XIII

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Gavi y yo nos habíamos pasado algunas tardes buscando un trabajo más decente para mí, y aún así todavía no había encontrado nada aceptable.

Mi jefe del pub me enviaba correos electrónicos para obligarme a volver al trabajo. Aunque eso se solucionó cuando Gavi me creó un correo nuevo.

Aquella mañana él se había ido al entrenamiento y estaba preparándome algo para desayunar cuando el timbre sonó.

Me limpié las manos y fui hasta la puerta para abrirla, encontrándome con mi padre.

Su rostro no había cambiado demasiado. Se veía igual, solo que más mayor. Con más arrugas y más años encima.

Sin decir nada, le invité a pasar y entonces tras desabotonarse los botones de su caro abrigo, se sentó en una de las sillas de la cocina.

– ¿Cómo me has encontrado?– pregunté de sopetón.

– Mi agente es muy eficaz, por no hablar de lo pésimo que se te da el escondite. Desde bien pequeña.– respondió.

– ¿Café?– pregunté.

Él negó con su cabeza y yo me preparé uno. Iba a necesitarlo.

– El otro día tu madre se reunió contigo para hablar sobre la denuncia que nos has puesto. ¿Puedo saber qué mosca te ha picado?

– ¿A mí? Sois vosotros los que me abandonasteis con dieciséis años.– espeté.

– Estropeaste un negocio, Lia. Un negocio que casi nos cuesta la vida y el futuro por el que trabajábamos para ti.

– Nunca quise dirigir tu empresa. Y lo sabes.– recordé.– Además, nunca hice nada con tu cliente, él se insinuó y yo me negué.

– Esa no es la versión que nos dio él.

– Y sin embargo le creísteis a él antes que a mí.– murmuré.– Vuestra propia hija.– recalqué.

– Con dieciséis años se hacen muchas locuras.

– No quería nada con ese hombre.

– ¿Y entonces a qué viene trabajar en un pub?

Abrí la boca y me miró fijamente con aquella mirada que me echaba a los siete años cuando iba a echarme la bronca.

– ¿No te da vergüenza mancillar tu apellido de esas maneras?– soltó.

– ¿Te crees que era mi primera opción?– dije.– ¡Tenía dieciséis años! ¡Nadie contrata a una chica de esa edad con solo el graduado de la ESO!– escupí con rabia.

– Baja ese tono, ¿crees que salir con un futbolista reconocido te da derecho a faltarme el respeto?

Lo miré fijamente.

– No le metas en esto.– murmuré.

– ¿Cómo se llamaba? ¿Pablo Gavi no?

– Te prometo que si intentas algo contra él, voy a ir a por ti con todas las de la ley. Y si algo he aprendido de ti, es que nunca pierdo.– solté mirándole.

Mi padre se levantó de la silla, obligándome a levantar la cabeza para mirarle debido a la diferencia de altura y se abrochó de nuevo los botones del abrigo.

– Muy bien, nos vemos en los juzgados, Lia Nuñez.– respondió y caminó despacio hasta la puerta.

En cuanto se fue empecé a llorar y me agarré a la encimera.

Conocía muy bien a mi padre y sabía que iba a buscar todos y cada uno de mis puntos débiles para dejarme frágil de cara al juicio. Y uno de esos puntos era Gavi, sin duda.

Me negaba en rotundo a que él sufriera las consecuencias de mis problemas familiares, así que fui hasta la habitación y tras recoger mi ropa, la metí en la maleta y salí de aquella casa.

Cuando volví al pub, mis compañeras me abrazaron y me dieron algo de ánimos.

Tras recoger mis cosas, fui hasta el despacho de mi jefe y después de abofetearme, empezó a gritar sobre la falta de responsabilidad que tenía y que iba a prohibirme ir a comer algo.

Cuando llegué a la habitación me senté sobre la cama, que emitió un crujido bajo mi cuerpo.

Entonces me tumbé y tras mirar el techo volví a llorar como había hecho desde que había empezado el día.

Era consciente de que Gavi iba a enfadarse por haber desaparecido, pero lo había hecho por él.

No quería meterle en medio de una guerra contra el clan Nuñez.

Después de aquello, me presentaron a una chica nueva. Elena.

Aquella noche se quedó conmigo. Llorando.

Ella limpiaba mis lágrimas y yo hacía lo mismo por ella. Ambas por algo distinto, pero con el mismo destino.

Me contó que estaba un poco asustada. Era normal las primeras semanas. Luego ya te acostumbrabas a los chillos de tus compañeras de madrugada, a los llantos a escondidas y al asco a tu propio cuerpo, porque todas, incluso yo, habíamos pasado por ahí.

A la mañana siguiente nos hicieron un control y al descubrir que había subido de peso, decidieron dejarme sin ir al comedor varias semanas para poder regular mi peso de nuevo.

Al principio pensé que todo estaba bien. Que la rutina seguía siendo la misma. Que nada había cambiado. Pero era mentira.

Sentir unas manos tocarme y unos labios sobre los míos, me dejó llorando toda la noche.

Porque no quería ningún beso ni ningún toque que no fuera suyo.

Sus suaves caricias en mis hombros, su sonrisa al mirarme, sus besos por toda la cara.

Nadie iba a darme eso aquí.

Y dolía. Porque había empezado a debilitar esa armadura que llevaba y estaba sensible.

Estuve varias veces con pesadillas y sin poder dormir.

Tras una noche infernal, me tocaba hacer de camarera aquella noche.

Aunque lo que no me esperaba fue que Gavi apareciera aquí.

Nuestras miradas chocaron y entonces empezó a caminar hacia aquí.

Intenté no mirarle, pero cuando le tuve de frente, me eché a llorar.

Olía a champú. A hogar.

– Lia, ¿podemos hablar?

Yo negué suavemente y limpié un vaso.

– ¿He hecho algo mal?– preguntó.

Me mordí el labio en un intento de no romperme del todo y evité su mirada.

– Joder Lia, lo siento, si he dicho algo malo o he hecho algo que te ha molestado o te ha hecho sentir incómoda, lo siento.

– No puedo.– murmuré.

– ¿Qué ha pasado?

– Mi padre vino a verme. Va a ir a por ti, y no quiero que eso pase.– dije.

– Lo siento, cariño.

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Me voy a morir 🥹

𝐓𝐎𝐘𝐆𝐈𝐑𝐋 +18 | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora