Prólogo

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Asher nunca se había enamorado, era bastante joven, con una larga lista de inexperiencias.

La palabra amor, le causaba repelús como el adolescente que era.

No conocía a sus padres, le habían abandonado a las puertas de una capilla. Thomas, el clérigo de la pequeña iglesia del pueblo, era lo más cercano a una figura paterna que tenía.

Desde niño, solía pasar las tardes a las orillas del mar. Vivían en una comunidad costera, los principales oficios estaban enfocados en el puerto. Asher no precisamente amaba el océano, en realidad, le aterraba porque era un mundo desconocido, sólo se recluía cerca a sus aguas, para escapar de Margot, la única monja de la congregación, quien se había empeñado en enseñarle el oficio de la costura.

Sin un trabajo, nunca podría ganarse la vida.

Nunca le dieron la opción de decidir por su cuenta, hasta que conoció a Jayce... y decidió odiarlo.

Escondido en aquel pedazo del mundo, saltándose una de sus clases, a sabiendas que un castigo le esperaba por faltar, se abrigada del sol bajo la sombra de una frondosa palmera, la arena se le escurría entre los dedos y la marea creaba su propia acústica.

Cada ventisca removía las hojas, y le regalaba soplos de vida para afrontar el calor del verano. A lo lejos, escuchó el estruendo de la risa de niños, por el rabillo del ojo, pudo ver a un grupo jugando con una pelota. La idea de unirse y acabar empapado de sudor, fue un pensamiento poco apetecible... Quizá, el otro motivo, era su débil y enfermo corazón.

— ¡¡Jayce!! ¿A dónde vas? —

— ¡A tomar un descanso de ustedes! — Respondió a los gritos, con la misma efusividad de su amigo.

Se desplomó en la arena, a la par de aquel jovenzuelo tumbado bajo la palmera, acaparando la sombra. En un segundo le recorrió con la mirada, era un pueblo pequeño, todos se conocían.

— ¡Oye, chico del coro! — Le empujó a un lado, queriendo robarle un pedazo de cobijo — Hazte para allá —

— Yo vine primero — Asher le miró de mala gana, palmeando esas manos para alejarlas de su cuerpo. La piel le picó de tanto golpearlo.

Jayce, tercamente insistió, porque la respuesta le hizo enfadar — El mar es libre, no te pertenece — arrastró al chico por la arena, mientras este pataleaba.

— ¡¡Eres un idiota!! ¡¡Suéltame!! —

— ¡¿Idiota?! — Renegó indignado — ¿No se supone que el Padre Thomas te está criando? — Un par de rasguños se había llevado por el forcejeo — ¿Qué clase de vocabulario es ese, mocoso?

Asher lo odio, porque empezaron peleando.

— ¿A quién llamas mocoso, idiota? — El calor del verano, solo avivó su enojo. No era justo, que Jayce se inmiscuyera en su paz, sin él poder defenderse.

A los pocos años conoció a Dante, el mejor amigo de Jayce... y decidió amarlo.

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