XVIII

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Gavi se iba unos días para la concentración de la selección y me quedaba sola en casa. Él me había pedido que le acompañase, pero no iba a pedir unos días libres en el trabajo solo por acompañarle. Mi jefa sabía que yo tenía dinero de sobra para no necesitar el trabajo, por eso es a la que más enfilada tenía, porque con cualquier error, podía despedirme y quedarse tan tranquila.

– Solo serán unos días...–murmuré acariciando la cabeza de Gavi.– Cuando quieras darte cuenta, estarás aquí conmigo de nuevo.

– Ya, pero voy a echarte de menos igualmente.

Sonreí. Me daba mucha ternura verle tan osito amoroso conmigo cuando en el césped era totalmente lo contrario.

La gente a veces me preguntaba como podíamos estar juntos, y en parte tenían razón. Él era un revoltijo de emociones, de mecha corta y un poco seco y frío con la gente que no conocía, mientras que yo era simpática con todo el mundo, tenía paciencia infinita y controlaba muy bien mis emociones. Pero a veces el amor era así, la persona más diferente a ti, es la que te complementa, te llena y te hace feliz.

– ¿Puedo llevarme una de tus camisetas? ¿Para tenerla para dormir?–preguntó.

– Claro que puedes, llévate la que más te guste.– le dije sonriendo.

Él me sonrió y después se levantó para ir hasta mi armario y agarrar una de mis camisetas. Creo que fue la que llevaba puesta el día que nos conocimos, cuando interrumpió en mi habitación y me salvó de aquel hombre.

Nunca se lo he dicho verbalmente, pero agradecí muchísimo la interrupción aquel día. El destino había querido que él apareciese, que me salvara y que me ayudase a ahuyentar a todos esos fantasmas de mi pasado. Y sé que sin su ayuda, no habría podido hacerlo. Sabía que algún día tendría que agradecérselo.

El timbre sonó y Gavi me miró fijamente.

– ¿Quién es?– pregunté.

Ambos bajamos las escaleras y fuimos hasta la puerta. Al abrir, me encontré con Fermín con una sonrisa de oreja a oreja.

– Gavi me ha dicho que venga a hacerte compañía estos días que él vaya a estar fuera.– soltó.

Miré a Gavi, quien miró el techo para disimular.

– Vale, Fer, ¿tienes hambre?– pregunté.

Fer asintió y yo decidí que era hora de que comiéramos. Así que mientras ellos dos jugaban al FIFA, yo preparé macarrones y luego los llamé para que viniesen a comer.

Ambos se sentaron a mi lado y estuvimos hablando de mi trabajo, del tiempo y sobretodo, de fútbol.

Gavi estaba nervioso porque no sabía como iba a salir todo.

Después de comer, ayudamos a Gavi a terminar de preparar su maleta y entonces lo acompañamos hasta el aeropuerto, donde se encontraban Pedri y Lamine.

–Cuidadlo eh.– amenacé a estos dos últimos mirándolos.

Ellos asintieron tras unas risas y después desaparecieron por las puertas de embarque.

– ¿Qué hacemos?– preguntó Fermín.

– Vamos a hacer la compra, venga.

Fermín condujo hasta el supermercado y entonces entramos.

La gente nos miró, totalmente aturdidos de verme con él y no con Gavi, aunque las opiniones de los demás no podían importarme menos.

Tras comprar todo lo necesario, salimos e intentamos evitar a todo el que quería hacerse fotos.

Cuando volvimos a casa, dejé que Fermín se diera una ducha y cuando bajó se sentó en el sofá conmigo.

– ¿Jugamos a las cartas?– preguntó.

Asentí.

Estuvimos toda la tarde jugando a las cartas sin darnos cuenta de nada.

Así que cuando miré el móvil vi que tenía seis llamadas perdidas de Gavi. Le llamé de vuelta y me lo cogió al segundo tono.

– ¿Qué?

– ¿Se puede saber qué hacías que no me has respondido?– preguntó.

– Lo siento, estaba jugando con Fermín a las cartas y se nos ha ido el tiempo volando.– murmuré.

– Joder, que susto Lia, pensaba que te había pasado algo. Joder.

– Estamos bien Gavi, no te preocupes. ¿Ya estás en Málaga?– pregunté.

– Sí, mañana jugamos, o sea que entrenamos por la mañana y después nos echaremos una siesta antes de jugar.

– Vale cielo, avísame cuando te vayas a entrenar ¿sí?

– Lo haré. Te quiero.– murmuró.

– Y yo a ti.– dije sonriendo.

Colgué y Fermín me miró fijamente.

– Se ha cabreado mucho ¿no?

– Un poco. Estaba preocupado.

Él asintió y entonces me levanté para irme a dar una ducha.

Tras ducharme le dije a Fermín si quería salir a dar una vuelta y este aceptó.

Nos vestimos y después nos montamos en su coche.

– ¿Por qué no te sacas el carnet?– preguntó.

– No he tenido tiempo, aunque lo tengo pendiente.– dije sonriendo.– ¿Ya te quieres librar de mí?

– No. Me caes muy bien, pero siento que te vendría bien.– admitió.

Era algo que ya sabía. El no haberme sacado el carnet todavía no era algo bueno para mí.
Si quería ser libre totalmente, necesitaba tener mi propio coche.

Sé que Gavi nunca iba a dejarme volver sola a casa, pero nunca podías fiarte de la gente.

Fermín aparcó y después de bajarnos, fuimos a dar una vuelta por el puerto.

Me quité las zapatillas y dejé que el agua salada empapara mis pies mientras caminábamos por la orilla.

– ¿Está fría?– preguntó Fermín.

– Un poco.

Lo miré y entonces lo siguiente que pasó fue que me levantó como un saco de patatas y corrió hasta meterse dentro del mar.

Sentí el agua helada por todo el cuerpo y cuando conseguí sacar la cabeza de debajo del agua, lo miré con la boca abierta.

– ¡FERMÍN!– grité.

Él se reía mientras peinaba su pelo mojado y entonces eché a correr para intentar empujarlo y que se cayera al agua, aunque era más rápido que yo, así que fue imposible.

Después de recuperar el aire intentando atraparle, volvimos al coche empapados.

Pusimos unas toallas en los asientos y después arrancó.

– Dios, tengo el pelo enmarañado.– murmuré mirándome en el espejo.

Fermín se reía, aunque yo no estaba para risas.

Llegamos a casa y tras bajarnos, entramos en casa.

Fermín me agarró el brazo y entonces me miró fijamente.

– Lo siento por esto...

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Uuuuuueeepaaaa

𝐓𝐎𝐘𝐆𝐈𝐑𝐋 +18 | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora