Capítulo II.

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Apenas pude dormir un par de horas, me sentía triste, vulnerable, aterrorizada

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Apenas pude dormir un par de horas, me sentía triste, vulnerable, aterrorizada. Sin embargo no quería decirle a nadie lo que había pasado. Mis pensamiento iban en dos direcciones: el horror de la noche anterior y la gratitud por estar sana y salva, y todo se lo debía a él.

Me arreglé para la universidad, no podía faltar a mis exámenes. Salí disparada de la última clase, temía encontrarme en el mismo edificio con aquella bestia.

Caminé lo más rapido que pude, la cafetería está a 10 minutos, hoy me tocaba el turno vespertino.

Me gustaba haber encontrado un trabajo antes de salir de vacaciones. Además, ser barista se me daba bien. Podía cenar o tomar una merienda ahí, el ambiente era bueno y mi jefe muy agradable.

Estaba acomodando las galletas y los croissants antes de entregar el turno, cuando lo vi aparecer por la puerta. Sonreí.

Se sentó en la mesa del fondo. Intentaba no mirarlo, no sabía cómo acercarme. ¿Debería hacerlo? tomé valor y fui a su mesa, aclaré mi garganta y levantó la mirada.

—¡Trabajas aquí!— Tenía el pelo revuelto y sus ojos cafés me miraban con sorpresa.
Asentí con la cabeza. Le extendí la carta y sin tomarla me dijo -Un café americano- y volvió a mirar su libro.

—Enseguida— le respondí. Me entristeció no poder mostrarle mis dotes de barista.

Insistí en que probara los postres pero rehusó y en cambio me preguntó, -¿a qué hora sales? Y miró su teléfono.

Las 9 respondí y sin titubear dijo -bien, te llevo a tu casa- insistí que no era necesario pero no aceptaba mi negativa, así que accedí -por cierto, el café es cortesía de la casa- Sonreí.

—Gracias.Te espero afuera— se guardó el teléfono en el pantalón y salió.

Guardé mis cosas en mi bolso y me dirigí por la puerta de servicio al estacionamiento.
Ahí estaba como una estatua recargado en su auto, abrió la puerta en cuanto me vió salir.

—¿Estás mejor?— preguntó mientras ponía en marcha el auto.

—¡Sí!— le respondi de inmediato, recordó perfecto la dirección y no hizo falta guiarlo, eso me sorprendió.

—Debes tener cuidado con que tipos sales— dió la vuelta y estábamos a una cuadra de mi casa —Lo que quiero decir es que, seguro no era la primera vez que ese malnacido intentaba propasarse con alguien, conozco los tipos así.

Su mandíbula se tensó y los nudillos de su mano demostraban la fuerza con que apretaba la palanca de velocidades.

—Lo sé, tienes razón... si no fuera por ti, yo no sé... si estaría aquí, ahora. Ojalá tuviera una manera de compensarte por lo que hiciste.

Estaba estacionándose frente a mi casa cuando le dije

—Espera, quisiera devolverte tu chamarra— esta vez no descendió del auto.

Entré corriendo por la chamarra y al devolversela sólo dijo:
—No era necesario pero, gracias. Descansa.

Y con eso le dije gracias por segunda noche consecutiva y adiós.
Extendió la palma de su mano en señal de despedida y se marchó.

Era refinado sin duda, el auto que usa lo dice todo.

—Jacob— su nombre se escapó de mis labios. Mi salvador y un hombre de pocas palabras.

Jacob, podría acostumbrarme a volverte a ver.

Una semana pasó sin contratiempos hasta que lo vi aparecer de nuevo en la cafetería. Esta vez se acercó al mostrador y pude ver lo imponente que se veía, era enorme y al mismo tiempo caminaba con elegancia de un modelo en pasarela.

Mis compañeros hablaban sin disimulo a mis espaldas en cuanto me dirigió la palabra.

—¡Hola!— bajó la voz –necesito hablar contigo, en un lugar más privado— dijo y miró alrededor de la cafetería llena.

Lo miré desconcertada pero ansiosa de poder ayudarle.

—Claro— asentí y prometió verme a la salida para charlar.

Esa tarde puse especial esmero al retocarme antes de salir, una última vez me miré al espejo antes de encontrarme con él.

El frío helado me congelaba las mejillas; lo encontré afuera esperándome pensativo y recargado en su auto deportivo, con las manos dentro los bolsillos de su saco y encima un abrigo largo que cubría su figura.

—Iremos a cenar, allí te explico todo.

Cruzamos al otro extremo de la ciudad, el de la gente como él. Avenidas plagadas de establecimientos de lujo de todo tipo. Se detuvo en uno de los restaurantes más caros donde se hace reservación con anticipación.
Estaba repleto pero lo dejaron pasar sin problema, se desplazaba como si fuera dueño del lugar. Tal vez lo era, después de todo no tenía ni idea quien era o qué hacia.

Una ensalada fue todo lo que me atreví a pedir de esa carta repleta de nombres rebuscados. Esta vez hablaba con tal dominio de la conversación y lo escuché.

—Eso es lo que necesito que hagas por mí— tomó un sorbo de su carísimo vino y se reclinó en la silla.

—De ninguna manera, no puedo. Lo siento, es algo muy arriesgado, no soy la persona adecuada, de verdad lo siento— le dije todavía sin creer lo que me había pedido.

—Te equivocas, eres la única persona que puede ayudarme. Puedes pensarlo y mañana me das una respuesta. Sería un ganar-ganar para los dos, créeme. Hay tantas cosas que podrías hacer con ese dinero.

Esa manía de tocarse el pelo me distraía.

Estaba a punto de rechazar la propuesta más importante que alguien me había hecho en la vida

—Podrías mejorar tu vida, viajar, hacer un postgrado, mudarte a la ciudad, que se yo, empezar otra vida.

Con esa frase cambió el rumbo de mi vida.
¿Cómo podría haberlo imaginado?

La semana siguiente nos vimos 4 veces. La primera para presentarme con un abogado y su notario personal. La segunda, para entregarle mi documentación actualizada. La tercera firmamos un convenio, bueno de hecho era un contrato.
Y la última... la última para mudarme a su casa, y eso era algo que me tomó noches procesar.

Mi familia no lo tomo de la mejor manera, pero un par de mentiras piadosas y una llamada suya fueron de momento suficientes, después de todo ya soy mayor de edad.

Veintiún años para ser exacta, muy pocos para imaginar en lo que me estaba metiendo. Pero demasiados para la poca experiencia que tenía con hombres.

Así fue como todo empezó.

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Forever. You said.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora