Los días sin trabajo eran los más tranquilos. La rutina se deslizaba un poco, pero la esencia era la misma. Despertar, comer, ignorarse, pelear y estar juntos, el día se terminaba en un pestañeo.
Dormitar en el sofá, viendo las cicatrices en la espalda de Jayce... Aquel par de heridas imborrables, formando sus propias constelaciones, era parte de sus mañanas del domingo. Leopoldo recostado en sus piernas, rascaba insistente su oreja, echándole un par de pelos a la cara.
— Leo, eres desagradable — tosió al sentir un par entrar a su nariz, ahogándole en un instante — Te pareces a tu dueño —
Jayce dejó de menear la cuchara en la porra del café, giró su cabeza lo suficiente para verlo por encima del hombro — Cuando te conviene soy su dueño —
Sus dedos se enterraron en el pelaje del pastor alemán, quien ladeaba la cabeza con curiosidad — Tú lo recogiste y lo trajiste a casa, es tu responsabilidad —
— Lo sé, soy el niñero de dos mocosos —
Huxley lanzó la cuchara, provocando un chirrido metálico entre el utensilio y la encimera. La cocina estaba invadida por el aroma de la cafeína, cada rincón de la casa empezaba a ser dominado por el regusto del café mañanero.
— Yo no soy ningún mocoso bajo tu cuidado, Jay — Ash torció los labios, en una mueca de disgusto.
Jayce se mofó de él sin refutar su pobre argumento. Sus orbes brillaban por la socarronería de sus emociones — Ve a lavarte las manos, el desayuno está listo —
— Desagradable — remarcó entre dientes al ponerse en pie, seguido de Leopoldo. El can le acompañó a limpiarse, aunque él no comprendiera que era lo divertido de solo mojarse las manos, cuando correr tras el chorro de agua era la mejor sensación del universo.
Un ladrido le sacó a Asher una sonrisa, pringó al perrito a su lado, apoyado sobre sus piernas.
— Más tarde vamos a bañarte, muchacho — agudizó su voz al hablarle, restregando sus manos húmedas en el pelaje del animal — Vas a quedar limpio, como nuevo —
— ¡Ash, el desayuno! Solo era lavarte las manos, no ver si está lloviendo al otro lado del pueblo —
— ¡¡Cállate, insoportable!! ¡Ya voy! — pisando con demasiada fuerza para hacer resonar sus pasos, llegó a tumbarse en la silla del comedor. Huevos, tostada, tocino y café le esperaban en su plato.
Jayce le siguió con la mirada, en silencio al mantener su boca ocupada con la comida. Suspiró en reniego a la actitud caprichosa del contrario, dedicándose únicamente a degustar su propio alimento. No tenía ganas de amargarse su mañana libre, en una batalla sin sentido, ni final.
Asher le dio un golpe pequeño a su pierna, inquieto por aquel silencio tan estremecedor. Deslizó los dedos de sus pies sobre su tobillo, hasta su rodilla.
— ¿Por qué estás tan callado? ¿Te enojaste florecita? ¿Se te cayó algún pétalo? — Apoyó su barbilla en el dorso de su mano, el aroma de su alimento abría su apetito y las ansias de enojar a Jayce le mantenían sin dar el primer bocado.
— Come, la comida se te está enfriando —
Asher rodó los ojos, expresando su gran disgusto con un profundo suspiro — Aburrido — clavó su tenedor en el tocino, produciendo un doloroso chirrido al oído.
— No sabía que trabajaba de payaso —
— Por suerte o morirías de hambre —
Las mañanas ni bien empezaban, cuando el atardecer llegaba. Entre el desayuno, la limpieza y la lucha contra los últimos vestigios del sueño, se hacían la una de la tarde. El hambre apretando la barriga era señal de otra ronda calurosa en la cocina.
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Desde tu partida
RomanceDesde la partida del amor de su vida a una muerte asegurada en el campo de batalla, Asher jamás esperó encontrar consuelo en los brazos del mejor amigo de su ex prometido, a quien tanto odiaba