el resto de sus vidas. Su amor no conocía imposibilidades.

Jayce le abrió la puerta, seguía temeroso de una herida que hace semanas había cerrado. Sosteniendo su mano, le ayudó a acomodarse en el asiento, antes de apoyar su brazo contra el techo del vehículo, mirando al hombre ignorarlo al ponerse el cinturón.

Desde tu partidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora