El regreso de aquel hombre sacudió las olas en calma.
"Yo me encargaré de cuidarlo, Sor Margot. Usted debe estar cansada y yo tengo una deuda con él".
Llegó, para nunca irse. A Asher no le importaba si era vigilado por Margot o Jayce, nada cambiaba su deplorable condición. La tristeza era su fiel compañero. Evidentemente, se equivocó. Apenas convivir con Huxley, no era lo mismo que vivir con él, compartiendo las veinticuatro horas del día a su lado.
Tumbado en su cama, sacudiéndose por el calor, apartaba las sábanas sobre su cuerpo con sus piernas, echándolas a una de las esquinas. La tela se deslizó por su piel antes de caerse al suelo. La ventana entreabierta, le permitía a un rayito del sol colarse en su morada, meciendo suavemente las cortinas. La brisa fresca de la mañana, le reconfortó lo que dura un suspiro.
Un estruendoso escándalo le hizo abrir los ojos de par en par, el pequeño atisbo de curiosidad, se apagó al instante. Aunque un nuevo bullicio le hizo ponerse en pie. Tembloroso, llegó hasta el picaporte. Ayudándose de la pared, tomó un respiro para aliviar sus cansados pulmones. Su salud había empeorado con la falta de movimiento.
El bullicio crecía en el exterior de su casa, aun tiritando, caminó aferrándose a los muebles en su camino, trastabillando por una almohada caída al lado del sillón en donde Jayce descansó la noche anterior. Una retratera se cayó al echarle su peso a la mesita al lado de la entrada. Cerró los ojos por el golpe directo del sol sobre sus orbes, parpadeando, acostumbró su vista.
Jay estaba destrozando su silla mecedora, aquella a la que se aferró desde que perdió su alma.
Sus uñas se enterraron en el marco de la entrada principal. Su expresión se llenó de enfado y la desesperación lo empujó a correr, sin embargo, por su falta de fuerzas cayó al piso, llamando la atención del semidesnudo hombre, destruyendo la silla con un martillo.
— Al fin despiertas, Princesa — secó el sudor de su rostro con la toalla colgada en su hombro, la tela le raspó la dermis, pero él no emitió quejido — ¿Qué pasa? ¿Estás enojado por destruir tu baratija? No te preocupes, tu culo me lo agradecerá — le dio el último golpe de gracia, ignorando al adolorido hombre, viéndole con rabia desde el suelo.
Asher, con el corazón roto, solo pudo herirse las uñas al marcar el suelo por su impotencia de detener al mayor.
Jayce, sediento por el esfuerzo, recogió los pedazos para echarlos a una bolsa — Si tienes algo que decir, dilo — le retó, cargando los desechos y el martillo en la misma mano. Regresó sobre sus pasos, parándose de frente a Asher, sin demostrar piedad por él — ¿Hablarás? — Se acuclilló, expectante de los quejidos que provenían del rechinido de sus dientes.
Asher solo asestó un golpe en su cara, sin embargo, el contacto fue bastante endeble. Pese a las lágrimas, aún podía percibir claramente el rostro empapado de sudor del fanfarrón hombre. Jayce tenía veinticuatro años, ¿acaso nunca maduraría?
Huxley suspiró, encorvándose por la desilusión, envolvió la muñeca de Asher, consiguiendo levantarlo junto a él, de forma imprudente, tirando de su brazo hacia arriba sin mucha dificultad.
— Lástima — bufó enojado por la falta de respuestas del menor, ante sus ojos, ese flacucho y paliducho chico, no era más que un desconocido — Como sea. Vamos a desayunar —
Por reflejo, Asher entrecerró uno de sus ojos, agobiado por la falta de delicadeza de Jayce al tratarlo. Terminó apoyando su mano sobre su pecho, buscando un soporte, ignorando el asco por su sudor mezclándose con su piel. Le fulminó con la mirada, gritándole todo lo que de su boca no salía.
ESTÁS LEYENDO
Desde tu partida
RomansaDesde la partida del amor de su vida a una muerte asegurada en el campo de batalla, Asher jamás esperó encontrar consuelo en los brazos del mejor amigo de su ex prometido, a quien tanto odiaba