CAPÍTULO 22

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OLIVIA

Corría como si mi vida dependiera de ello, con una tostada en la boca y uno de mis tacones en la mano, en una frenética búsqueda de mi teléfono. Si no conseguía salir en cinco minutos, el bufete se convertiría en un campo de batalla y yo, en la pobre víctima. Había empezado el día con la intención de ser puntual, pero claro, cierto individuo decidió hacerme compañía en la cama y, posteriormente, en la ducha. Ahora, el resultado era un desastre: yo sin mi teléfono y él riéndose a carcajadas.

—¡Ahí estas, hijo de...! —exclamé, aterrizando en el suelo en un intento desesperado de alcanzarlo.

Thomas, apoyado en una pared, me observaba con una pequeña sonrisa. Su presencia no ayudaba en absoluto a mi situación de caos matutino. Su cuerpo perfectamente tonificado, su aspecto sexy con pantalones de algodón y el pelo mojado no eran precisamente lo que necesitaba en ese momento.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —preguntó Thomas, divertido.

—Buscando mi teléfono, ¡y si no salgo en cinco minutos, llegaré más tarde que una tortuga en una maratón! —gruñí, tratando de colocarme el tacón y masticar mi tostada al mismo tiempo.

Cuando llegué a la oficina, parecía que un tornado me había pasado por encima, la camisa sobresalía de la falda, estaba sudando como si hubiera corrido un maratón y rezaba para que mi maquillaje no hubiera sufrido daños. En el ascensor, hice malabares dignos de un circo mientras intentaba retocarme y acomodar la ropa en tiempo récord. Al abrirse las puertas, saqué una sonrisa deslumbrante, como si el caos de la última hora hubiera sido un paseo por el parque.

—Señorita Smith, tan guapa como siempre... a mi despacho ahora —saludó el señor Cooper, apenas mirándome, mientras se dirigía a su despacho.

¿Guapa? O ese hombre siempre tenía buenos ojos para mí, o no me había visto bien. En cambio, él estaba tan impecable como siempre, con su traje perfectamente planchado, su pelo rubio bien peinado y su radiante sonrisa. Alejé esos pensamientos antes de empezar a divagar en temas que no debería.

—Buenos días, señor Cooper —saludé al cerrar la puerta y dejar mis cosas sobre el asiento.

—No saque sus cosas, nos vamos a un juicio —comentó, lanzando su vaso de café a la papelera—. Han conseguido adelantarlo, así que vamos a la guerra.

—¿Ya? ¿Tan pronto? —Tenía los nervios a flor de piel y el estrés matutino seguía en mi cuerpo.

Y eso que se habían esmerado en quitármelo.

—Si, además el juicio probablemente dure varios días, así que vamos a contrarreloj. La quiero trabajando constantemente cuando lleguemos. Ahora nos tenemos que ir, nos está esperando un coche desde hace... —giro su muñeca para mirar su reloj—, diez minutos.

El juicio llevaba un rato en marcha con todos mostrando su mejor cara de póker. El juez, daba instrucciones que hacían que hasta los abogados se estremecieran, el acusado parecía estar a punto de derretirse de puro sudor nervioso, y todos deseábamos que el sistema de aire acondicionado siguiera funcionando.

—Vamos a ganar el juicio —susurró Greta.

—¿Cómo estás tan segura? Parece bastante difícil —pregunté, mordiéndome el labio en un intento de aparentar tranquilidad.

—El señor Cooper es un abogado de los buenos, por eso está donde está. Ya verás, es como un mago, pero con traje y corbata.

Justo en ese momento, el juez llamó al acusado a declarar, marcando el comienzo del juicio.

—Señor Pittman, póngase en pie. Se le informa de su derecho de no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable —anunció el juez, dando inicio al drama.

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