A las pocas semanas, la señora Yeager se consoló del disgusto con la llegada de su hermano y su cuñada, que venían a pasar la Navidad a Longbourn. El señor Gardiner era un caballero muy sensato y educado, muy superior a su hermana, y su esposa, varios años más joven que su marido y que su cuñada, era una mujer muy simpática, inteligente, elegante y muy querida por todas sus sobrinas, en especial por las dos mayores, que habían pasado con ella largas temporadas en Londres.
Después de distribuir los regalos que traían y explicarles las novedades de la moda en la ciudad, a la señora Gardiner le tocó escuchar las penas y las quejas de su cuñada. La familia había sido muy desgraciada, pues dos de sus hijas habían estado a punto de casarse, pero la cosa había salido mal. Ella ya conocía el asunto por la correspondencia que mantenía con Jane y Elizabeth. Cuando por fin pudo hablar con esta, le dijo:
—¡Pobre Jane! Lo siento por ella, dado su carácter. Es posible que no logre fácilmente olvidarlo; pero estos jóvenes ligeros e indecisos a menudo se encaprichan rápidamente de una joven bonita y, cuando por alguna razón se separan de ella, la olvidan con facilidad. Habría sido mejor que te pasara a ti, te lo habrías tomado con más serenidad y se te habría olvidado pronto. ¿Tú crees que se vendría con nosotros una temporada a Londres? Un cambio de aires le sentaría bien. Y no hay riesgo de un encuentro con el señor Arlert, vivimos tan lejos de ellos y frecuentamos ambientes tan diferentes que no hay peligro, a no ser que él viniese directamente a visitarla.
—Y eso es imposible —dijo Elizabeth encantada con la idea—, porque se encuentra custodiado por su hermana y por su amigo, el señor Ackerman.
Los Gardiner permanecieron una semana en Longbourn y durante ese tiempo tuvieron ocasión de conocer a Jean Kirschtein. Al ver el mutuo afecto que Elizabeth y él se demostraban y las frases elogiosas que ella le dedicaba, la señora Gardiner sospechó que estaban enamorados y creyó conveniente advertir a su sobrina.
Diez o doce años atrás, cuando aún estaba soltera, ella había vivido mucho tiempo en Derbyshire, de donde era Kirschtein y, aunque este había ido muy pocas veces por allí desde que murió el anciano señor Ackerman, conocía lo suficiente sus andanzas como para hacerle ver a Elizabeth que cometía una imprudencia alentando aquella relación.
—Tengo que hablarte seriamente, Lizzy —le dijo—, para que te pongas en guardia. No te dejes llevar por un amor cuya falta de medios para vivir lo haría poco venturoso. Kirschtein es un hombre muy atractivo. Si tuviera fortuna, sería el mejor partido que podrías encontrar, pero la realidad se impone. Actúa con sentido común.
—Te prometo que así lo haré, tía.
Jane se fue encantada con sus tíos y a los pocos días Forster volvió a Longbourn, pero ya se quedó con sus futuros suegros. La boda de Sasha era inminente.
—Quisiera tener noticias tuyas muy pronto, Eliza —le dijo su amiga al despedirse.
—Cuenta con ello, Sasha.
—Y quiero que vengas a visitarme. Mi padre y mi hermana Mary irán en marzo. Confío en que los acompañes. Te aseguro que tú serás tan bien recibida como ellos.
Elizabeth no pudo negarse, aunque preveía que la visita sería poco agradable. La boda se celebró y los novios partieron para Kent desde la puerta de la iglesia, seguidos de los comentarios de la gente propios en estos casos.
Elizabeth recibió pronto carta de su amiga y su contacto fue tan frecuente como siempre había sido, pero ella notaba que las cartas carecían de su antigua intimidad. Sasha le contaba que todo era de su agrado: la casa, la gente, el huerto, el trato con lady Catherine; pero la verdad bajo esta capa de bienestar tendría ella que descubrirla cuando fuera a verla. También recibía cartas de Jane.
En una de ellas le decía que tenía previsto visitar a Annie en su casa de la señorial zona de Kensington, pues su tía tenía que ir por esa parte de la ciudad. Y en la siguiente le contaba que, en efecto, había ido, pero que su recibimiento fue tan frío y distante que se prometió a sí misma no volver a tener relación con ella. Estaba segura de que se había mostrado temerosa de su presencia por su hermano y, aunque por lo que dijo le pareció que no sentía ningún interés por la señorita Ackerman, insistió en que no iban a volver a Netherfield y, por tanto, cancelarían el alquiler de la casa.
Esta carta apenó a Elizabeth, pero a la vez se alegró al pensar que su hermana nunca más se dejaría engañar por los Arlert. Esperaba sinceramente que Armin se casara pronto con Mikasa Ackerman, la cual le haría lamentar profundamente, según decía Jean, haber rechazado a Jane.
Y, por último, le escribió su tía, la señora Gardiner, recordándole su promesa. Ella le respondió con una noticia que la haría alegrarse. Jean ya no se mostraba interesado por ella, sino por otra señorita que le suscitaba una pasión más elevada, concretamente de diez mil libras. Su corazón apenas había sufrido, pues su vanidad quedaba a salvo al estar segura de que el mayor encanto de la nueva enamorada del guapo oficial era la suma que acababa de heredar.
Elizabeth, quizá más comprensiva ahora con Jean que lo había sido con Sasha, no se enfadó con él porque buscase una seguridad económica. Las que sí lo sintieron fueron Kitty y Lydia, pues todavía carecían de la experiencia suficiente sobre el mundo como para saber que los hombres jóvenes y guapos, tanto como los feos, tienen que tener algo de lo que vivir.
El mes de marzo se acercaba y Sasha le había reiterado en sus cartas su deseo de verla y a ella también le apetecía, al tiempo que su desagrado hacia Floch había disminuido. De paso, podría detenerse en Londres para ver a Jane.
No sentía dejar a su madre, pero sí a su padre, el cual la echaría de menos. El viaje hasta Londres resultó aburrido, por tener que soportar las fanfarronadas del señor Blouse, que nunca se cansaba de recordar su fastuosa presentación en el palacio real.
Al llegar a casa de sus tíos, Jane salió a recibirla seguida de un nutrido grupo de primos. Elizabeth la encontró tan saludable y cariñosa como siempre. En la mesa, procuró sentarse junto a su tía y, en respuesta a sus muchas preguntas sobre Jane, esta le dijo que su hermana se esforzaba por levantar su ánimo, pero tenía momentos de abatimiento. De todas formas, estaba decidida a acabar su relación con los Arlert. Después la conversación pasó a Jean y su nueva enamorada. Finalmente, su tía la invitó a hacer un viaje de recreo con ellos en verano, lo que Elizabeth aceptó con entusiasmo.
—No sabemos hasta dónde llegaremos, quizá hasta los Lagos —le dijo su
tía.
—¡Qué maravilla! —exclamó Elizabeth—. Me das un soplo de vida y energía. Adiós a las desilusiones y a los disgustos. ¿Qué es el hombre
comparado con la naturaleza?
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Orgullo y prejuicio. [Levi Ackerman]
FanfictionEs una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna ha de buscar esposa. Adaptación de "Orgullo y prejuicio" de Jane Austen.