Días después del regreso del señor Yeager, recibieron carta de su tío con la buena noticia: habían descubierto a los fugitivos. Pero estos no se habían casado ni Jean tenía intención de hacerlo a menos que el padre cumpliera ciertos compromisos, que Gardiner había aceptado en su nombre: mil libras que le correspondían por la herencia de su madre, más cien libras cada año mientras el padre viviera. Además Lydia se iba a casa de los tíos, para que de allí saliera para la iglesia.
—¡Pero es posible! —gritó Elizabeth—. ¿Es posible que se case con ella?
—Lo que me extraña —adujo el padre— es que Kirschtein haya pedido tan poco. Un hombre como él no se casa con Lydia por menos de diez mil libras. Dos cosas me pregunto: cuánto dinero le ha costado realmente a vuestro tío arreglar el asunto y cómo voy a poder alguna vez devolvérselo. Porque está claro que esto es cosa de vuestro tío.
Llegó el día de la boda y Jane y Elizabeth se alegraron por su hermana. Tras la ceremonia, la pareja venía a Longbourn a ver a la familia. El señor Yeager se había mostrado muy enfadado con su hija, asegurando que jamás volvería a recibirla en su casa, pero la insistencia de las dos mayores acabó por hacerle cambiar de actitud. Llegaron, pues, y la madre los abrazó entusiasmada, mientras que el padre se mantuvo serio. Le irritaba la descarada osadía de la joven pareja.
Lydia era la de siempre: alocada, insolente, atrevida y ruidosa; Kirschtein tampoco sentía ninguna cortedad y con la misma sonrisa y simpatía que ya le conocían manifestó su alegría de emparentar con ellos.
Elizabeth y Jane estaban escandalizadas ante su cínica desvergüenza.
—Bueno, mamá —dijo Lydia—, ¿no te parece un encanto mi marido? Estoy segura de que mis hermanas me envidian. Tienen que ir a Brighton, allí es donde se caza marido. Y no os he contado todavía cómo ha sido la boda. ¿No quieres saberlo, Lizzy?
—Realmente, no —contestó ella—. No creo que haya mucho que decir.
—¡Bah! ¡Qué rara eres! De todas formas te lo voy a contar. Habíamos acabado de desayunar y yo estaba muy nerviosa tratando de imaginar si mi querido Kirschtein llevaría una levita azul o negra, cuando llegó un cliente para ver al tío. ¡Y era él quien tenía que llevarme a la iglesia, figúrate, íbamos a llegar tarde! Pero, por suerte, acabó en diez minutos. Después me acordé de que, si no hubiera podido él, lo habría hecho Ackerman.
—¡Llevarte a la iglesia el señor Ackerman! —exclamó Elizabeth estupefacta.
—¡Oh, sí! Pero ¿qué he hecho? Se me ha olvidado que prometí guardar el secreto.
Elizabeth no podía dejar de pensar. ¡Levi había asistido a la boda de su hermana! Necesitaba saber más y decidió escribirle una carta a su tía para enterarse. Se sintió satisfecha cuando recibió su contestación de inmediato. Su tía era explícita al respecto: todo había sido obra de Levi.
Él había averiguado el paradero de la pareja, los había visto y había hablado con Jean. El motivo por el que lo había hecho era su convencimiento de que él había tenido la culpa de lo que había pasado por no dar a conocer la vileza del sujeto y prevenir a las jóvenes decentes contra sus encantos.
Achacaba a su malentendido orgullo el no haberlo hecho por no rebajarse a exponer en público sus asuntos privados. De modo que creyó su deber reparar el daño causado. Con todo resuelto, se presentó en casa de sus tíos para informarles.
Se escondían en la casa de una antigua institutriz de Mikasa, que se dedicaba a alquilar habitaciones. Fue y trató de convencer a Lydia para que abandonara su deshonrosa situación, pero esta se negó, así que no quedaba más remedio que asegurar la celebración del matrimonio. Pero los propósitos de Jean no eran esos, sino los de irse al norte del país y allí buscar una esposa con fortuna.
Ackerman comprendió que no se opondría a la tentación de recibir una suma de dinero y así lo hizo. Pagó sus deudas, le entregó mil libras como dote de ella, además de lo que recibiese de sus padres, y le compró un puesto alejado en el ejército con el compromiso de tomar posesión en un plazo breve. Jean quería más, pero tuvo que ser razonable.
Levi estaba empeñado en que no se supiera que él había sido el verdadero benefactor de Lydia y el tío Gardiner tuvo que aceptarlo; pero ahora se alegraba mucho de que Lizzy lo supiera y se llevase el mérito quien realmente lo tenía. Eso sí, le pedía que el asunto no saliese de ella o de Jane.
Al terminar de leer la carta, el ánimo de Elizabeth estaba tremendamente agitado. ¿Él había hecho todo esto por una chica por la que no sentía estima? Su corazón le susurraba que era por ella.
El día de la partida de Lydia, la señora Yeager tuvo que admitir que la separación duraría mucho tiempo. Madre e hija se dieron varios abrazos. El adiós de Jean estuvo lleno de sonrisas afectuosas y frases gallardas.
—¡Qué individuo más fino y delicado! —comentó el señor Yeager tan pronto como se habían alejado—. Tiene una sonrisa que empalaga. Me siento tan orgulloso de él que voy a desafiar a sir Blouse a ver quién tiene el yerno más valioso de los dos.
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Orgullo y prejuicio. [Levi Ackerman]
FanfictionEs una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna ha de buscar esposa. Adaptación de "Orgullo y prejuicio" de Jane Austen.