CAPÍTULO 8

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OLIVIA

Mi nueva vida en Nueva York estaba resultando tan caótica como lo fue la partida de Alemania. Todo comenzó con la organización de la maleta.

—¿Cómo se puede meter toda una vida en una maleta? —espeté frustrada, dejándome caer exhausta en la cama— ¡Esto es imposible!

—No la hagas y quédate —respondió Jenell con tristeza.

—Sabes que tengo que irme.

—Me niego —replicó, sacando algunas prendas de la maleta que ya tenía doblada y lanzándolas sobre la cama.

—¡Eh! —me abalancé sobre ella, y ambas caímos de nuevo sobre la cama sin poder dejar de reírnos.

—Voy a echarte de menos...—susurró, girando su cabeza para mirarme.

—Yo muchísimo más.

Después de resolver esta complicada tarea, el momento de la despedida llegó inevitablemente. Jenell y yo nos encontrábamos entre lágrimas, inundando pañuelos con nuestras emociones desbordantes y muchísimos mocos. Dejarla allí, fue un proceso más doloroso de lo que había imaginado. Aunque nuestra amistad no llevaba mucho tiempo, ella se había convertido en mi familia.

Al enfrentarnos a la separación, la sensación de pérdida era palpable. Sabía que su ausencia dejaría un vacío significativo en mi vida. Jenell no era solo una amiga; era mi confidente, mi cómplice en travesuras diarias y mi compañera de risas y lágrimas. Extrañaría su peculiar dosis de locura, sus comentarios inoportunos que siempre arrancaban sonrisas y sus bromas incesantes que iluminaban los días más oscuros. Incluso llegaría a extrañar esos momentos en los que se metía conmigo constantemente, porque eran el reflejo de la autenticidad de nuestra amistad.

En ese instante de despedida, también reconocí cuánto extrañaría su característico cabello rubio platino, una parte tangible de su personalidad que ahora quedaba atrás. La idea de enfrentar la vida diaria sin su presencia se volvía abrumadora, y me di cuenta de cuánto significaba para mí.

Finalmente, abordé el avión con todos los detalles sorprendentemente bien organizados. Mi hogar estaba listo para firmar el contrato de alquiler con mi llegada, el bufete donde realizaría las prácticas estaba bien localizado, y hasta el metro que debía tomar para llegar estaba meticulosamente planificado hasta que pudiera adquirir un coche. Mi obsesión por el control había llevado a una preparación minuciosa de cada aspecto de mi nueva vida.

Sin embargo, al llegar a Nueva York, me encontré con una situación que desafiaba mi tendencia al control. El caos que me recibió casi me provoca un infarto.

Al llegar, me enfrenté a la impactante realidad de que la casa que había planeado alquilar ya estaba ocupada. Sí, efectivamente, me encontraba sin techo en la bulliciosa ciudad de Nueva York. La frustración se apoderó de mí, llegando al punto de maldecir la gran ciudad unas quinientas veces. Necesitaba encontrar una solución rápida, así que intenté calmarme.

Dada la urgencia de la situación, alquilar una habitación en el hotel más cercano se presentó como la opción más sensata. Consciente de que Nueva York no era precisamente económica, y considerando que la ubicación de mi futura casa estaba en una zona bastante exclusiva, terminé gastando una buena parte de mis ahorros en un hotel lujoso y caro. ¿Fue esta la peor manera de comenzar una nueva vida? Sí, lo fue.

Aunque mi estancia en el ostentoso hotel era solo temporal, esperaba con ansias encontrar un nuevo hogar lo antes posible y abandonar esa situación incómoda. Sin darle más vueltas al tema, y tras haberle mandado un mensaje a Jenell de que ya estaba en tierras neoyorquinas, me tumbé en la cama y el sueño se apoderó de mí.

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