C A T O R C E

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A la mañana siguiente, cuando los pájaros cantan melodiosos y los primeros rayos de sol se cuelan por la ventana para parar en el borde de mi cama, es Gus Gus maullando para que le abra la puerta quién me despierta.

Por instinto, me incorporo para ver qué Nash sigue durmiendo en mi cama como un angelito y todos los recuerdos de la noche anterior llegan de improvisto.

No se qué pasó ayer, pero lo que los chicos dijeron en el grupo de WhatsApp tiene mucho que ver, estoy segura.

Sigo creyendo que Nash no tuvo nada que ver y que todo es más que una sencilla y absurda desinformación que lo perjudicó y lo llevo al límite.

Mientras me levanto, me prometo no ser esa clase de periodista que destruyen en vez de informar a las personas en el futuro.

En cuanto mis ojos se posan en Nash, veo como sus cabellos negros le cubren la frente y parte de los ojos. Tiene una posición rara para dormir, pero aún así se lo ve bastante plácido, contrastando completamente con la tormenta de sentimientos que han de posarse en su interior.

Se lo que es pasar por un ataque de ansiedad. La primera vez que me pasó fue cuando estaba con Dan, el me vio caer, el me vio morir.

Por qué si, ese día mori.

No obstante, mori para resucitar como el ave fénix y enfrentar lo que seguía, no fue sencillo, fue agotador, fue frustrante, fue un infierno en que pensaba que jamás saldría de ahí, pero que con las personas correctas pude volver a sentirme mejor. No como antes, pero si mejor que en ese entonces.

Y ahora, ver a Nash en esa posición, donde siente que todos están en su contra, no me hace querer hacer otra cosa más que ser ese apoyo que yo tuve cuando lo necesitaba.

Es mi turno de devolverlo a la vida.

Camino frotándome los ojos con pereza. En cuanto Gus Gus vuelve a maullar con más ímpetu, me apresuro a dejarlo salir y callarlo para que no lo despierte.

Lo sigo escaleras abajo mientras escucho murmullos y cuchicheos en la parte inferior de la casa.

—Buenos días.—Saluda Henry en cuanto me ve.

Mamá se gira tan bruscamente que tira la taza de té por la encimera, lo que deja un enorme charco en esta.

—Hola.—Digo encogiéndome en mi lugar. Si algo se de mamá, es que es muy paranoica con las cosas más preciadas que tiene. Afortunadamente soy una de ellas, así que noto enseguida lo enfadada que está en cuanto me mira de pies a cabezas.

Henry, a su lado, toma un trapo del cajón y se apresura a limpiarlo mientras le pide a mamá que recuerde todo lo que hablaron esa noche.

—Tenemos que hablar muy seriamente jovencita.—Argumenta mientras deja que Henry limpie el desastre.—Y, disculpame por el té.—Aumenta señalando a Henry. Él se encoge de hombros y mi madre se apresuró a tomarme de la mano para conducirme a la sala.

No quiere que Henry escuche.

—Ma, antes de que digas nada, se que debí decírtelo antes.—Me defiendo.—Pero no me dio tiempo.

—Estoy demasiado confundía.—Informa, sus cabellos rubios le caen en una coleta alta. Tiene puesto el uniforme del hospital. Por lo que se irá en unos cuantos minutos.—En primer lugar, ¿Quién es ese chico y porque no me habías hablado de él antes?

Trato de pensar en la excusa perfecta.

—Si que lo hice... —Explico mientras me muerdo el labio.—¿Recuerdas al chico del móvil? Es él.

Mamá cambia de expresión rápidamente a una de sorpresa.

—Aah, el chico que te pago por qué le devolviste le móvil ¿Rick? Si, ya lo recuerdo.—Dice y no puedo evitar fruncir el ceño. —Pero eso no me da muchos detalles Ann. Se supone que estás cosas nos las contamos. ¿Ya no me tienes confianza? ¿Es eso?

Del Amor Y Otros Desastres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora