CAPÍTULO 24

15 3 0
                                    

OLIVIA

—¡Pareces haber visto un fantasma, muchacha! Aún sigo viva.

—P-Pero... ¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo habéis venido? —pregunté, mirando a mi abuela y luego a la pequeña personita en los brazos de Thomas.

—¡Tata, estás guapísima! —exclamó, lanzándose a mis brazos.

—¿Cómo es posible que hayas crecido tanto, enana?

—La abuela me obliga a comer verduras, quizá sea eso —susurró.

No pude contener la carcajada. La sorpresa me invadió al ver lo mucho que había crecido. Aunque seguía siendo igual de contestona y traviesa, ahora había una madurez en sus ojos que antes no estaba. A pesar de eso, mi primer instinto fue abrazarla con fuerza, como si quisiera protegerla de todo el tiempo que habíamos pasado separadas.

—¡No puedo creer lo grande que estás! —dije, mientras la estrechaba entre mis brazos.

—¡Tata, me aplastas! —se quejó con una risa que me recordó a la niña pequeña que solía ser.

—Anda, muchacho, ayuda a esta anciana con las maletas —le dijo mi abuela a Thomas.

Este que estaba observando toda la escena asintió y, sin perder tiempo, recogió todas las maletas y las llevó a una de las habitaciones. Una vez que todo estuvo en su lugar, se acercó a nosotras con una sonrisa en el rostro. Se inclinó ligeramente y depositó un suave beso en mi sien.

—Bueno chicas, seguro que tenéis mucho de qué hablar. Nos vemos en la comida —comentó él con una sonrisa cálida, que hizo que la mía se ensanchara aún más.

Mi abuela y yo lo observamos alejarse, y en cuanto desapareció por la puerta, sentí una mezcla de alivio y emoción. Me giré hacia ella, ansiosa por disfrutar de este tiempo juntas.

—Vaya, tu compañero de piso es todo un caballero —dijo mi abuela, con una sonrisa traviesa—. Ahora dime, ¿cómo has estado, querida?

—Seguramente mejor que la anciana que tengo delante. ¿No deberías estar en una residencia? —bromeé, lanzándole una mirada divertida.

Mi abuela soltó una gran carcajada, y hasta la pequeña se unió con una risa contagiosa. Mis dos pilares estaban aquí conmigo después de tantos meses, y me di cuenta de que las había echado aún más de menos de lo que pensaba. Un cosquilleo se instaló en mi estómago al pensar en lo que Thomas había hecho por mí. Los pequeños detalles que iba teniendo ablandaban mi corazón cada vez más. Con un revoloteo de mariposas en mi interior y los ojos húmedos de emoción, miré a las dos personas más importantes de mi vida.

Mi abuela seguía igual que siempre: bajita, con el pelo corto y negro, ojos del color del cielo y una energía arrolladora. Sus uñas y ojos siempre estaban perfectamente pintados. Tenía un carácter fuerte y era bastante cabezota. Desde que nací, todos decían que era la viva imagen de la gran Margot Jones, y no podía sentirme más halagada de parecerme a ella.

—Tampoco hay mucho que contar... —sonreí nerviosa.

—Cariño, sabes que te quiero muchísimo, pero no me trates como si fuera tonta o te daré en el culo como cuando eras pequeña —dijo, provocando una carcajada en mi hermana pequeña—. Creo que nunca te he oído hablar de ningún chico en todo este tiempo. Y un día cualquiera, llamo a mi preciosa nieta para saber cómo se encuentra, y para mi sorpresa, un joven con una voz preciosa me coge el teléfono.

—Bueno, eso fue... —intenté justificarme, pero las palabras no salían con fluidez.

Mi abuela se cruzó de brazos, sin dejar de sonreír.

VENENODonde viven las historias. Descúbrelo ahora