CAPÍTULO 13

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OLIVIA

Al atravesar un cartel de bienvenida a Malba en Queens, me percaté de que este vecindario albergaba exclusivamente a personas con una economía exorbitante. La abundancia era tan abrumadora que resultaba intimidante. El coche quedó inmóvil frente a la imponente mansión blanca, un espectáculo arquitectónico resplandeciente con luces tenues que realzaban cada detalle y rincón. En contraste con las demás casas del vecindario, que eran extremadamente lujosas, esta destacaba proyectando una presencia majestuosa y exclusiva. Una mezcla de asombro y admiración llenó el aire cuando observé la propiedad, la cual parecía emerger de un cuento de hadas urbano. Las luces titilaban suavemente, creando una atmósfera mágica que rodeaba la magnífica estructura.

Al girar mi cabeza para compartir mi impresión, me encontré con sus ojos que escudriñaban cada matiz de mi expresión. Sus labios esbozaron una sonrisa de complicidad, como si estuviera ansioso por descubrir mis pensamientos más profundos. La expectación flotaba en el aire mientras permanecíamos allí, ante la entrada.

—Pues esta es mi casa. Venga vamos, te invito a una copa — Sonrió saliendo del coche. Mis piernas se movieron inconscientemente imitando el movimiento de las suyas.

El interior de la mansión revelaba una elegancia exquisita. El salón, con su inmenso sofá y cojines estratégicamente colocados, daba la sensación de poder dormir durante horas sobre él. Grandes obras de arte adornaban las paredes, aportando un toque de sofisticación. Las luces tenues realzaban cada rincón, creando una atmósfera acogedora. Las enormes ventanas de cristal permitían una vista panorámica del jardín, donde la piscina, perfectamente iluminada con luces neones, se convertía en el foco central.

En el centro del salón, una pequeña mesa con chimenea proporcionaba un toque acogedor, y la pantalla de televisión de dimensiones generosas se erguía como el centro del lugar. Al sentarme en el sofá, me dejé llevar por la inmensidad del lugar, mientras Thomas, hábil anfitrión, se alejaba momentáneamente para regresar con dos copas. Acepté una de ellas y di un pequeño sorbo. El líquido impactó contra mi paladar, y el sabor a fresas dejó una sensación dulce en mis labios. De forma instintiva, pasé la lengua por ellos, saboreando cada matiz de la bebida mientras me sumergía en el ambiente lujoso de aquella magnífica residencia.

—Es preciosa — susurré, dejando que la magnífica casa me envolviera.

Thomas se dejó caer sobre el respaldo del sofá, suspirando como si la grandeza de su hogar también pesara sobre sus hombros.

—A veces es demasiado grande, incrementa mis demonios —confesó.

—¿Por qué? —pregunté curiosa—. ¿Por qué todo esto, Thomas? ¿Qué hago aquí?

—Solo... solo estoy tomando una copa con una amiga, ¿Qué tiene de malo, Olivia? — inquirió curioso.

—Todo es malo. Tú estás borracho, y ambos sabemos que nosotros nunca conseguiremos ser amigos. Lo he intentado, pero no soporto tus cambios de humor —intenté explicar mientras notaba como mi cabeza funcionaba con demasiada rapidez, dejando que mis pensamientos salieran desbocados por mi boca—. De repente desapareces, luego apareces como si nada y tenemos sexo, uno muy bueno e interesante por cierto, pero luego cambias. Algo no te parece bien y sueltas absolutamente todo lo que se te pasa por esa cabeza, siendo completamente consciente del daño que puedes hacer. Apenas nos conocemos y esta relación es demasiado extraña, no sé si quiero seguir así.

Al pronunciar esas palabras, sentí cómo las lágrimas luchaban por escapar una vez más, una escena que se había vuelto demasiado familiar desde que lo conocía. Con cada encuentro, mi certeza crecía: no lo quería en mi vida de esa manera. No podía ser su saco de boxeo, pero tampoco podía imaginarlo fuera de mi mundo.

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