CAPÍTULO 7

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THOMAS

El viaje en avión se prolongó más de lo que hubiera deseado. A medida que el avión tocó tierra y las puertas se abrieron, mi teléfono no tardó en comenzar a vibrar y sonar incesantemente. Como era de esperar, una marea de llamadas y mensajes de texto inundó mi dispositivo, recordándome la cantidad de responsabilidades que me aguardaban en tierra firme.

Sintiendo la fatiga acumulada durante el vuelo, me enfrenté a la situación de tener que lidiar con múltiples asuntos pendientes. Fue en ese momento cuando decidí tomar el control de la situación y buscar el apoyo de mi secretaria.

Con un suspiro de alivio, marqué su número y esperé con impaciencia mientras el teléfono sonaba al otro lado. La voz familiar de Mel me dio la bienvenida, y con una mezcla de gratitud y cansancio, le delegué la tarea de gestionar algunas demandas que requerían mi atención inmediata. Lo que no esperaba era lo que iba a decir a continuación.

—Su padre ha intentado comunicarse con usted en repetidas ocasiones, cientos de veces para ser exactos —respondió, mientras escuchaba el sonido de las teclas de su ordenador

—¿Te ha dicho que es lo que quiere?

—No, pero insiste en que se trata de un asunto importante.

Tras hablar un par de minutos con ella y organizarnos para atender todos los problemas lo antes posibles. Colgué el teléfono y fui directo al coche que me estaba esperando. Jer, mi chofer, salió y se acercó a mí; nos saludamos con un choque de mano y pusimos rumbo a la oficina.

—Su padre ha llamado —Comentó mientras arrancaba el coche alejándonos del aeropuerto.

—¿Es que ese idiota se ha puesto en contacto con todo el mundo? —repliqué con cierta irritación.

Con una mezcla de molestia y resignación, decidí marcar el número de teléfono de mi padre para indagar sobre la situación de lo ocurrido. Había estado evitando, con ahínco, la necesidad de hablar con ese hombre al que, por pura formalidad, debía llamar padre. Nuestra relación se limitaba estrictamente al ámbito profesional, pero ansiaba el día en que ni siquiera eso fuera necesario. A pesar de llevar el control absoluto del bufete, la sombra de mi padre siempre se cernía sobre mí, ejerciendo presión constante, molestándome y criticando cada uno de mis movimientos, como si fuera un niño de cinco años que apenas sabe dónde tiene la cara.

Era agotador. Cada conversación, aunque fuera breve, se convertía en un desafío. Su actitud despectiva y sus comentarios críticos no hacían más que alimentar mi frustración. A pesar de mi posición como líder de la empresa, siempre estaba a la sombra de su juicio, como si nunca pudiera escapar de su mirada crítica.

Escuchando los tonos del teléfono, me preparé para sumergirme en la tormenta de sus críticas. Estaba decidido a enfrentar lo que fuera necesario para mantener el control del bufete.

—¡Finalmente decides aparecer! —exclamó al otro lado de la línea.

—Estaba trabajando —contesté airado.

—¿Trabajando? —se rio con sarcasmo—. Llevas una semana sin coger el teléfono, Thomas.

—¿Vas a explicarme que está sucediendo?

Intenté enfocarme en lo verdaderamente importante; iniciar una pelea con él no nos llevaría a ninguna parte.

Baker&Mckenzie está haciendo una competencia feroz a nuestro bufete. Están llevándose muchos clientes importantes, y la situación está afectando a nuestros ingresos.

—¿Cómo diablos ha ocurrido eso? —suspiré peinándome el pelo hacia atrás—. ¡Solo llevo una semana fuera!

—No estoy seguro de todos los detalles, pero están ganando terreno rápidamente. Seguimos por encima, pero debemos arreglarlo —explicó resignado—. Analizaremos su estrategia a fondo.

—Me pondré a ello en cuanto llegue.

—No pierdas el tiempo. Asegúrate de que nuestro equipo este totalmente comprometido con la situación —insistió con autoridad—. Llámame con cualquier cosa.

Estaba claro que la calma que me había producido Alemania no la iba a tener aquí. Apenas llevaba veinte eternos minutos en suelo americano y ya se me acumulaban mil preocupaciones. En un intento de encontrar algo de alivio, decidí abrir la ventana del coche y encender un cigarro, permitiéndome unos momentos para calmar los nervios que se agolpaban en mi interior.

Mientras inhalaba el humo, mi mente divagó hacia Olivia. Recordé la última vez que estuve en su casa y las ganas que tuve de perderme en ella por una sola noche. Sin embargo, la realidad era que ella no cedió ante mis encantos. A pesar de la atracción palpable entre nosotros, la oportunidad de compartir una noche de placer con ella se desvaneció rápidamente.

Era una chica con un carácter fuerte y vacilante, siempre lista para desafiarme en cualquier momento. Resultaba evidente que no se dejaba amedrentar por imposiciones externas; su determinación y resistencia eran palpables. En ocasiones, lograba sacarme de quicio con su afán de aparentar ser una niña perfecta que nunca cometía errores, aunque yo no compraba esa imagen. Intuía que, bajo esa coraza de "doña perfecta", ocultaba algo más profundo.

Era intrigante, y su capacidad para seducir no pasaba desapercibida; había dejado eso claro. Aquella mirada azul, intensa como las olas del océano en pleno movimiento, despertó mi curiosidad de inmediato. Y, por supuesto, no podía pasar por alto sus increíbles curvas, que parecían haber sido esculpidas por las manos de un artista; eran dignas de una diosa. Cada detalle de su presencia parecía meticulosamente diseñado, como una obra maestra que desafiaba la perfección.

Entre bocanadas de humo y pensamientos perdidos, la tentación de buscar un escape en el placer momentáneo era fuerte, pero las circunstancias actuales exigían mi atención si quería que todo funcionara correctamente. Más tarde, me permitiría desahogarme, tal y como estaba acostumbrado a hacerlo: En un hotel y con una chica que satisficiera todos mis deseos.

Al entrar a la oficina, me recibió un auténtico caos. Personas que se desplazaban de un lado a otro, papeles moviéndose constantemente, el penetrante aroma del café impregnaba el aire, los susurros colmaban la sala de descanso y la sala de reuniones estaba lista para mi llegada. Mientras tanto, Mel no cesaba de teclear frenéticamente en su ordenador.

—Buenos días, señor Walker —saludó con una amable sonrisa.

—Reunión en diez minutos, convoca a todo el mundo.

Sin sonrisas, sin compasión, sin empatía. Este era yo y mi trabajo no era ningún juego. La batalla no sería sutil ni misericordiosa; era una guerra que se libraría en cada contrato, en cada negociación. Sin embargo, una cosa estaba clara: Baker&McKenzie estaría acabado a final de año.

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¡¡Siento que este capítulo sea tan cortito, pero lo necesitaba como introducción a lo que vendrá después!! Os lo compensaré en el próximo, que es mucho mas largo y viene cargadito de fuerzas. Gracias por leerme.

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