CAPÍTULO 12

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OLIVIA

En cuanto salió por la puerta, me sentí totalmente abatida. La atmósfera pesada de sus palabras hirientes aún resonaba en mi mente, y la tristeza se apoderó de mí. Sabía que este episodio tenía que llegar a su fin, que su presencia era tóxica y que, lamentablemente, podría convertirse en un problema más en mi vida. Esta situación no era nueva. Había experimentado alguna vez sus arrebatos de destrucción emocional, pero esta vez fue diferente. Estaba decidida a no sucumbir a sus juegos y a ignorar mi impulsividad. De esta manera, lograría cortar cualquier lazo con él de raíz.

El dolor en mi pecho era palpable. Sus palabras hirientes me habían hecho daño de una manera que solo alguien consciente de su capacidad para herir podía hacerlo. Thomas acababa de conocer la forma de golpear justo donde más me dolía, y es lo que había estado buscando desde el primer momento que cruzó mi puerta esta noche.

Me di cuenta de que, había liberación en su partida. Había tomado una decisión necesaria para preservar mi paz mental y emocional, ya que, si esto no hubiera ocurrido, estoy completamente segura de que nos habríamos encontrado de nuevo para repetir lo sucedido esta noche. Contemplar su regreso me llenaba de terror, consciente de lo adictiva y potencialmente peligrosa que era nuestra conexión. Reconocía que poner fin a este estúpido juego era un paso esencial para mi propia evolución. Ahora me enfrentaba a la tarea de desvincularme de alguien cuya única habilidad era causar daño cuando las circunstancias no cumplían sus expectativas.

La herida causada por mi padre seguía abierta en lo más profundo de mi corazón, aunque él ignoraba las razones. A pesar de ello, fue él quien asestó el golpe más doloroso, permitiendo que la herida sangrara sin cesar. Thomas me confundía. Lo detestaba con toda mi alma, pero al mismo tiempo, su mera presencia avivaba un intenso deseo en mí. Sentía el impulso de llorar, y esa sensación me hacía sentir vulnerable e insignificante. No deseaba entregar mi sufrimiento a alguien que, con el menor descuido, buscaría destruirme. Sabía que era más fuerte que eso y estaba decidida a demostrarlo.

Perder a mi padre ha dejado una huella tan profunda en mi alma que aún hoy, después de todos estos años, siento su peso. Me parece imposible superarla. He perdido la confianza en los hombres, en el amor e incluso en mis propios sentimientos, que a veces amenazan con consumirme por completo. He pasado por una mala racha, como suelo llamarla, pero sé que aprenderé a convivir con ella y a recordar con alegría cada instante que compartí con él.

Thomas, por otro lado, iba a ser un desafío. Era una verdadera tormenta que arrasaba todo a su paso. No obstante, tenía claro que nosotros no éramos compatibles. Me repetí mil veces que dejara de ilusionarme con un juego sin sentido, que un buen sexo no justificaba mi destrucción, que no caería por un hombre así. Porque sí, había visto destellos de bondad en él, como su sinceridad al compartir parte de su historia o su sentido del humor, y por eso había accedido esta noche. Pero ese había sido mi gran error, ya que había desatado en mí tantas sensaciones contradictorias, tanto positivas como negativas, que ahora me sentía desorientada. Permitirle acceder a mí, aunque solo fuera por esta noche, abrió puertas que prefería mantener cerradas. Aquellas que me llevaban a perder mi coraza protectora y permitían el acceso a partes de mí que no deseaba compartir con nadie.

Entre mil pensamientos, me dejé llevar por los brazos de Morfeo, confiando en que al despertar mañana mi mente estuviera clara y lista para concentrarme en mis responsabilidades.

...

Con un café en la mano, deambulaba admirando las calles de la gran manzana y, para mi sorpresa, esta vez llegaba puntual a la oficina. La noche anterior había sido terrible; me había despertado un par de veces cada hora y apenas había dormido dando vueltas de un lado a otro sin cesar. No entendía por qué me afectaba tanto aquella conversación. Sin embargo, lo que más me dolió no fueron sus palabras crueles y venenosas, sino la simple certeza de que ya no lo vería más. No más peleas, no más bromas, no más Thomas. Al llegar a la recepción, saludé con la sonrisa más falsa que mi rostro pudo ofrecer.

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