CAPÍTULO 3

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OLIVIA

Disfrutaba dando vueltas en la cama al despertar, sumergiéndome en el reconfortante calor de los rayos del sol y dejando que las suaves sábanas se deslizaran por mi cuerpo desnudo. Quería prolongar este momento, así que me cubrí con la sábana y me volví hacia el otro lado. Fue entonces cuando noté una figura a mi lado. Al abrir lentamente los ojos, lo vi. La película de la noche anterior se reproducía en mi mente, aunque de manera borrosa. Chiara y Jenell me recogieron en el hospital y nos dirigimos directamente al centro. Pasamos una noche divertida, bebiendo más de lo previsto y conociendo a mucha gente, incluidos tres chicos amigos de Jenell. Bailamos hasta altas horas de la madrugada y al final de la noche, decidí aceptar la invitación de uno de los chicos para ir a su casa.

Ambos éramos conscientes de nuestras intenciones: buscar placer sin ataduras. Así que eso fue lo que hicimos. Ahora me encontraba en una situación incómoda, desnuda y compartiendo la cama con él, sabiendo que debía irme a trabajar. Nunca he considerado el sexo como un tema tabú, de hecho, siempre le he dado una gran importancia como la que le doy a comer o respirar. Sin embargo, siempre he evitado quedarme a dormir, ya que siento que esa conexión crea confusiones.

El pensamiento de una relación sentimental me provocaba cierta reacción alérgica. Por eso, me levanté de la cama lo más silenciosamente posible, recogí mi ropa y salí de la habitación, vistiéndome rápidamente para irme sin dejar rastro. No me gustaban las llamadas al día siguiente, ni la idea de acabar la noche durmiendo juntos para luego vivir una escena de "¿Te preparo el desayuno?" y mucho menos me agradaba generar falsas esperanzas.

La jornada en el hospital resultó ser tediosa y monótona, con pasillos desiertos y horas que parecían eternas. Justo en uno de los pasillos, a pocos minutos de marchar, vi a Jenell limpiando los ventanales.

—Te has dejado una mancha —sonreí.

—Deja de hacerte la graciosa y ven a echarme una mano —espetó lazándome el trapo a la cabeza.

Rápidamente, me quité el trapo de la cabeza y me acerqué a Jenell con una sonrisa traviesa.

—¿Una mano? ¿O dos? —bromeé, extendiendo ambas manos hacia ella.

Jenell rodó los ojos, pero no pudo evitar reírse mientras me entregaba otro trapo.

—Bien, aquí tienes tu oportunidad para brillar en el arte de la limpieza de ventanas —dijo con una mirada divertida.

Ambas nos sumergimos en nuestro trabajo entre risas. Los trapos se movían con gestos exagerados, y nuestras risas resonaban en el pasillo. Incluso aquellos pacientes que transitaban por ahí o las enfermeras no pudieron contener sus risas al presenciar nuestra efusiva exhibición.

—Voy a cambiar el agua del cubo —expliqué.

Agarré el cubo con ambas manos con mucho cuidado, consciente de que cualquier movimiento en falso podría convertirme en la próxima víctima de la misteriosa agua negra que, sin duda, albergaba todo tipo de sorpresas desagradables. Pero justo al girarme sentí una figura chocando conmigo, lo que hizo que no tuviera tiempo de reaccionar antes de que mi cuerpo recibiera un baño sorpresa. El agua negra recorrió mi cuerpo, llenándome de suciedad y empapando mi ropa. Una carcajada resonó en todo el pasillo, lo que hizo que mi sangre hirviera como si fuera una olla exprés. La actitud vacilante y chulesca del señor Walker dejaba claro que no había sido casualidad este "accidente" y su satisfacción se mostraba en cada gesto. Respiré hondo intentando calmarme para no montar un espectáculo.

—¿Se puede saber qué demonios acabas de hacer?

—Pensé que una fiesta de camisetas mojadas no estaría nada mal para alegrarme el día —contestó con provocación.

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