CAPÍTULO 25

10 3 0
                                    

OLIVIA

El estruendoso ruido del despertador me saca bruscamente del sueño. Al extender la mano hacia el lado, me doy cuenta de que Thomas no está. Con pereza, me incorporo y me encuentro con mi pelo en un completo caos. Me arrastro hasta la ducha, donde el agua caliente me ayuda a recuperar la apariencia de una persona decente.

—Buenos días —saludé a Anette al entrar en la cocina.

—Buenos días, Olivia. ¿Te apetece una taza de café? —preguntó ella mientras preparaba la cafetera.

—Gracias —respondí con una sonrisa—. Hoy tengo que ir al bufete. Por favor, dile a mi abuela y a Dana que intentaré salir más temprano para que podamos salir a cenar. Quiero que conozcan la ciudad.

Terminé mi café mientras preparaba mi bolso. Luego cogí las llaves del Audi A8 de Thomas, quien tras una larga conversación logró convencerme de que lo usara hasta que comprara mi propio coche, ya que él apenas lo utilizaba. Mi día comenzó de maravilla al encontrar aparcamiento a la primera, lo me hizo poner de muy buen humor. Al entrar en el enorme edificio, me dirigí hacia mi despacho, pero no sin antes hacer mi parada rutinaria en el escritorio de Emma, donde nos saludábamos y cotilleamos un poco.

—Buenos días, ¿Qué novedades tenemos hoy? —con una sonrisa le ofrecí uno de los tres cafés que había comprado en la entrada.

Si, más café porque mi nivel de paciencia y felicidad es directamente proporcional a la cantidad de café que haya ingerido en el día.

—Ves, por cosas como estas eres la mejor de todo el equipo —ambas reímos—. Seguimos con el juicio, el señor Cooper te espera en su despacho.

Abrí la puerta de mi despacho, el cual estaba tan impecable como siempre y dejé mi bolso para coger lo más esencial para trabajar. Saqué mi iPad y cogí los otros dos cafés, para poner rumbo al despacho de Dylan.

—Buenos días, señor Cooper.

Lo encontré profundamente concentrado, observando un escritorio repleto de papeles. Llevaba gafas y se frotaba lentamente la barbilla, con la mirada perdida en esos documentos. Su pelo, algo despeinado, dejaba caer algunos mechones sobre la frente, mientras su ceño fruncido refleja la intensidad del problema.

—Menos mal que has llegado, tenemos mucho trabajo —respondió juntando varios papeles.

—¿Café?

—Acabas de ganar diez puntos extras —sonrió quitándose las gafas y dejándolas sobre la mesa.

Me dolía la cabeza y me escocían los ojos. Llevábamos casi cuatro horas sentados sin descanso, y necesitaba desesperadamente respirar aire fresco. Estaba tan agotada que las letras parecían moverse sobre el papel, como si estuvieran bailando entre ellas.

—Mi mente no da para más —dije, deslizándome en la silla y observando a Dylan.

—Salgamos diez minutos a respirar o no avanzaremos.

—Llevo cuarenta y cinco minutos leyendo sobre el coche del señor Pittman, pero todo parece normal. Tiene que haber algún fallo, pero no consigo verlo —expliqué, dejando caer los papeles en la mesa con exasperación.

—¿Me dejas verlo?

—Por supuesto.

—Buen coche, la verdad —comentó él, observando la imagen—. Mi padre tenía uno como ese. Él siempre decía que lo que hace un buen coche es un buen neumático, y afirmaba que estos daban una total tranquilidad.

—¡Neumáticos run-flat! —grité.

—Si, no sabía que te emocionara tanto los coches y los neumáticos, Olivia. ¿Es algún fetiche extraño?

VENENODonde viven las historias. Descúbrelo ahora