Las yemas de un par de sus dedos acariciaron su rostro. El tacto era tan suave, como el que se le regala al pétalo de una rosa. Se removió un segundo, arrepintiéndose porque ello hizo al contrario detenerse. Jay esperó unos largos segundos antes de volver a ser digno de ese cariño.
— Buenos días, Ash — su voz sonó ronca por la resequedad de su garganta. Su mano acarició la desnuda espalda de su amante. El movimiento se reflejaba a través de la sábana cubriendo el cuerpo de Asher.
Él sonrió, sus dedos se deslizaron por la barbilla de su esposo, delineando cada poro. Su cabeza la apoyó sobre el hombro de Jayce, admirándole embobado desde abajo — Buenos días, Jay... ¿No crees que es muy tarde? —
Envolvió a su esposo entre sus brazos, apretándole fuertemente, sin consideración — Es mi día libre, puedo despertar a la hora que quiera —
— El tuyo — Asher le dio un mordisco en la quijada, no lo suficiente para lastimarlo — pero no el mío. ¿Me puedes dejar ir? — palmeó su brazo, sus dedos se enterraron en su piel al sentir el roce de los labios de su esposo contra su cuello — Jay... —
— ¿Dime? — Aún con los ojos entrecerrados, podía ver el tono rojizo que él mismo había provocado.
Asher suspiró en su oído, haciéndole estremecer — Tengo hambre — en lo más profundo de su lado irracional, anhelaba un contacto mucho más íntimo.
— Yo también —
— Hambre de verdad — replicó, tentado de subir un poco más las sábanas cubriendo su pecho.
— ¿Acaso hay hambre de mentira? — La punta de sus dedos recorrieron con torpeza aquellas mejillas levemente enrojecidas. Apreció en silencio a su amado conteniendo el aliento, ante el toque frío de su anillo en un roce accidental con su piel.
— Jayce, eres todo un romántico empedernido — la idea no se pudo quedar solo en su mente, salió en un susurro.
— Yo no he dicho nada —
— No hace falta decirlo, yo lo sé — Asher aprovechó la guardia baja del otro, para rodar en la cama, enredándose entre las sábanas, riendo en una melódica canción por los quejidos de Jayce.
Abrió las ventanas de par en par, agradeciendo cada helado soplo del aire. Sus cabellos terminaron de enredarse en mil nuevos nudos. El rechinido del colchón le alertó, haciéndole correr hacia la puerta.
Jayce fue mucho más rápido. Le contuvo en una improvisada prisión entre su cuerpo y la pared, presionándolo. Su aliento agitó la punta de los cabellos azabaches de Asher. Observó minuciosamente su piel, deslizando en su mirada, el ferviente deseo de poseerlo.
— ¿Por qué estás tan seguro? Podría mentirte mil veces, ¿cómo sabrías cuando digo la verdad? — Sus dedos tiraron más abajo aquella sábana enredada entre sus piernas.
Asher sonrió, la risa melosa de sus labios delataba su gusto por las intrusivas caricias — ¿Le mentirías a tu esposo para llevártelo a la cama? —
— Si es necesario, le mentiría a Dios — Bromeó, a sabiendas de las risas que provocaría en su marido.
Asher decidió dejar de luchar, se recostó contra el pecho de Jayce, descansando un momento su peso en él. La sábana cedió un poco más, pero no lo suficiente para rozarse piel con piel. Rendido a sus propios sentimientos, se sintió un jovenzuelo experimentando un candente primer amor.
Jayce solía ser tan pasional, demandante e insaciable, que Asher solía sentirse ahogado, sin embargo, empezaba a gustarle.
— No es necesario ser tan extremos, Jay — Cada beso plantado en su nuca, bajando a sus hombros, le hacía cerrar los ojos — Si me haces el desayuno, puedo invitarte a ducharte conmigo —
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Desde tu partida
RomanceDesde la partida del amor de su vida a una muerte asegurada en el campo de batalla, Asher jamás esperó encontrar consuelo en los brazos del mejor amigo de su ex prometido, a quien tanto odiaba