CARTA I

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"No me puedes dar estrellas a quien le teme a la noche"  Elena Poe.

Siempre pensé que la noche y yo éramos una. Que siempre nos entendíamos. Cuando me sentaba en el alféizar de mi ventana, sumida e hipnotizada por la oscuridad que me atravesaba, solo tenía ojos para las estrellas. Parecían tan lejos desde mi posición y, a la vez, tan cerca que, cuando cerraba mis ojos despues, en mi habitación, siempre proyectaba las estrellas en mi mente.

Las imaginaba de todas las formas. Brillantes, grandes, pequeñas, opacas; incluso de colores. Pero no estaba más lejos de la realidad de lo que eran, así que empecé a temerles. Empecé a crear un monstruo astral con finas puntas que simulaban una estrella. Y me aplastaba como una piedra.

Y dolía. Dolía mucho. Sigue doliendo. Aún duele. Siempre me escondo en un escudo de indiferencia.

Al menos así soy un invisible a sus ojos. Invisible y oculta nadie puede dañarme.

Así que, una buena solución fue empezar a temerle a la noche. Empecé a a repudiar la noche incluso. Cuando más se acercaba el monstruo astral, más a fondo me hundía en mi escondite.

El miedo se convirtió en ira. Y la ira en desprecio.

Lo siento noche mía, volveré por ti en algún momento. Cuando las estrellas no me dañen. Cuando sepa defenderme. Cuando vuelvas a tener la forma de antes. Cuando las estrellas que deseaba que me regalarán en cada cumpleaños sean y vuelvan a ser mi refugio y no mi destrucción.

Volveré.

Lo prometo.

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