S E I S

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Ethan:

Mi cara se arruga en cuanto siento los rayos de sol en mi rostro y me remuevo molesto.

—¡Despierta Ethan!

La voz chillona de mi hermana me remueve los oídos, aún así decido cubrirme la cara con mi almohada y volver a intentar dormirme, aunque Mel no me lo dejaría para nada fácil, claro.

—¡Ethan, lo prometiste! —chilla Mel en mi oído. Subiéndose a horcajadas sobre mi pecho y quitando de un manotazo la almohada, me pincha la mejilla.

La aparto en un giro que la deja tendida al otro lado de la cama. Mientras me tapo con las sábanas intentando cubrir los molestos rayos de sol que se cuelan por mi ventana.

Pero Mel insiste una vez más, esta vez apartando la sábana de un jalón que casi la hace perder el equilibrio, llega hasta mi rostro y, con muy poca suavidad, abre mi párpado con sus dedos sudados.

—Aparta. —La empujé con algo más de fuerza y vuelvo a ponerme la sábana.

Mel, aunque no lo veo, sé que me acribilla con los ojos antes de volver a intentarlo nuevamente.

—¡Te he hecho el desayuno! —Alega tomando mi mano y jalando de ella.

—Mel, cierra esa maldita cortina, los rayos de sol me queman la retina. —Balbuceo algo más despierto e ignorando los jalones que me da.

—Dijiste una palabrota, debes ponerla en la alcancía. —Me suelta el brazo para desaparecer por la puerta. Escucho sus pasos bajando rápidamente las escaleras y subir de vuelta, trayendo, está vez, una alcancía de cerdito con alas. —¡Vamos, Ethan, levanta tu existencia de la cama y pon dos monedas!

Esta vez, abro los ojos con dificultad mientras noto a mi hermana con una sonrisa hueca, dos colitas mal hechas y su vestido de abejas favorito. Lo sé porque yo se lo he dado.

—Pero ha sido solo una palabrota, es solo una moneda. —me incorporo en la cama mientras ella me tiende la alcancía hacia la cara.

Niega con la cabeza.

—Mi mamá hoy dijo que todas las cosas están subiendo de precio, entonces decidí subirle el precio a cada palabrota que dijeras. —Explica.—Así que son dos monedas.

—¿Desde cuando puedes cambiar las reglas así como así? —Enarco una ceja mientras aparta la alcancía de mi rostro.

Ella, tranquilamente, vuelve a salir del cuarto para llegar al de ella y traer una hoja con unas letras mal escritas en ella.

—Aquí lo he puesto, regla uno: por cada palabrota un centavo de derrota. Regla dos: Si la líder no está conforme, cambiar las normas no es que importe. —Dice simulando leer los jeroglíficos en su hoja. —Así que, pon dos monedas.

—Está bien, pondré dos monedas, pero entonces no habrá helado más tarde.—Susurro con una sonrisa malvada. —Qué pena...

—¡No! ¡No hace falta!, hay una tercera regla y es que si hay helado de por medio entonces la cuota se aplaza... —Dice apartando la alcancía.

Sonrío ante su inocencia y me levanto de mi cama para cargarla y empezar a jugar con ella. Le hago cosquillas mientras ella se echa a reír intentando zafarse. No me doy cuenta de la presencia de mi madre si no hasta que carraspea la garganta.

—Ethan, buenos días cariño —Me dedica una sonrisa ladina. Se queda parada en el marco de la puerta.

Lleva un atuendo elegante y sofisticado como ella. Tal vez vaya a alguna reunión importante. Ella es la vicepresidenta de una compañía de energías renovables que se enfoca en la instalación de paneles solares y desarrollo de proyectos sostenibles. Es muy común verla en esos atuendos. Esta vez llevando un enterizo negro con una gran abertura entre el codo y la muñeca. Y unas zapatillas que dejan el eco a su paso.

Del Amor Y Otros Desastres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora