CAPÍTULO 11

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THOMAS

El sexo con Olivia se convirtió en una experiencia única. La intensidad del placer que sentí superó cualquier capacidad de expresión verbal. Deseaba fervientemente que nuestra insensata promesa de no repetirlo se desvaneciera en el aire. Jamás me había corrido de forma tan arrolladora. Cada uno de sus movimientos, gemidos y gestos de éxtasis se manifestaban como la encarnación misma del pecado, y yo, como un hombre rendido a sus encantos.

Tomé el control de la situación, consciente de que permitirle actuar a ella podría llevarme a la locura. Y no me equivoqué. Nuestro encuentro fue una explosión desenfrenada que arrasó con todo a su paso, eclipsando incluso al mismísimo Big Bang en su magnitud.

Ambos tumbados sobre la cama, desnudos y tratando de aplacar el frenesí de nuestras respiraciones agitadas. Nuestros cuerpos aun palpitando con la intensidad del momento compartido. Con la mirada fija en el techo, revivíamos en silencio cada instante de nuestra conexión ardiente. Observé a Olivia, notando cómo su mente trabajaba a toda velocidad, quizás reviviendo los mismos momentos en su interior. Su expresión concentrada y pensativa provocó una sonrisa en mis labios. Era fascinante contemplar cómo cada uno de nuestros pensamientos y emociones se entrelazaban tras el sexo.

—¿Qué tal los primeros días como neoyorquina? —pregunté, rompiendo el silencio.

—Sinceramente, un poco extraño, pero me siento como una privilegiada por tener esta oportunidad — Sonrió, con una mirada sincera.

—Tu vida aquí sería mucho mejor si estuvieras en Walker-anz, todos lo sabemos.

Mis palabras salieron involuntariamente de mis labios, como si tuvieran vida propia. No era mi intención expresar eso, pero simplemente sucedió. Quizás fue el ambiente íntimo que estábamos compartiendo en ese momento. Nunca me había quedado hablando con una mujer después de follármela. Normalmente, me limitaba a recoger mis cosas y marcharme, pero con ella había sido diferente y eso me llevaba a articular palabras incoherentes sin control.

—Permíteme dudarlo —se burló con una gran carcajada—. Además, tenéis a Blaz, que es un chico muy inteligente. Vosotros lo elegisteis por algo.

—¿Blaz? —pregunte con un tono cargado de arrogancia—. Ah, sí, el enamorado.

—No está enamorado de mí.

Su afirmación me arrancó una carcajada. Ese chico adoraba el suelo que Olivia pisaba; si aún no se había dado cuenta, era porque no era tan astuta como yo creía.

—¿Lo has visto ya? —pregunté aun sabiendo que no me interesaba su respuesta.

—Pues, la verdad, no he tenido ni un respiro entre la búsqueda de alquiler y las practicas, pero en cuanto pueda lo haré. Hace mucho tiempo que no lo veo.

—¿Le darás aquello que tanto anhela?

Su rostro reflejó incredulidad ante la sorna de mis palabras. ¿Acaso había dicho algo tan extraño? Parecía estar contemplando a un dinosaurio recién salido de la Edad de Piedra, o a alguna especie rara que aún estaba esperando su turno para ser descubierta.

—Y ya que estás tan bien informado, Thomas Walker, ¿puedes decirme qué es lo que anhela ese chico? — Preguntó, levantándose rápidamente de la cama para ponerse la camiseta y cruzarse de brazos.

—Te creía más inteligente. Está claro que ese chico solo quiere acostarse contigo, que le des sus diez minutos de felicidad en los que no conseguirá hacerte disfrutar y para él será como estar en el cielo, y después, se acabó —espeté con descaro.

—Bueno, en eso estás muy equivocado, pero aun así, ¿en qué os diferenciáis Blaz y tú?

Un silencio se instaló entre nosotros, brindándome la oportunidad perfecta para observar su expresión de enfado tan familiar. Sus cejas fruncidas, los labios ligeramente apretados; era una danza de emociones que había presenciado en innumerables ocasiones.

—¿Acaso no has venido esta noche para acostarte conmigo, Thomas?

Volví a reírme. ¿Acaso no había venido esta noche a por ella? Mis labios se curvaron en una sonrisa. La ironía de la situación era tan palpable que resultaba casi cómica.

—Lo nuestro es distinto, además, solo te estoy avisando. No me gustaría que lo pasaras mal.

—¿Lo nuestro? —replicó con una risa amarga— ¿Qué es lo nuestro?

—Ya me has entendido, no hablo de eso. Era un simple consejo, Blaz no te conviene.

—No eres nadie para meterte en mi vida. No puedes venir aquí y darme prohibiciones. ¿Quién te dice a ti que no nos hemos acostado ya? — preguntó cabreada, mientras su cara se volvía de un rojo intenso y sus músculos estaban cada vez más tensos.

—Llevas razón, yo solo venía a follar y ya hay demasiada conversación de por medio. Así que, si no quieres repetir, mi trabajo aquí ha acabado —respondí, notando cómo el tono desafiante regresaba a mi voz. Si esto no le gustaba, debería asegurarse más de quién llevaba a su cama.

—Eres un sinvergüenza. Ni siquiera sé cómo he permitido que pasara esto. Coge tus cosas ahora mismo y vete, y jamás en la vida vuelvas a llamarme. Eres una persona repugnante.

Las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos y la ira se incrementó. Lo que menos me apetecía después de haber echado un buen polvo, era lidiar con una niña caprichosa al borde de las lágrimas.

—Está claro que tu padre no te ha enseñado modales —me burlé, tratando de liberar tensiones mientras recogía mis cosas y me disponía a marcharme.

—Mira, estúpido capullo, cabeza de almendra, solo te lo voy a decir una vez —dijo, cogiendo un cojín rápidamente que acabó aterrizando sobre mi cabeza. Estaba claro que tenía carácter, y eso volvía a encenderme—. Que sea la última vez que mencionas a mi padre, ¿te ha quedado claro?

—Tampoco tienes que ponerte así. Vaya furor llevas encima. Estaba equivocado, tus actitudes sí que son infantiles, pero tu carácter me vuelve loco.

No sabía por qué era incapaz de mantener la boca cerrada. Quizás era porque así prolongaba el momento de mi partida, o quizás porque me entretenía verla enfadada. El caso era que, si no dejaba de hablar y me largaba, esta chica acabaría estrangulándome con sus pequeñas y ágiles manos, todo debido a una ira sobrenatural provocada por mi irresistible encanto.

—No te lo pienso decir más. ¡Fuera de aquí! —gritó exasperada—. Y no aparezcas más rogando ni con tonterías.

—¿Rogarte? Ni que fueras alguien relevante. Solo has sido una más que apuntar en la lista.

Había cruzado la línea pronunciando aquellas palabras, pero ya no había vuelta atrás. Lo hecho, hecho estaba. Podía sentir un atisbo de arrepentimiento, pero estaba completamente seguro de que este era el final de nuestro camino juntos. Era como si ahora cada uno pudiera seguiría su propio rumbo sin mirar atrás. Jamás volveríamos a cruzarnos, y así, la vida continuaría su curso como si nada hubiera sucedido entre nosotros.

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