La escapada

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Al día siguiente, Elizabeth recibió carta de Jane. Su letra reflejaba una gran agitación y la noticia no podía ser más grave. Acababan de recibir un mensaje urgente del coronel William, en el que les decía que Lydia se había fugado con Jean a Escocia.

Su madre estaba muy afligida, se había metido en la cama enferma y no dejaba de lamentarse; su padre estaba también muy afectado. ¡Qué iba a ser de ellos! El coronel no creía que Kirschtein tuviese intención de casarse, pues no era hombre de fiar; había tratado de buscarlos en el camino de Brighton a Londres, pero sin resultado.

Su padre salía en ese momento para Londres, para ir en busca de la pareja. Jane le pedía que convenciese al tío Gardiner para que acompañase a su padre y que ella volviera a casa.

—¡Oh! ¿Dónde está mi tío? —gritó Elizabeth saltando del asiento, pero al abrir la puerta se topó con Levi. Al ver su palidez, él se asustó y atropelladamente ella le dijo:

—Le ruego que me perdone, pero tengo que dejarle. Debo encontrar a mi tío.

—¡Por Dios! ¿Qué ocurre? —preguntó él sobresaltado—. No intento detenerla, pero mande a un sirviente o deje que yo vaya a buscarlo. Usted no está en condiciones de ir.

—No me pasa nada —dijo, aunque le temblaban las rodillas—. Es que estoy destrozada por las espantosas noticias que acabo de recibir. —Y estalló en llanto—. Mi hermana más joven, Lydia, se ha fugado con Kirschtein. Usted lo conoce demasiado bien para dudar de lo que sigue después. Ella no tiene dinero, ni parientes ricos, nada que a él le pueda tentar. —Levi se quedó espantado—. Está perdida para siempre. Yo sabía la clase de individuo que era y esto no habría pasado si se lo hubiera dicho a mi familia.

—Lo lamento profundamente, de veras. ¿Y se ha hecho ya algo para rescatarla?

—¡Oh, sí! Se han seguido sus huellas hasta Londres, pero no más allá. Mi padre ha salido para Londres y espero que mi tío le acompañe. Nos iremos en cuanto vengan.

Levi movía la cabeza en silencio, con el ceño fruncido. Ella lo observaba y creía entender que su fuerza se derrumbaba ante aquella nueva prueba de deshonra de su familia. No se le podía censurar. Entonces fue cuando Elizabeth se dio cuenta de hasta qué punto lo amaba, cuando todo posible amor entre ellos era imposible.

Los señores Gardiner llegaron de forma apresurada y, después de hacerles saber lo que pasaba, decidieron ponerse en marcha hacia Longbourn.

Mientras el carruaje discurría por el camino, la tía decía:

—Vengo pensando sobre el caso y me pregunto cómo es posible que un joven sea capaz de hacer algo así. ¿Tú crees, Lizzy, que Lydia está tan perdidamente enamorada como para consentir en vivir con él sin estar casada?

—Sí que lo creo —contestó ella con lágrimas en los ojos—. Lydia ignora lo que son la decencia y la virtud de una mujer. Es muy joven e impetuosa y nunca se le ha enseñado a pensar en cosas serias, solo en diversiones y cosas banales, y se le ha dejado hacer lo que le ha dado la gana. Desde que llegaron los militares a Meryton, solo ha estado pendiente del coqueteo y Kirschtein es guapo y sabe cómo cautivar a una mujer.

Llegaron a Longbourn y enseguida Jane los subió a la habitación de la señora Yeager, la cual los recibió con lágrimas y gemidos por lo mucho que sufría, culpando a todo el mundo, excepto a ella, que era la verdadera causante de los errores de su hija.

—Si hubiésemos ido todos a Brighton, nada de esto hubiera pasado. ¡Pobrecita mi niña, no ha tenido quien la cuidase! Y ahora, ya sabéis, que el señor Yeager ha ido en su busca, los encontrará y retará a Kirschtein, y este lo matará. ¿Y qué será de nosotras? Los Forster nos echarán de la casa y si tú no nos proteges, hermano, no sé qué haremos.

El señor Gardiner la tranquilizó sobre estas terroríficas ideas y le dio la seguridad de su cariño hacia ella y sus hijas. Le dijo que saldría para Londres enseguida.

Mary, que atendía en silencio a lo que se decía, se acercó a sus hermanas y les dijo:

—Este es un asunto muy desgraciado, que dará mucho que hablar entre nuestros vecinos; pero debemos ser fuertes para afrontar esa marea de maldad con nuestro cariño fraternal. Creo que de esta fatal experiencia podemos sacar una lección provechosa: que la pérdida de la virtud para una mujer es irreparable y que el honor es algo tan frágil que un paso en falso supone caer en la ruina para siempre. Por lo tanto, la mujer debe ser suficientemente precavida en su conducta para no desmerecer a los ojos del otro sexo.

La noticia corrió por todo Meryton y los que hacía tres meses habían alabado a Jean se encargaban ahora de airear que había dejado deudas en todos los comercios y que sus conquistas amorosas habían perturbado la paz de las familias.

Unos días después recibieron carta del tío Gardiner. Las indagaciones que habían hecho no habían tenido resultado, por lo que el señor Yeager volvía a casa.

—¿Cómo? —gritó desaforada la esposa—. ¡Que vuelve a casa sin traer a la pobre Lydia! ¿Quién va a desafiar a Kirschtein y a obligarle a que se case con ella si él se va?

El señor Yeager llegó con su aparente tranquilidad y procuró no hablar del tema hasta la hora del té, en que Elizabeth se atrevió a comentarle que sentía mucho lo mal que lo habría pasado en Londres. A lo que él contestó:

—Soy yo quien debe lamentarlo, porque toda la culpa es mía.

—Yo no me fugaré nunca, papá —le dijo Kitty, tratando de consolarlo—. Y si alguna vez voy a Brighton, me portaré mejor que Lydia.

—¿Que si alguna vez vas a Brighton, dices? No, Kitty. Al fin he aprendido a ser desconfiado. Desde ahora en esta casa se prohíben los bailes. Ningún oficial volverá a entrar jamás en mi casa. Y tú no vas a poner los pies fuera de ella hasta que hayas demostrado que eres capaz de dedicar diez minutos de cada día a alguna tarea útil.






No le quedan muchos capítulos a la historia :)

Orgullo y prejuicio. [Levi Ackerman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora