U N O

122 20 6
                                    

Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, ¿Verdad?

Pues yo apreciaba a mis dos rodillas antes del encontronazo piso-rodillas que me acabo de dar. Pero no ha sido mi culpa; Claro que no ha sido mi culpa. Escucho el momento exacto cuando mis rodillas chocan con el cemento seco de la calle, aunque el dolor pasa a segundo plano cuando un bulto de más de 60 kilos estampa en mi espalda.  Mortificando mi existencia diez veces más.

30 minutos antes me encontraba recibiendo gritos y regaños de mi jefa sin ningún motivo aparente, al parecer no habia limpiado bien la mesa del cliente y me hizo limpiar una mancha inexistente. Mi paciencia claramente no estaba despierta. En segunda, empezó a llover, y mis compañeros ya se habían marchado, ninguno pude llevarme. En tercera, pero no menos importante, ¡Los malditos taxis estaban evaporados por la zona!.

Esta era la cereza que le faltaba a mi pastel.

Por eso no se extrañen cuando empecé a gritarle y gesticular dramáticamente en dirección al tipo que había caído encima de mi.

—¡Pedazo de... Idiota!— Grito intentando quitarlo de encima de mi, el muy imbécil se retuerce de dolor pero en un giro deja mis piernas en libertad. Me levanto gritándole aún lo imbécil que es, pero dudo mucho que me esté escuchando, parece estar más concentrado en no protegerse las costillas y... Oh no, oh no no no.

El muy imbécil me vomita en los zapatos y parte de mis pantalones. ¡Eran mis favoritos!.

La cólera sigue subiendo por todo mi cuerpo mientras intento no vomitar encima de él. Quiero llegar a mi casa, darme una ducha de agua hirviendo, ponerme la pijama de monitos y acostarme acariciando el pelaje de mi querido Gus Gus. Solo eso pido. ¡Dios, piedad!

—¡Imbécil!—Grito aún más enojada.—¡Tú me comprarás unos nuevos pedazo de alcohólico impertinente!

—Son unos putos zapatos que no pasan de diez dólares—Dice limpiándose la boca, acto seguido se sienta en la calle y vuelve a vomitar.

—¿¡Diez dólares!? ¿¡Díez dólares!? ¡Estos zapatos cuestan más que tú miserable vida! ¡Y claro que me los pagarás!

Él sigue vomitando hasta la última gota de alcohol que puede contener en su hígado. Intenta pararse sin responder nada, pero rápidamente se vuelve a caer. Y gime de dolor.

—¡Ves lo que pasa cuando no controlas lo que tomas! ¡Maldito alcohólico! ¡Si no lo controlas no lo bebas!— Sin darme cuenta, el chico vuelve a pararse, está vez consiguiéndolo con la ayuda de alguno que otro carro parqueado. Y empieza a caminar. Dándome la espalda.

Pues claro que no dejaré que se lleve mi dignidad y siga como si nada. El me debe unos zapatos y unos pantalones nuevos. Y no tengo mi apellido de adorno.

—¿¡Y TE LARGAS COMO SI NADA!?— Le espeto mientras camino en su dirección, lo encaro y me paro enfrente de él dándole un empujón.

En otra situación, cualquiera que haya recibido ese empujón no le hubiera hecho gran cosa. Pero iba borracho. Así que su culo beso el suelo una vez más.

—¿¡Que te pasa loca!?— Grita desde el suelo.— ¡Acabas de empujarme!

—¡Claro que acabo de empujarte!, ¡Es lo mínimo que te mereces después de tratar a una dama así!

El se coge de otro carro y trata de pararse mientras me mira con rabia y recelo.

—¡No vuelvas a tocarme!— Me espeta, señalándome.

—¡Tú pagame mis zapatos!

— ¡Te los pago cuando los cerdos vuelen!

Me exasperó aun más de lo que ya estoy, el sigue su camino redeandome.

Del Amor Y Otros Desastres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora