Baile en Netherfield

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Hasta que Elizabeth entró en el salón de baile y buscó en vano a Kirschtein no se le ocurrió que no estaba. Se había puesto su mejor vestido y arreglado con esmero para conquistar al militar para la velada; pero al instante cayó en la cuenta de que, por influencia de Ackerman, Arlert no lo había invitado.

Lydia también lo echó de menos y se lo preguntó abiertamente a su amigo Denny, quien le explicó sonriendo que se había tenido que marchar a Londres por un asunto y aún no había vuelto. La certeza de la razón de su ausencia hizo que la antipatía que Elizabeth le tenía a Levi aumentase, hasta el punto de que apenas le contestó cuando este se acercó a saludarla.

Ni siquiera la afabilidad de Armin hacia ella disipó su mal humor, que se calmó con el encuentro con su amiga Sasha, a la que no veía desde hacía una semana. De todas formas, sus dos primeros bailes los tenía comprometidos con Floch y ello le suponía una mortificación.

El clérigo era tan torpe en bailar como pedante en disculparse y Elizabeth sintió vergüenza por llevar aquella pareja repulsiva.

Después bailó con un oficial, lo que la alegró porque hablaron de Kirschtein y pudo comprobar que gustaba a todo el mundo. Volvió con Sasha y estaban hablando cuando vio que se dirigía hacia ella Levi Ackerman para pedirle el siguiente baile. Sin saber cómo, aceptó. Levi se retiró y ella pudo arrepentirse de su falta de coraje. Sasha trataba de consolarla.

—Ya verás cómo es un hombre encantador.

—¡Por Dios! Es mala suerte encontrar seductor al hombre que una quiere odiar.

Cuando la música se inició, Levi se aproximó. Sasha le susurró que no fuera antipática, por su inclinación hacia Jean, con un hombre que valía diez veces más que aquel. Elizabeth no contestó y ocupó su lugar en la fila, sorprendida de haber sido elegida como pareja y viendo en sus vecinas miradas de envidia. Ninguno de los dos dijo nada durante unos minutos; pero, después, Elizabeth pensó que no era cosa de estar así dos bailes enteros y que sería mejor obligar a su compañero a hablar de algo.

Entonces ella hizo un comentario sobre la pieza que estaban bailando.

—Ahora le toca a usted, señor Ackerman. Yo he hablado del baile y usted debe decir algo sobre la sala o sobre el número de parejas, por ejemplo.

—¿Tiene usted la costumbre de hablar mientras baila?

—A veces. Creo que se debe hablar de algo, ¿sabe? Si no, parecerá extraño permanecer juntos y en silencio media hora. Veo que los dos somos parecidos: ambos somos insociables y taciturnos, y no nos gusta hablar, a menos que digamos algo que deje boquiabierta a la concurrencia y pase a la posteridad como una brillante agudeza.

—Estoy seguro de que esa semblanza no corresponde a su carácter. No sé si se ajusta al mío. En cualquier caso, usted ha querido hacerme un retrato.

Ella no contestó y se mantuvieron en silencio hasta que terminó la pieza. Entonces él le preguntó si ella y sus hermanas solían ir a Meryton. Ella respondió que sí y, sin poder resistir la tentación, le explicó:

—Cuando usted nos encontró el otro día, acabábamos de hacer una nueva amistad.

El efecto fue inmediato. Una profunda sombra nubló el rostro de Levi, y dijo:

—El señor Kirschtein está dotado de una simpatía natural que le hace tener amigos con facilidad. Si es capaz igualmente de conservarlos, eso es menos seguro.

—Parece que ha tenido la desgracia de perder su amistad —apuntó ella con énfasis— y por ello es muy posible que tenga que sufrir las consecuencias toda su vida.

Orgullo y prejuicio. [Levi Ackerman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora