Orgullo y prejuicio superados

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Elizabeth se equivocó. A los pocos días, Levi volvió de Londres y Armin se presentó en su casa con él muy temprano, con la idea de dar un paseo por el campo. Kitty los acompañó hasta casa de los Blouse y después Armin y Jane se quedaron atrás para estar solos. Elizabeth caminaba junto a Levi.

—Señor Ackerman —le dijo ella resueltamente—, hace tiempo que quiero darle las gracias por lo que hizo por mi hermana Lydia. Desde que lo supe, he sentido verdadera ansiedad por expresarle mi gratitud y si el resto de la familia lo supiera, también lo haría.

—Siento mucho —replicó Levi en un tono de asombro y emoción— que se haya usted enterado y que el asunto haya salido a la luz, porque no era mi intención. Pensé que se podía tener más confianza en la señora Gardiner.

—No debe usted culpar a mi tía. Fue Lydia la que me dijo que usted había intervenido; ya sabe lo irreflexiva que es. Y claro está, no descansé hasta enterarme de los detalles. Permítame que le dé las gracias una vez más en nombre de mi familia.

—Su familia no me debe nada. Si quiere usted agradecérmelo —contestó —, hágalo solo en su nombre, pues lo hice pensando en usted, para que se sintiera feliz. —Y después de un breve silencio, continuó—: Elizabeth, no sea perversa y no quiera jugar conmigo. Si sus sentimientos siguen siendo los mismos que en el pasado mes de abril, dígamelo claramente. Los míos no han cambiado en absoluto; pero una palabra suya bastará para que yo me calle para siempre.

—¡Oh, Ackerman! Tanto han cambiado mis sentimientos hacia usted desde entonces que no puedo sino recibir sus palabras con placer y gratitud.

La felicidad que esta respuesta le produjo a Levi no la había experimentado en toda su vida. Dejó salir de su boca el torrente de palabras más cálido y sensible que un impetuoso amante pueda decir sobre lo que ella significaba para él. Siguieron caminando sin fijarse en qué dirección, pues sus sentimientos los invadían de tal modo que no podían pensar en otra cosa.

Elizabeth se enteró de que había sido la visita de su tía lady Catherine la que le había convencido de su amor por él. Ella le contó a su sobrino su encuentro con Elizabeth y las frases que esta le había dicho, así como su negativa a confirmarle lo que la tía le exigía. Desgraciadamente para la señora, el efecto

que el relato de la visita había hecho en su sobrino fue el contrario del que ella esperaba.

—Hizo renacer en mí unas esperanzas —dijo Levi— que hasta entonces no me había atrevido a concebir. Te conozco lo suficiente, querida Elizabeth, como para saber que si hubieras estado decidida a rechazarme, se lo hubieras dicho con total franqueza.

—No sabe lady Catherine —dijo Elizabeth con ironía— el gran favor que nos hizo.

Después Levi le preguntó sobre la opinión que le había merecido su carta y ella le explicó cómo le influyó para que sus prejuicios contra él fueran desapareciendo.

—Me dijiste cosas muy duras aquella tarde; nada que yo no mereciese. Toda mi vida he sido orgulloso y egoísta porque me educaron para que me creyera superior a los demás. Así he llegado hasta los veintiocho años y así seguiría siendo si no te hubiera encontrado a ti, mi adorada Elizabeth, que me diste una buena lección rechazándome, cuando yo hasta ese momento estaba seguro de que sería aceptado por cualquier mujer.

—¡Cómo debiste odiarme después de aquella tarde!

—¿Odiarte? Quizá al principio estaba furioso, pero después mi enojo fue encauzándose en la dirección adecuada.

—Y dime: ¿qué fue lo que te enamoró de mí? No sería mi belleza ni mis malos modales contigo, porque siempre que te dirigía la palabra, deseaba herirte.

Orgullo y prejuicio. [Levi Ackerman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora